Uno de los lectores de Popular que cruzamos en Mar del Plata disfrutando de sus vacaciones nos comentó sobre la carta de lectores que envió hace mucho tiempo, para quejarse por los 30 años que llevaba esperando que le conectaran el teléfono en su hogar. Claro, cuando uno habla de esto con un joven -los que hoy llaman millennials- es necesario hacer una explicación de todo lo que pasaba hace unas tres décadas, costumbres eliminadas por el avance demoledor de la tecnología.
En ese viaje al pasado, habría que contarles, por ejemplo, que en muchas casas de familia y en la mayoría de los locales comerciales, los teléfonos de línea (los únicos que existían) tenían una especie de cerrojo de seguridad. Los aparatos funcionaban con un disco plástico en el frente provisto de diez huecos correspondientes a cada número (del 0 al 9); en cada hueco, a su turno, se ponía el dedo índice para hacer girar el disco hasta su tope y así marcar cada número que, para un destino en Capital Federal, por ejemplo, era de seis dígitos. Como el servicio era muy caro y sólo había teléfono en las familias acomodadas, muchos se veían obligados a bloquear el disco con un cepo que impedía que el disco girara; por eso, todo aquel que pretendía hablar por teléfono, debía pedirle al dueño de casa "la llave del teléfono", que estaba debidamente escondida.
Entonces, inevitablemente, nos surgirá la frase tanguera: "¡Cómo nos cambia la vida!". En casa, en el trabajo o a la hora del descanso, un rato de reflexión nos permite recordar cómo se vivía hace unos años -no tantos- y cómo lo hacemos hoy, en la era de la tecnología, el 4G y las selfies. Y, en ese sentido, la playa, es un escenario inmejorable para hacer una evocación mental de todo lo que ha cambiado. Incluso, es un buen ejercicio, entre el grupo de amigos o la familia, hacer un repaso de las muchas costumbres que el modernismo nos ha hecho modificar.
No hace muchos años, cuando una familia empacaba pensando en los días de vacaciones junto al mar, la única pregunta relacionada con un artículo electrónico era: "¿agarraste la cámara de fotos?", a la que se agregaba, eventualmente un: "¿Compraste rollos?". Y una más: "¿qué rollo compramos, de 12, 24 o 36 fotos?", con un truco conocido: si colocábamos bien la película podíamos obtener dos o tres fotos más que las ofrecidas. Claro que, con esta modalidad, era indispensable contar con un buen fotógrafo en el grupo (aunque no fuera profesional) porque no había chance de borrar la que salió mal; además, para saber si había salido movida o fuera de foco, había que esperar cerca una semana, hasta que se acabara el rollo y el mismo fuera revelado. Descubrir al de mejor mano para la cámara requería, por lo menos, de un rollo desperdiciado; luego de eso, nadie le dejaba a ése que había sacado todas las fotos borrosas, volver a acercarse a la cámara. Lo mismo pasaba con los niños que recién a los 14 años sacaban sus primeras fotografías. Y es que con un mal fotógrafo no sólo se perdían los recuerdos de unas vacaciones hermosas, sino que además se afectaba el presupuesto porque las películas no eran baratas (tampoco el su proceso de revelado).
Hoy, todo ello parece encerrado en un recuerdo que recorre, en blanco y negro, la mente de los más grandes, más allá de que todavía existen las cámaras que usan rollos y los fanáticos de este estilo que se niegan a modernizarse con la excusa de "las fotos digitales no salen tan bien".
En los últimos dos años, el interrogante inevitable en el desembarco de todo turista en hoteles, confiterías y balnearios era: "¿Hay wi-fi?". Y esa oferta era una de las principales maneras que utilizaban los comercios para atraer clientes; un servicio indispensable para todos los integrantes de un grupo de amigos o de una familia. Incluso, propietarios de viviendas para alquilar tenían, en este elemento, un argumento más para incrementar el precio de la quincena.
Sin embargo, la tecnología avanza a tanta velocidad, que ya ni siquiera es necesaria la conexión a wi-fi. Con el advenimiento del 4-G, todos los usuarios de celulares están conectados de manera permanente y, desde esa misma línea, pueden acceder (vía bluetooth) a sus otros equipos como tablets y notebooks.
Claro que las notebooks y netbooks que en los últimos años habían ganado un lugar privilegiado en el equipaje diario de buena parte de los turistas, incluso, de los que van a la playa a disfrutar de un fantástico día de sol, ahora también empezaron a caer en desuso, dejándole paso a los distintos modelos de tablets, de más sencillo traslado y que, además, reemplazan a la cámara de fotos. Elementos que parecen innecesarios para el descanso pero que se han convertido en un producto de primera necesidad para los que necesitan estar en contacto con la sociedad aún en el descanso.
