En esta fiesta, la Iglesia Católica celebra la manifestación (epifanía) de Cristo a las naciones paganas, en las personas de los Reyes Magos.
La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. En ella, se celebra también la adoración de Jesús por parte de unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos”, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación.
"Hoy los Reyes Magos miran con profundo asombro lo que ven: cielo en la tierra, tierra en el cielo, hombre en Dios, Dios en el hombre, aquel al que todo el universo no puede contener ahora encerrado en un cuerpo diminuto. Al mirar, creen y no cuestionan, como sus dones simbólicos dan testimonio: incienso para Dios, oro para un rey, mirra para quien va a morir”, reflexiona san Pedro Crisólogo sobre esta solemnidad.
La fiesta de la Epifanía es una de las más antiguas de la Iglesia, muy probablemente la segunda después de la Pascua. Se inició en Oriente y luego pasó a Occidente, alrededor del siglo IV.
En tiempos anteriores, esta fiesta combinó otras dos manifestaciones de Jesús como Dios: la que tuvo lugar en el Bautismo del Señor (manifestación a los judíos) y la de las bodas de Caná (manifestación a sus discípulos).
Los cristianos conmemoraban esas tres Epifanías en una misma fecha. En algunas iglesias orientales, incluso, le dieron a esta fiesta un carácter celebrativo del nacimiento de Cristo, pero este sentido se fue aminorando cuando se insertó la festividad romana de la Navidad, hacia el siglo IV.
En la Edad Media, la Epifanía poco a poco pasó a conocerse más como la fiesta de los Reyes Magos. Actualmente, la Iglesia Católica celebra las tres Epifanías en diferentes tiempos del calendario litúrgico.
Según la tradición, sus nombres eran Baltazar (de Arabia), Melchor (de Persia) y Gaspar (de la India), y trajeron al Niño Jesús oro, incienso y mirra. "Por el oro se distingue el poder de un rey, por el incienso el honor de Dios, por la mirra el entierro del cuerpo; y en consecuencia, le ofrecen oro como Rey, incienso como Dios, mirra como Hombre”, destaca san Juan Crisóstomo.
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