El show degradado del fútbol argentino finalizó con la organización del River-Boca por la final de la Copa Libertadores en Madrid el domingo 9 de diciembre; el camino de la humillación; el precio de vender a precio vil las joyas de la abuela

Ya está. Se terminó esta película de terror y de aquí en adelante comenzará otra de igual o peor magnitud. River-Boca definirán la final de la Copa Libertadores en el estadio Santiago Bernabeu de Madrid el domingo 9 de diciembre.

¿Cómo podría calificarse este hecho inédito? Como una auténtica humillación para el fútbol argentino, entre otras humillaciones que viene padeciendo. Entregar el partido como se lo ha entregado a otras geografías no es ahora ni será en el futuro una anécdota deportiva. Revela inoperancias y articulaciones sinuosas y despreciables que concluyen en un solo camino: el que desnuda una matriz plenamente capturada por la oscuridad.

El entrenador de Huracán, Gustavo Alfaro, expresó su gran dolor e insatisfacción en pocas palabras: “Este es un momento para convocar a la gente. No quiero a los violentos, no quiero a los dirigentes cómplices. Jueguen, ganen, pierdan. Estamos permitiendo que nos saquen River-Boca. No nos dejemos robar el River-Boca ni todas estas otras cosas. Estamos empeñados en destruir el fútbol, AFA quiere destruir a la Selección y la Superliga quiere destruir al fútbol argentino”.

ALFARO gustavo

La realidad es incontrastable: vender y exportar River-Boca a Europa o a otro destino que no sea la Argentina por la imposibilidad logística de organizarlo quedará como una marca registrada de un país inviable. Porque esto es, precisamente, lo que se transfiere. Y lo que se regala a otras audiencias. La inviabilidad institucionalizada.

No es una cuestión de chauvinismos. De apología de la argentinidad. De demagogia para complacer a determinados sectores. Es una cuestión de sentido común despojado de chicanas y actitudes ventajeras tan extendidas y reivindicadas por la sociedad.

Este River-Boca en versión offshore será recibido por las elites como un síntoma flagrante de la decadencia y la subordinación argentina. Como un precio a pagar ante tanto desatino. Y entonces resignar el partido se revelará como la única opción entre otras opciones que se fueron desvaneciendo por el camino.

La mirada de Europa no será misericordiosa ni complaciente. Será funcional a su naturaleza de comunidad desarrollada y organizada, aunque su desarrollo está jaqueado por las asimetrías y grandes desigualdades sociales que vienen pulverizando el estado de bienestar en nombre de ajustes y paradigmas económicos de exclusión.

Acá sí que no hay revancha. Ya se jugaron todas las fichas. El fútbol argentino y sus responsables directos que a su vez trascienden los límites que impone el fútbol y que no son figuras abstractas, vendieron a precio vil las joyas de la abuela. Y lo hicieron sin inmutarse. Lo hicieron porque interpretan que no hay condena. Que no hay un rechazo intenso. Y que hay aprobaciones formuladas más en privado que en público.

El show casi interminable se tomó una pausa. El Superclásico en la Argentina murió sin ser asistido. Lo mataron. ¿Quiénes? Ese capítulo de la historia todavía no empezó.

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