El arqueólogo Howard Carter abrió la tumba de Tutankamón por primera vez el 26 de noviembre de 1922, El 16 de febrero de 1923, confirmó que la puerta conducía al sarcófago del faraón. El día de la apertura oficial fue el 17 de febrero de 1923.
Fue un 24 de noviembre de 1922, cuando se hizo el primer ingreso a la tumba del “faraón niño”, Tuthankamon, tras permanecer cerrada por cerca de 3.500 años. La persona que tuvo ese privilegio fue Lord Carnavon, el millonario inglés que financiara las investigaciones del egiptólogo Howard Carter. Quitó una pared de escombros, permitió que la luz ingresara a ese sitio oculto por tanto tiempo, y sólo se atrevió a decir: “¡Cosas maravillosas!”, refiriéndose a lo que sus ojos estaban viendo.
Esa noche, escribió en su diario personal: “Hoy ha sido el día más maravilloso de mi vida y dudo que alguna vez pueda tener alguno más feliz que éste.” Tuthankamon, fue faraón durante una década, muriendo alrededor de los 20 años de edad en circunstancias que siguen siendo objeto de debate Está enterrado en una pequeña –comparada con las demás– tumba que se encuentra en el Valle de los Reyes.
Unos días más tarde de haber ingresado al lugar, Carnavon –que residía en el Hotel Savoy, de El Cairo– sufrió la picadura de un mosquito en la mejilla izquierda, al afeitarse se lastimó lo que produjo una intensa inflamación que lo llevó a tener 40 grados de fiebre. La situación se complicó con septicemia y neumonía, Nunca se recuperó, para fallecer en la capital egipcia el 5 de abril de 1923. Sus últimas y enigmáticas palabras fueron: “He escuchado su llamada y le sigo.” ¿A quién o a qué se refería?
La historia de la “maldición de los faraones” a quienes se atrevían a ingresar a sus lugares dispuestos para el descanso eterno, comenzaba en este mismo momento.
Con dos singulares coincidencias: en el mismo momento en que Carnavon desencarnaba, las luces de El Cairo se apagaron repentinamente y, a cientos de kilómetros de distancia, en el castillo de Highclere, Susie, la perra del aristócrata, a la que tantas veces había llevado a Egipto, aulló lastimeramente muriendo en el acto.
A partir de todo esto, más de uno recordó que Sir Alan Gardiner, el prestigioso arqueólogo que acompañó a la expedición cuando fue abierta la tumba de Tuthankamon, afirmó haber visto una tablita de arcilla donde podía leerse: “La muerte golpeara al que turbe el reposo del faraón.” Objeto cuyo paradero es, aún hoy, desconocido. Lo que sí existe aún, y se encuentra en la base de la estatua al dios Anubis, es la leyenda: "Yo soy el quien impide a la arena invadir la cámara secreta”.
También es real que Reginald Engelbach, inspector del Ministerio de Antigüedades de Egipto, descubrió una tablilla con la inscripción: “El espíritu del muerto retorcerá el cuello del ladrón de tumbas como a un pato.”
Muchas hipótesis se han enunciado para explicar las misteriosas muertes ocurridas en torno a quienes fueron los primeros profanadores de la tumba del Faraón Niño. En estos días surgió otra.
Se trata de Ross Fellowes quien, en la revista Journal of Scientific Exploration, publica –en la edición del pasado mes de marzo– un trabajo titulado “The Pharaoh’s Curse: New Evidence of Unusual Deaths Associated With Ancient Egyptian Tombs”, donde explica: "Una encuesta realizada entre egiptólogos de campo de la era moderna revela una incidencia muy elevada de muertes inusuales compatibles con síntomas de cáncer hematopoyético, un escenario paralelo a la enfermedad por radiación causada por la exposición a radiaciones anormalmente altas de la que ya se había informado en tumbas".
Por lo tanto, atribuye la causa de las muertes –que en su momento resultaron extrañas o, directamente, inexplicables– a envenenamiento por radiación procedente de elementos naturales que contenían uranio y residuos tóxicos que –según este investigador– habrían sido introducidos a propósito en el interior de la cámara mortuoria justo antes de ser cerrada herméticamente.
El estudio incluye el listado de unos 70 egiptólogos y las causas de sus muertes, siendo las más aquellas causadas por cáncer.
"La fuerte radiación (como radón) reportada en las ruinas de las tumbas se ha atribuido vagamente al fondo natural del lecho de roca madre", señala Fellowes. Para agregar: "Sin embargo, los niveles son inusualmente altos y localizados, lo que no concuerda con las características del lecho de piedra caliza pero implica alguna otra fuente no natural".
