Personajes de esta laya los hay en todas las actividades y la política no es ajena a la proliferación de estos individuos generadores, si se quiere, de hechos graciosos al menos desde la interpretación de quien cuenta cómo otro se ha convertido en el catalizador de la carga incontrolable del mufa.

Ser “mufa”, “yeta” o “piedra” son motes que acompañan a aquellos dotados de una perniciosa capacidad natural para transmitir, en la mayoría de los casos más allá de su voluntad, energía negativa a terceros que así sufren sinsabores, amarguras, broncas, injusticias y derrotas entre otros padeceres.

Personajes de esta laya los hay en todas las actividades y la política no es ajena a la proliferación de estos individuos generadores, si se quiere, de hechos graciosos al menos desde la interpretación de quien cuenta cómo otro se ha convertido en el catalizador de la carga incontrolable del mufa.

Nadie habrá olvidado las cuestiones atribuidas al ex presidente de la Nación Carlos Saúl Menem, de quien se han llegado a puntear más de una veintena de episodios asociados con esa particularidad que derivó en accidentes, tragedias, desgracias, carreras tronchadas y contratiempos impensados.

Sin embargo, se puede afirmar que Menem tuvo un antecesor en su rubro, el ex vicepresidente José Figueroa Alcorta, quien quedó al frente del Ejecutivo nacional cuando el que ocupaba el Sillón de Rivadavia, Manuel Quintana, debió delegar el mando en su compañero de fórmula a raíz de un serio problema de salud.

Ese episodio llevó a los enemigos políticos de Figueroa Alcorta a destacar sus efluvios negativos reivindicados 42 días después cuando Quintana dejaba de existir a causa de sus dolencias. Pero lo curioso es que en el período que en que el vice fue presidente entre 1906 y 1910 otros tres ex mandatarios, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña y Miguel Juárez Celman, también dejaron de existir.

Un detalle sobre la virulencia que dominaba al pobre de Figueroa Alcorta en esto de ser un vórtice de mala onda quedó plasmada en sus primeras vacaciones como vicepresidente de Quintana, junto a quien asumió el poder el 12 de octubre de 1904. Casi cuatro meses después decidió tomar unos días de descanso en Capilla del Monte, Córdoba, después de tanto ajetreo político.

Sin embargo, esos días de febrero de 1905 quedaron grabados a fuego en la memoria de su familia y la comitiva que lo acompañó, entre ellos el jefe de la Policía Federal Francisco Beazley: a poco de arribar a la localidad serrana estalló una sublevación militar que amenazó extenderse a todo el país aunque solo en Córdoba se hizo fuerte.

La situación fue tan complicada que los insurrectos tomaron de rehén a Figueroa Alcorta cuya vida incluso corrió serio peligro hasta que la revolución fue sofocada.

Comprobada su oscura influencia, la ciudadanía, el periodismo mordaz de la época y sus opositores bautizaron a Figueroa Alcorta con el mote de “¡Jetattore!”, en alusión al vodevil satírico en torno de las supersticiones del dramaturgo Gregorio de Laferrere, estrenado en Buenos Aires en mayo de 1904. La historia fluye en torno al protagonista, Don Lucas, merecedor del concepto que da título a la obra, basado en una voz italiana que refiere a quien irradia mala onda. Algo así como Figueroa Alcorta.

Entre sus “grandes éxitos” figuran el puente que inauguró y fue arrasado por el agua, y la muerte del presidente chileno Manuel Montt, a quien unos meses antes le dijo en Buenos Aires que lo iba a volver a ver en Santiago de Chile. No solo murió Montt, sino también su vice Elías Fernández Albano.

El argentino, no obstante, cumplió meses después con su promesa y fue de visita oficial a Chile, ocasión que la que fue invitado a presenciar una carrera en el Club Hípico de Santiago. Allí apostó a las patas de pura sangre argento llamado Pinche, montado por un jockey también compatriota. A poco de salir brioso de las gateras, Pinche rodó feo ante la exclamación del público preocupado tanto por la suerte del caballo como del efecto “piedra” de un Figueroa Alcorta “reload”.

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