Aviones de la Armada lanzaron unas 14 toneladas de bombas, la mitad del explosivo con el que alemanes e italianos destruyeron la ciudad vasca de Guernica en 1937, durante la Guerra Civil Española

Por Julio Villalonga, director de La Gaceta Mercantil / El bombardeo del 16 de junio de 1955 a la Plaza de Mayo, antesala del golpe que derrocó al presidente Juan Domingo Perón el 16 de septiembre del mismo año, exhibió el mismo código genético que la dictadura cívico-militar instaurada el 24 de marzo de 1976.

Aquella masacre dejó un saldo de 308 muertos, la mayoría civiles, según estableció una investigación del Archivo Nacional de la Memoria (ANM) divulgada en 2009 por el entonces secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde.

Sólo doce de los fallecidos (4 por ciento del total) estaban adentro de la Casa de Gobierno, donde impactaron 29 bombas y estallaron seis.

"El resto de las bombas, proyectiles y fusiles semiautomáticos FN de fabricación belga que los infantes de Marina estrenaron ese día estuvieron dirigidos a la población", según remarcó el informe con las principales conclusiones de la investigación del ANM.

En "connivencia con sectores políticos y eclesiásticos", las Fuerzas Armadas "descargaron sus bombas y ametralladoras" contra la población civil "como forma de implantar el terror y el escarmiento, para lograr la toma del poder", puntualizó el informe.

El régimen surgido del golpe de marzo de 1976 heredó -y llevó al paroxismo- las características brutales de las revoluciones de veinte años antes, en las que participaron como oficiales jóvenes los luego almirantes Emilio Massera y Oscar Montes, y el general Guillermo Suárez Mason.

Las dictaduras implantadas en 1955 y en 1976 compartieron también similares matrices ideológicas, en particular en lo económico. Resultaron de una combinación entre nacionalismo católico integrista y ultraliberalismo económico producto de la confrontación global con el comunismo.

Por otra parte, la impunidad de los responsables de la masacre de junio de 1955 -muchos de los cuales se exiliaron brevemente en Uruguay hasta que triunfó finalmente el golpe tres meses más tarde- contrasta con los fusilamientos de 1956 en José León Suárez y otros lugares, en represalia por el intento de levantamiento que encabezó el general Juan José Valle contra el régimen de la autodesignada "Revolución Libertadora".

"Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina", escribiría Rodolfo Walsh en 1969.

En el prólogo a la reedición de ese año de su libro "Operación Masacre", Walsh alertó, premonitorio: "Que (la oligarquía) esté temporalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos".

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