Dos veces presidente de la Nación, la primera tras consumar el exterminio de comunidades indígenas en lo que se dio en llamar la Conquista del Desierto, Julio Argentino Roca también transita los senderos de la historia subterránea autóctona guiado por la pasión irrefrenable.

Rubio, de ojos celestes y porte marcial, Roca tuvo tres mujeres que marcaron su vida. Ignacia Robles, una novia que de joven lo cautivó; Clara Funes, su esposa y madre de los seis hijos que tuvo el matrimonio, y Guillermina María Mercedes de Oliveira César, la mujer de su mejor amigo y a la postre, su amante.

El Zorro, como llamaban a Roca por su plasticidad para urdir estrategias políticas y militares, tenía en Eduardo Wilde a un compañero de fierro, al cual llevó a su primer gobierno como titular de la cartera de Educación e Instrucción Pública y al segundo, como ministro plenipotenciario en el exterior.

Pero a su vez Wilde, un médico higienista que lució durante la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires de 1971 pero que también descolló como pensador, periodista y escritor, tenía un tesoro que un día encendió el calor pasional de un ya maduro Roca: su joven esposa Guillermina.

Tan bonita era la chica que contrajo nupcias a los 15 años con Wilde cuando éste tenía 41, que su marido solía terminar sus noches de parranda de las que nunca se alejó ni aun casado llevando a sus amigos para que contemplaran sigilosamente la belleza de su esposa mientras dormía.

El propio Roca fue el padrino de la boda concretada en 1885, cinco años antes que el Zorro enviudara y empezara a ver de otra manera a Guillermina quien para entonces había dejado atrás candor e inocencia para convertirse en una mujer subyugante y de una mentalidad abierta frente al recato femenino impuesto por las costumbres de la época.

El Zorro en el gallinero

La relación clandestina explotó como un polvorín en medio del desierto a partir de 1890 y se convirtió en un secreto a voces en la ‘hight society’ porteña donde la comidilla era el triángulo conformado por Roca, Guillermina y Wilde.

Tal era la articulación del trío que en ocasión de un viaje oficial a Río de Janeiro, Roca movió los hilos para que una de las habitaciones del Palacio Catete en el que estaba alojado estuviera destinada al matrimonio Wilde y cerca de la suya.

Más tarde puso a un hermano de su amante al frente de la escolta presidencial a la cual la mordacidad citadina bautizó con el nombre de “Los Guillerminos”.

Para su segundo mandato, Roca nombró a Wilde ministro plenipotenciario en los Estados Unidos primero, y en los países Bajos después, para muchos con la intención de cortar la relación con Guillermina. Pero otros aseguran que el mandatario apuntó a enviar al funcionario lo más lejos que fuera y quedarse con Guillermina, jugada que le salió mal y su amor oculto partió hacia Europa.

Tiempo después, la muerte de su padre hizo que Guillermina volviera sola a Buenos Aires, lo que le dio a Roca la posibilidad de consolarla casi por espacio de un mes hasta que la mujer volviera a Bruselas donde al poco tiempo iba a enviudar: Wilde, con 69 años, murió el 5 de setiembre de 1913.

Como ironía de la vida, la muerte también se llevó a Roca 371 días más tarde, a los 71 años, tras un furioso ataque de tos que significó el preludio de una embolia fatal de la que fueron testigos las dos hijas solteras del ya por entonces ex presidente.

Guillermina recién iba a volver a la Argentina en 1920. Antes tuvo un desempeño enaltecedor como integrante de la Cruz Roja en Bélgica durante la Primera Guerra Mundial. Murió 16 años después con los recuerdos vívidos de su amante, que nunca la olvidó, y su marido, quien siempre supo del fuego que compartían su mujer y su amigo sin que la traición le afectara demasiado.

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