Las grandes personalidades de la Historia supieron cuando decidir un punto de no retorno a partir del cual la única salida posible es hacia adelante: Es decir, cuando "quemar las naves".

Un párrafo bíblico, en el Antiguo Testamento, sostiene que Jehová vomita a los tibios. Lo que implica que sólo acepta a quienes toman decisiones. Erradas o acertadas, pero decisiones concretas al fin. Total, si uno se equivoca, siempre puede corregirse. Pero si lo único que hace es dudar, ser “tibio”, el desastre sobrevendrá inevitablemente.

Por eso, en todos los tiempos, las grandes personalidades que han quedado en la Historia de la Humanidad supieron que había llegado el momento de “quemar las naves”; lo que significa decidir un punto de no retorno a partir del cual la única salida posible es hacia adelante. Rumbo a atravesar un nuevo horizonte; por tal desconocido y que, por ello, se convierte en interesante y atractivo.

O lo que es lo mismo: imaginar nuevas respuestas a los viejos problemas de la vida. Un hombre, una familia, una comunidad o una nación debe aceptar que hay momentos en que la única vía posible de éxito es “quemar las naves”, despojarse de todo lo que implica el pasado –en especial las formas de pensar utilizadas en tiempos donde las condiciones sociocivilizatorias eran otras, diferentes–, y abrirse mediante la herramienta de la capacidad creativa que es inherente a la esencia de la condición humana, a maneras nuevas y diferentes de encarar la existencia y prepararse para el futuro que está por venir.

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El origen histórico de la expresión "quemar las naves"

Esto de “quemar las naves” no es sólo una manera, metafórica, de expresarnos. Tiene su origen en un acontecimiento histórico. Este acontecimiento tiene como protagonista a un notable de la antigüedad quien formó uno de los más grandes imperios de todos los tiempos; me refiero a Alejandro III de Macedonia (356 a. J. / 323 a. J.), más conocido como Alejandro Magno o Alejandro el Grande, fue rey del antiguo reino griego de Macedonia, hegemón de Grecia, faraón de Egipto y Gran rey de Media y Persia, hasta la temprana fecha de su muerte.

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Alejandro Magno (356 a. J. / 323 a. J.)

Alejandro Magno (356 a. J. / 323 a. J.)

Antes del año 335 a. J., al arribar a las costas fenicias, Alejandro Magno tuvo que librar una de sus más grandes batallas. Apenas desembarcado comprendió que los soldados enemigos componían un ejército tres veces mayor al suyo.

Los hombres de Alejandro estaban atemorizados y sin motivación para iniciar el combate, habían perdido la fe y el Conquistador comprendió que teniendo esa situación mental –hoy diríamos una real programación psíquica negativa– estaban derrotados de antemano. Un temor repentino, aunque justificado en la idea de dar una batalla tan asimétrica, había acabado con la moral de aquellos guerreros, hasta el momento considerados invencibles. Y que, en verdad, nunca habían experimentado la derrota.

Pero Alejandro decidió una estrategia desconocida hasta entonces. Primero, hizo desembarcar a todos sus hombres en la costa enemiga. Y, luego, ordenó quemar todas las naves que componían la flota.

Mientras las llamas consumían a los barcos hasta hundirse en el mar; Alejandro reunión a sus hombres, diciéndoles: “Observen como se queman los barcos. Ahora hay una única razón por la que estamos obligados a vencer: sin el triunfo nunca regresaremos a nuestros hogares y ninguno podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podremos abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Cuando volvamos a casa, lo haremos de la única forma posible: usando los barcos de nuestros enemigos”.

Innecesario es decir, que el ejército de Alejandro Magno venció en aquella batalla, regresando –como héroes– a su patria a bordo de los barcos conquistados al enemigo.

Este ejemplo es válido, también, para cualquier humano. Hay momentos en la vida que, para lograr el éxito, es imprescindible empezar de nuevo. “Reinventarse”, como suele decirse.

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Como bien expresó el genio de Albert Einstein: “No entiendo cómo gente que hace más de lo mismo de lo mismo, espera un resultado diferente.” Es bien cierto. Cuando uno encuentra que lo que está haciendo no le permite concretar sus deseos positivos de vida, ha llegado el momento de “quemar las naves” y enfrentar –sin dudarlo– el desafío de comenzar una nueva etapa de la existencia. No hacerlo, remite a la frustración y el malestar permanentes.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y magister en Psicoanálisis. “Atrévete a vivir en plenitud”, es su más reciente libro. www.antoniolasheras.com

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