Este 24 de noviembre se cumplió un siglo de cuando, en 1922, tuvo lugar el primer ingreso a la tumba del “faraón niño”, Tutankamón, tras permanecer cerrada por cerca de 3.500 años.
La persona que tuvo ese privilegio fue Lord Carnavon, el millonario inglés que financiara las investigaciones del egiptólogo Howard Carter. Quitó una pared de escombros, permitió que la luz ingresara a ese sitio oculto por tanto tiempo, y sólo se atrevió a decir: “¡Cosas maravillosas!”, refiriéndose a lo que sus ojos estaban viendo.
Esa noche, escribió en su diario personal: “Hoy ha sido el día más maravilloso de mi vida y dudo que alguna vez pueda tener alguno más feliz que éste.”
Unos días más tarde, Carnavon –que residía en el Hotel Savoy, de El Cairo– sufrió la picadura de un mosquito en la mejilla izquierda, al afeitarse se lastimó lo que produjo una intensa inflamación que lo llevó a tener 40 grados de fiebre.
La situación se complicó con septicemia y neumonía, Nunca se recuperó, para fallecer en la capital egipcia el 5 de abril de 1923. Sus últimas y enigmáticas palabras fueron: “He escuchado su llamada y le sigo.” ¿A quién o a qué se refería?
La historia de la “maldición de los faraones” a quienes se atrevían a ingresar a sus lugares dispuestos para el descanso eterno, comenzaba en este mismo momento. Con dos singulares coincidencias: en el mismo momento en que Carnavon desencarnaba, las luces de El Cairo se apagaron repentinamente y, a cientos de kilómetros de distancia, en el castillo de Highclere, Susie, la perra del aristócrata, a la que tantas veces había llevado a Egipto, aulló lastimeramente muriendo en el acto.
A partir de todo esto, más de uno recordó que Sir Alan Gardiner, el prestigioso arqueólogo que acompañó a la expedición cuando fue abierta la tumba de Tutankamon, afirmó haber visto una tablita de arcilla donde podía leerse: “La muerte golpeara al que turbe el reposos del faraón.” Objeto cuyo paradero es, aún hoy, desconocido. Si existe, en la base de la estatua de Anubis, la leyenda: Yo soy el que impide a la arena invadir la cámara secreta.
”También es real que Reginald Engelbach, inspector del Ministerio de Antigüedades de Egipto, descubrió una tablilla con la inscripción: “El espíritu del muerto retorcerá el cuello del ladrón de tumbas como a un pato.”
Conozco la tumba del Faraón Niño. La he visitado, recorrido todo su interior. Realizado algunos estudios. Es un espacio compuesto por varias habitaciones, al que se accede descendiendo por unas escaleras tras atravesar un pórtico pequeño. Algunos especialistas afirman que no es, en realidad, una tumba sino un depósito de objetos y herramientas que fue adaptado para depositar la momia de este faraón prematuramente muerto.
Cabe agregar que si bien tanto el sarcófago como numerosos elementos allí hallados se exhiben en el Museo de antigüedades de El Cairo, la momia nunca fue sacada de su lugar de reposo.
En tres décadas se contabilizaron 27 muertes misteriosas atribuidas a la maldición de Tutankamon. Repasemos las más conocidas. Arthur C. Mace, ayudante de Carter y conservador del Metropolitan Museum, comenzó con un gran cansancio, que se agravó hasta quedar inconsciente.
Murió por causas desconocidas, en el mismo hotel que Carnarvon. George Jay – Gould, amigo del lord inglés, al día siguiente de visitar su tumba, despertó con una fiebre muy elevada para fallecer esa misma noche.
El Industrial ingles Joel Wolf, invitado a conocer la tumba, cuando se embarcó de regreso durante su trayecto falleció a causa de una alta fiebre.
Archibald Douglas Reed, fue el radiólogo que cortó las vendas de aquella momia para examinarla con rayos X. Mientras regresaba embarcado a Inglaterra comenzó a sufrir mareos para fallecer antes de arribar a puerto.
Seis meses después el hermano de Carnarvon, Audrey Herbert, falleció víctima de una infección dental. A lo extraño que fue eso, se sumó que la enfermera que lo cuidaba murió poco después.
Richard Bethell, secretario de Carter, hijo de lord Westbury, murió de repente y de manera inexplicable. Fue hallado sentado en uno de los cómodos sillones del club que frecuentaba, el Mayfair. Al tomar conocimiento de tan imprevisible muerte, el padre se tiró por la ventana de su despacho. No terminaron entonces las desgracias. Cuando el cortejo se dirigía al cementerio, el coche fúnebre chocó y al volcar dio muerte a un niño de 8 años. Demasiado para sólo pensar en “casualidades.”
El jefe de los conservadores del Museo de Louvre, Georges Benedite, visitó la tumba de Tutankamón para murió a los pocos días.
El caso siguiente es particularmente interesante pues refiere a alguien vinculado a la ciudad de Buenos Aires. Nos referimos a Sir John Arthur Peire (1885/1929), nacido en Gibraltar, quien fuera dueño de la famosa empresa del siglo XX, llamada El Trust Joyero Relojero, que tenía su gran local de ventas frente al obelisco de la Ciudad de Buenos Aires. Exactamente a los 12 meses de haber visitado e ingresado a la tumba, con sólo 44 años de edad, desencarnó.
También el actor inglés Ian McShane (quien personificó a Judas Iscariote en la película Jesús de Nazareth, realizada por Franco Zeffirelli) parece haber sido objeto de la maldición. Ocurrió que, mientras filmaba un largometraje de ficción cuyo eje temático es la maldición de los faraones, el automóvil que manejaba salió de la carretera provocándole una grave fractura en una pierna.
Tal vez, para estos misterios, corresponda recordar aquella frase que Shakespeare le hace decir a Hamlet "hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía".
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, parapsicólogo, filósofo y escritor. www.antoniolasheras.com