El trabajo señala que también se documentaron altos niveles de radiación en las ruinas de tumbas del Reino Antiguo, así como en dos lugares de Giza y en varias tumbas subterráneas en Saqqara. Fellowes lo que "se asoció una intensa radiactividad con dos cofres de piedra, especialmente en el interior"
Lo propuesto por Fellowes abre un camino interesante para indagaciones futuras, pues es muy posible que los egipcios del tiempo faraónico hubieran dejado a propósito sustancias nocivas en el interior de los monumentos funerarios a efectos de castigar a los ladrones que –según se ha determinado– eran muy frecuentes.
Empero esto puede servir para aclarar los fallecimientos ocurridos en investigadores que trabajaron en otros sitios de Egipto. Y también, como ya veremos, con aquellas las muertes relacionadas con la momia de Tuthankamon donde aparecen decesos repentinos con síntomas de fiebre, cansancio, mareos y similares que bien podrían estar vinculados a haber estado expuestos a radiaciones letales.
Conozco la tumba del Faraón Niño. La he visitado, recorrido todo su interior. Realizado algunos estudios. Es un espacio compuesto por varias habitaciones, al que se accede descendiendo por unas escaleras tras atravesar un pórtico pequeño. Algunos especialistas afirman que no es, en realidad, una tumba sino un depósito de objetos y herramientas que fue adaptado para depositar la momia de este faraón prematuramente muerto. Pero, en el caso concreto del Faraón Niño hay otras causas de muerte que, en modo alguno, pueden vincularse a enfermedades. Ahora lo veremos.
Cabe agregar que, si bien tanto el sarcófago como numerosos elementos allí hallados, se exhiben en el Museo de antigüedades de El Cairo, la momia nunca fue sacada de su lugar de reposo.
En tres décadas se contabilizaron 27 muertes misteriosas atribuidas a la maldición de Tuthankamon. Repasemos las más conocidas. Arthur C. Mace, ayudante de Carter y conservador del Metropolitan Museum, comenzó con un gran cansancio, que se agravó hasta quedar inconsciente. Murió por causas desconocidas, en el mismo hotel que Carnarvon.
George Jay–Gould, amigo del lord inglés, al día siguiente de visitar su tumba, despertó con una fiebre muy elevada para fallecer esa misma noche. El Industrial ingles Joel Wolf, invitado a conocer la tumba, cuando se embarcó de regreso durante su trayecto falleció a causa de una alta fiebre.
Archibald Douglas Reed, fue el radiólogo que cortó las vendas de aquella momia para examinarla con rayos X. Mientras regresaba embarcado a Inglaterra comenzó a sufrir mareos para fallecer antes de arribar a puerto. Seis meses después el hermano de Carnarvon, Audrey Herbert, falleció víctima de una infección dental. A lo extraño que fue eso, se sumó que la enfermera que lo cuidaba murió poco después. Richard Bethell, secretario de Carter, hijo de lord Westbury, murió de repente y de manera inexplicable. Fue hallado sentado en uno de los cómodos sillones del club que frecuentaba, el Mayfair. Al tomar conocimiento de tan imprevisible muerte, el padre se tiró por la ventana de su despacho. No terminaron entonces las desgracias. Cuando el cortejo se dirigía al cementerio, el coche fúnebre chocó y al volcar dio muerte a un niño de 8 años.
Demasiado para sólo pensar en “casualidades.” El jefe de los conservadores del Museo de Louvre, Georges Benedite, visitó la tumba de Tutankamón para murió a los pocos días.
El caso siguiente es particularmente interesante pues refiere a alguien vinculado a la ciudad de Buenos Aires. Nos referimos a Sir John Arthur Peire (1885/1929), nacido en Gibraltar, quien fuera dueño de la famosa empresa del siglo XX, llamada El Trust Joyero Relojero., Exactamente a los 12 meses de haber visitado e ingresado a la tumba, con sólo 44 años de edad, desencarnó.
También el actor inglés Ian McShane (quien personificó a Judas Iscariote en la película Jesús de Nazareth, realizada por Franco Zeffirelli) parece haber sido objeto de la maldición. Ocurrió que, mientras filmaba un largometraje de ficción cuyo eje temático es la maldición de los faraones, el automóvil que manejaba salió de la carretera provocándole una grave fractura en una pierna.
Todo lo expuesto, nos lleva a recordar aquella frase que Shakespeare le hace decir a Hamlet, que "hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía"
En mi caso particular, por supuesto pienso seguir visitando Egipto.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, parapsicólogo, filósofo, historiador y escritor. e mail: [email protected]