La escultura, que lleva el nombre "Io sono" (Yo soy), debe colocarse en una casa particular, en una habitación especial libre de cualquier obstáculo y con dimensiones de unos 150 x 150 centímetros. La iluminación y el sistema del control del clima, aparentemente, no son imprescindibles, pues no se podrá ver nada en todo caso.
Para quienes asumen que el artista los burló a todos, llevando el arte moderno a un nuevo nivel desde los tiempos de la banana pegada a la pared y valorada en 120.000 dólares, Garau tiene una respuesta contundente: no vendió un nada, vendió un vacío.
"El vacío no es más que un espacio lleno de energía, y aunque lo vaciemos y no quede nada, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, esa nada tiene un peso", argumentó Garau. "Por tanto, tiene energía que se condensa y se transforma en partículas, es decir, en nosotros", explicó.
"En el momento en que decida exponer una escultura inmaterial en un espacio determinado, ese espacio concentrará cierta cantidad y densidad de pensamientos en un punto preciso, creando una escultura que desde mi solo título adoptará las más variadas formas", resumió el artista.
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