Los Andrew vivían en Estancia El Durazno, propiedad de el exgobernador de Córdoba Ambrossio Olmos y a unos 25 kilómetros de Río Cuarto, hasta que Edgar con 16 años viajó a Inglaterra para estudiar, como lo habían hecho oportunamente sus otro siete hermanos.
Estando en Inglaterra, su hermano mayor, Silvano Alfredo, un ingeniero naval que vivía en Estados Unidos, contó a su madre que iba a casarse con una norteamericana y que invitaba a Edgar a la celebración y luego, si no quería estudiar, lo pondrían e trabajar en la empresa de su futura esposa.
Edgar originalmente compró ticket para viajar a fines de abril de ese 1912 en el Oceanic, aunque su destino cambió para siempre por una cuestión ajena a él.
Es que previo al viaje inaugural del Titanic, una huelga de trabajadores que no quisieron cargar carbón generó una serie de situaciones que derivaron en que Edgar finalmente fuera pasajero del famoso barco.
Se decidió pasar el carbón del Oceanic al Titanic, ya que eran de la misma empresa, y ofrecieron a pasajeros a embarcarse en el transatlántico que finalmente se convirtió en uno de los más conocidos de la historia.
"Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada de orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano", le escribió Edgar a su amiga Josey Cowan, con quien tenía pensado reunirse, como anticipando lo que viviría unos días después.
Son muchas las historias que se replican en torno al fatídico viaje en el que participó Edgar. "Esta historia quedó mucho tiempo guardada, solamente la supo la familia, solo los cercanos, hasta que después el Titanic vuelve a cobrar importancia porque lo encuentran en 1985, luego sucede una expedición atrás de la otra y en el 2000, a bordo de un barco ruso, baja un norteamericano, David Concannon", destacó una sobrina nieta del cordobés.
"Es un abogado y baja por un tema de un juicio, y en el fondo del mar encuentran una valija en perfecto estado, la sacan, se abre y caen un montón de cosas, que las vuelven a recoger, y cuando emergen todas esas cosas son llevadas a un instituto de conservación, nadie sabía de quién era ese contenido", continuó.
"Es increíble cómo se conservó todo, hasta el papel, porque había una carta de la madre, había postales de Río Cuarto, toallas con su monograma que le había bordado mi abuela, zapatos, pantuflas, un sombrero, tintero, en total 51 objetos", recordó la sobrina-nieta del fallecido.
En el sur de Córdoba hasta en escuelas se habla de la historia de Edgar Andrew, y así fue que una profesora de inglés hace un par de años contó a sus alumnos que por la zona había estado el único argentino fallecido en el Titanic.