Por supuesto que, internet junto a la telefonía móvil, han llegado para desplazar, entre otras cosas, a un viejo clásico de las vacaciones en la costa: las largas colas frente a los teléfonos públicos con cospeles, cuya localización consistía en una de las primeras tareas al momento de llegar al lugar de residencia: "hay uno en la esquina", era el descubrimiento más tranquilizador, sobre todo para las viejas preocupadas por saber "¿qué tiempo hace allá?" o contar que "acá se largó a llover". Esta postal da cuenta también de lo desconectado que estaba el mundo.
Para hablar por teléfono había que soportar largas colas, escuchando charlas totalmente intrascendentes y cruzando los dedos para que no sean muchos a los que les diera ocupado y prolongaran su turno.
Hoy, conectarse a la web, acción que nos permite pagar los impuestos, monitorear con la cam el hogar o el negocio desde la playa o comunicarnos al instante, es una necesidad que camina a la par de los infaltables celulares que, a esta altura, han desplazado casi definitivamente a las cámaras digitales, que hasta hace muy poco eran el boom del verano. Hoy, el celular, resuelve todos los problemas: comunicación, fotos, pronóstico del tiempo, impuesto y noticias, aunque el diario en papel, es una costumbre que resiste al paso del tiempo y sigue siendo un compañero de ruta de la mayoría de los turistas que llegan a la playa. Lo mismo pasa con los libros: "No es lo mismo -dice Nino- es cierto que con una tablet se puede agrandar la letra, pero leer el libro de papel es una experiencia mucho más agradable y no la cambio".
Nadie va a la playa sin el celu. Tampoco a cenar, y los restaurantes se puede ver a cada uno de los comensales, inmersos en alguna charla de Whatsapp casi sin mirarse entre ellos. Las selfies, ante cualquier situación, se han puesto tan de moda que ya casi nadie le pide "a uno que pasa" que les saque una foto.
Así como ocurrió con el boom de las canchas de paddle, los locutorios han bajado considerablemente la afluencia de gente (hay muy pocos en las calles del centro), precisamente por la utilización de celulares. Lo mismo ocurre con los teléfonos públicos que son muy difícil de encontrar en caso de presentarse una emergencia.
Otro dato: el furor de los selfie-stick o palito-selfie que el año pasado se veían por todos lados, ahora han mermado y, salvo algunas excepciones, sólo sobreviven en las ofertas callejeras de los muchos senegaleses que recorren las playas con chucherías.
Así, los vendedores africanos que en los últimos dos años habían encontrado en este implemento (un cañito telescópico para evitar la necesidad de pedirle a un extraño que nos tome una foto "a todos juntos") un artículo que se vendía como pan caliente, ahora deben buscar otros atractivos. Los cargadores portátiles de batería, son una de las variantes que más salen.
Pese a todo este avance de la tecnología, todavía hay personajes que se aferran a las viejas costumbres, como Walter de Florida, que insiste en dejarle a todos su obsoleto número del radiollamado; "No quiero celular, no me interesa, no lo necesito; si algún amigo me tiene que localizar, que me mande un radiomensaje", algo que genera las risotadas de sus amigos que, por su puesto, no lo cuentan para ningún evento sorpresivo. Su amigo Rodrigo, en cambio, feliz con su celular con 4-G, no deja de sacarle fotos a todo lo que se mueve. Pero claro, no le puede mandar a Walter ninguna de sus creaciones fotográficas.
"¿Acá hay wi-fi?", pregunta Morena, de flamantes 5 años, cada vez que entra a un local con primer celular, el que usaba su hermano Valentino que, más modernizado, directamente se conecta a los juegos de la red vía 4-G.
Otro elemento que no hace mucho se transformó en un boom tecnológico y ya quedó en desuso (como le ocurrió en su momento al fax) es el módem portátil para internet. Ya no se fabrican ni se comercializan.
Papá, el tío y la abuela tenían otras costumbres a la hora de salir de vacaciones. Ellos debía recurrir varias veces a expresiones que los pibes de hoy no utilizaron nunca y que hay que explicarles detalladamente. Usted que peina canas, ¿recuerda haber pronunciado alguna vez una de estas frases?
* "Con un rollo de 24 no te alcanza".
* "Nos quedan como diez fotos, vamos a tener que revelarlas a la vuelta"
* "Me muero de ganas de ver cómo salieron las fotos"
* "Tengo que llamar a Buenos Aires. ¿Habrá cola en las cabinas?".
* "¿Dónde hay un teléfono público?
* "Me dijo la tía que en Capital llueve".
* "Hoy podemos llevar la radio a la playa, así escuchamos algo de música".
* "No me puedo quedar más días, me vence la luz".
* "Hola ma, me quedé sin efectivo ¿me mandás una encomienda?"
* "Tengo que ir hasta la terminal para saber si hay pasajes".
* "Cuando revele las fotos voy a hacer una copia de ésa en la que estamos todos así te la doy"
* "¿Qué habrá pasado en la novela? cuando vuelva le voy a tener que pedir a Carmen que me cuente".