Aquel Brasil extraordinario que se consagró campeón del mundo en México 70 dirigido por el Lobo Zagallo jugaba con un solo punta bien definido: Jairzinho. Clodoaldo y Gerson eran volantes. Tostao, Pelé y Rivelino eran media punta. En el pizarrón era un 4-2-3-1.
Holanda 74, otra maravilla del fútbol mundial conducido por Rinus Michels, también funcionaba con un solo punta bien definido: Rep. Neeskens y Van Hanegem eran volantes. Cruyff jugaba en toda la cancha. Y Rensenbrink llegaba desde atrás. En el pizarrón era un 1-3-4-1-1.
Argentina del 78 con el Flaco Menotti de entrenador jugó la final contra Holanda con 4 delanteros: Bertoni, Luque, Kempes y Ortiz. Ardiles y Gallego eran los volantes. En el pizarrón era un 4-2-4.
Argentina en México 86 con Carlos Bilardo de técnico jugó la final ante Alemania con un solo hombre de punta: Valdano. Maradona y Burruchaga se movían en tres cuartos. Giusti, Batista, Héctor Enrique y Olarticoechea eran los volantes. En el pizarrón era un 3-4-2-1, aunque Bilardo ponga en tapa que lo suyo fue un 3-5-2.
En los 4 casos citados, ¿fueron más importantes los sistemas o los jugadores? La respuesta no está soplando en el viento, como escribió Bob Dylan en los 60: como siempre, las características y la jerarquía de los jugadores determinaron todos los rumbos, por encima de cualquier otra explicación teórica, siempre insuficiente.
Por eso que en vísperas del clásico Brasil-Argentina, Edgardo Bauza promueva un 4-4-2 para satisfacción de la aldea tácticista del fútbol argentino, no revela nada en particular. Ni a favor ni en contra.
¿Cuál fue la mejor producción colectiva de la Selección en estas Eliminatorias, camino a Rusia 2018? En la cuarta jornada ante Colombia en Barranquilla, cuando el mártes 17 de noviembre de 2015 ganó 1-0 con gol de Biglia. Esa tarde Gerardo Martino no pudo contar con Messi por estar lesionado. Arriba solo estuvo Higuaín, a pocos minutos del final reemplazado por Dybala. Y en zona de volantes jugaron Lavezzi, Mascherano, Biglia, Banega y Di María. En el pizarrón un 4-5-1.
Ese punto de partida que siempre son los sistemas y al que se abrazan y reivindican los entrenadores cuando sus equipos ganan y no así cuando pierden, en realidad no son otra cosa que los viejos y renovados espejitos de colores que siguen siendo objetos de culto para la gente confundida. O que pretende confundirse.
La historia y el presente del fútbol siempre ha trascendido todos los sistemas. Los más ofensivos y los más defensivos. Los más progresistas y los más ortodoxos. No importan los sistemas. Importan los protagonistas. Las calidades de los protagonistas. Y la idea y convicción que expresen esos protagonistas durante un partido.
La actuación de Argentina frente a Brasil no va a ser analizada en función del sistema que utilizó. Sino en función de cómo jugó. Y qué hizo en definitiva, por encima del dibujo táctico, siempre totalmente subordinado a la dinámica de la acción individual y colectiva.
El Patón Bauza no va a salir de Belo Horizonte mejor o peor parado por la aplicación estricta de un sistema con Messi e Higuaín arriba y de arranque con Enzo Pérez o Buffarini, Mascherano, Biglia y Di María en el medio.
Será más o menos valorada su lectura y su aporte estratégico por el nivel de juego que pueda plasmar la Selección ante un adversario que llega muy entonado por los resultados favorables
(ganó los 4 últimos encuentros por Eliminatorias con Tité como técnico) y por una crítica muy sensible al elogio desmedido.
"Los que saben poco o nada de fútbol siempre hablan de sistemas", suele señalar el
Flaco Menotti sin tibiezas. Que los sistemas acompañan a un equipo, no hay dudas. Que los sistemas ganan o pierden los partidos, es un verso.
Claro que los versos de distinto calibre siempre están presentes. Antes y ahora. Igual que los repetidores de consignas falsas.