Corrían los inicios de los años ‘60 y un adolescente que tenía el hábito de coleccionar estampillas llegó hasta el Parque Rivadavia, en pleno corazón de Caballito, donde sabía que al lado de un añoso ombú, se reunían los cultores de la filatelia a intercambiar, comprar y vender lo que para ellos era un tesoro incalculable.
Lejos estaba el joven en cuestión de predecir que el destino lo llevaría a convertirse en el decano de los puesteros de venta de libros y materiales gráficos en toda la ciudad, con más de medio siglo de actividad, casi sin pausa.
A sus 71 años, Ricardo Binder, nacido en Parque Patricios, que hoy vive en Flores, y con cuya esposa (ya fallecida) tuvo cuatro hijos, vive su tercera experiencia como responsable de un puesto de compra y venta de libros de todo tipo y género, en el ya tradicional circuito de Parque Rivadavia, y su “kiosco”, el número 13, lejos de darle mala suerte, es un lugar de continua consulta y oferta de colecciones, textos y hasta rarezas.
En un contexto en el que sus colegas- en el parque hay casi 100 puesteros- ofrecen un abanico de opciones donde entran revistas, fascículos, discos de vinilo, DVD’s, películas, animación y muchas otras opciones, Ricardo se mantiene fiel a todo tipo de libros y colecciones de fascículos, muchas de ellas incluso en otros idiomas, y con un especial énfasis en el material de texto, verdadero ABC de las ventas masivas en ciertas épocas del año.
Ricardo relata que “mi afición por las estampillas fue la que me abrió el camino, ya que en aquel lejano 1962, cuando empecé aquí, los pocos feriantes que había ofrecían su material como los manteros de hoy. Años después la municipalidad exigió montar caballetes, y así transcurrí esos primeros 16 años como puestero, hasta 1978”.
Asegura que “eran años de mucha lectura, pero la gente no se desprendía tanto de los libros, eso sucedió más adelante” y explica que “cuando entré al mundo de los libros, veníamos solo los fines de semana, yo traía pocos libros, y con el tiempo fui haciendo un stock de material para vender, y aprendí a evaluar lo que generaba más interés”.
Aclara que “al principio no había puestos fijos, nos ubicábamos donde podíamos, en los ‘90 eso cambió, y ahora estamos todos los días acá, hasta que se pone el Sol”.
Durante la década del ‘80, Binder tuvo dos locales en Caballito, uno en la calle Guayaquil y otro en José María Moreno. “No era fácil hacer clientela, pero muchos me seguían desde antes. Cuando empecé ordenaba los libros en cajones de fruta, y a los pocos meses recién pude pagar una estantería como la gente”.
Para Ricardo, “lo que nos permite trabajar mejor son los libros de estudio,de texto, pero la buena época es entre febrero y abril, luego no pasa nada, el ritmo es normal” y enfatiza que “aquí siempre hubo altibajos, y la inflación no es de hoy, sino que sucedió en todas las épocas”.
Luego de trabajar un par de años en el parque Centenario, Ricardo volvió al Rivadavia entre 1986 y 1990, y recién volvió al lugar que hoy mantiene en 2010, para establecerse con más regularidad, y en un puesto que heredó de otro colega que se fue.
Ricardo dice que es difícil calcular la cantidad de libros que atesora. Explica que “sólo aquí debe haber más de 4 mil, pero tengo muchos más en mi casa, y los voy trayendo según las necesidades o pedidos” y acepta que el orden es complicado, pero “siempre hay que tener un método,seleccionar por tema o por colección,distribuir las cajas en estantes diferentes y uno con el tiempo ya sabe dónde puede estar cada tema”.
De joven, Ricardo Binder alternó su tarea de librero con actividades como cadete, y señala que “mi primer trabajo fue gracias aun amigo de mi padre, Bandi Binder, un famoso fotógrato y retratista que vivía la mitad del año en Punta del Este y la otra en Estados Unidos, y que tuvo una historia alucinante”.
Según relata, su padre “fue amigo de Páez Vilaró, el plástico, del fotógrafoP edro Raota, retrató a Neruda, y se sacó una foto nada menos que con Discepolín, los dos vestidos de indios”. Cuenta que “yo a Uruguay iba casi todos los veranos, mi papa tenía una casa de fotografía en Punta del Este, se vinculó mucho a gente de alto nivel, y hacía fotos familiares, de playa, y sociales. Tenía un especial talento como retratista, y con su obra se hicieron un par de muestras en esa ciudad”.
Señala que “la segunda pareja de mi padre, una pintora norteamericana llamada Sally Dietrich, aún vive y atesora mucha de la obra de mi viejo”.
Remarca que “yo también fui fotógrafo, tanto en Punta del Este como en Bariloche, hacía fotos sociales, y tengo el orgullo de haber retratado a un grande como Pablo Neruda”.
Ricardo no tiene problemas en comentar un episodio doloroso de su vida que le costó la pérdida de su ojo derecho. “Fue en el colegio secundario nocturno, un compañero queriendo bromear me tiró un papelito con una hondera y con tanta fuerza y mala suerte que le dio de pleno en mi ojo. Aunque me llevaron de urgencia al Santa Lucía, al tiempo lo perdí. Pero lo sobrellevo, porque a cada uno le tocan cosas distintas y hay que seguir viviendo”.
Con respecto a las ventas, Ricardo asegura que “hoy está la economía muy caída y la gente piensa más antes de comprar. Hace un rato, un muchacho me ofreció un libro en 500 pesos, y para nosotros es casi imposible pagar esa cifra, aunque sea un buen libro, porque después se tarda mucho en venderlo, y no podemos pedir demasiado”.
Ricardo dice que “los gastos acá no son tan grandes, por suerte la zona es buena, hay mucho público lector,y tenemos muchos colegios cerca, eso ayuda” y remarca que “autores como Agatha Christie, Borges y Cortázar siempre tienen salida, pero los best sellers no tanto, tienen un tiempo de agotamiento”.
“Hay gente - precisa - que busca obras de Freud, Piaget o Jung, temas de ocultismo, quien vino un par de veces fue Pipo Cipolatti que quería material esotérico. Y por aquí solía venir el humorista Carlos Garaycochea, que murió hace poco”.
Ricardo reflexiona que “La cultura cambia, los de 40 años para arriba tienen una vinculación mayor con los libros, los más jóvenes se interesan más, en cambio, por leer en otros formatos, como los celulares o las pantallas electrónicas”.
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