El 13 de octubre de 1307 Jaques Bernard de Molay, último Gran Maestre de la Orden de los Templarios, fue arrestado junto con otros miembros de la hermandad por disposición de Felipe IV “El Hermoso”, rey de Francia, con el silencioso apoyo del Papa Clemente V.
La persecución había comenzado a principios de ese año cuando el monarca, acusándolos de herejía, ordenó la captura de todos los miembros de la Orden que se encontraran en territorio francés. En verdad, la historia comenzó mucho tiempo antes.
El 18 de marzo de 1314 el Gran Maestre fue asesinado en la hoguera. Afirma la tradición que pidió ser atado en el poste mirando hacia Notre Dame y que merced a su excelente y bien entrenado dominio psicofísico pudo soportar la tortura del fuego sin sentir dolor.
También se comenta que Dante Alighieri estuvo presente en ese momento, oculto entre el gentío que presenciaba la escena; pero que días antes había tenido una extensa conversación, en privado, con de Molay, lograda a través del soborno a los guaridas.
El Temple fue fundado en el año 1118 cuando Hugo de Payen, André de Montbard y otros siete caballeros ofrecieron a Balduino, entonces rey de Jerusalén, organizarse y velar por la seguridad de los peregrinos a Tierra Santa.
Con el transcurso del tiempo la Orden del Temple (nombre fruto de que su primer asentamiento fueron las caballerizas del Primer Templo erigido por el rey Salomón) se enriqueció merced a donaciones, a los magníficos negocios mercantiles y financieros (baste decir que fueron los inventores de las letras de cambio) y al botín obtenido en Tierra Santa otorgado a ella mediante las bulas papales Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). Los Templarios fueron prestamistas de nobles y reyes, y financiaron la construcción de numerosas catedrales en el país galo. Además colaboraron en las cruzadas con dinero y efectivos militares.
Este poderío, junto al hermetismo del grupo, comenzó a generar el recelo de la gente, especialmente de aquellos que debían grandes sumas de dinero a la Orden. Este fue el motivo principal por el cual Felipe IV decidió poner fin a la existencia de los Templarios, quien se encontraba fuertemente endeudado con ellos.
La excusa que el rey francés arguyó para justificar la persecución fue la de herejía y sacrilegio. Todo basándose en habladurías y supuestas confesiones de integrantes que habían sido expulsados de la Orden. La realidad es que jamás se pudo comprobar nada de lo que se les imputó, ni hallar imagen alguna de ídolos o fetiches.
Cuando se llevó a cabo el arresto de los Templarios y de su último Gran Maestre el 13 de octubre de 1307, apoyados por el pontífice Clemente V mediante la bula Pastoralis Proeminentiae, los miembros de la Orden y su presunta autoridad máxima no ofrecieron resistencia y se entregaron mansamente a los designios del rey.
Tanta mansedumbre despertó el asombro de los captores lo que, con el paso del tiempo, fue interpretado de muy diversas maneras.
Un aspecto muy importante de la Orden del Temple permitirá comprender esta cuestión de la falta de resistencia frente a la detención. La hermandad estaba constituida por tres ramas: la militar, la de los monjes y la de los maestros secretos. El verdadero Gran Maestre nunca fue conocido por los profanos y ni siquiera por la mayoría de los miembros de la Orden.
Esto no debe sorprender, puesto que es usual en todas las instituciones secretas, esotéricas e iniciáticas exista un alto mando que permanece fuera del conocimiento de quienes no alcanzan las mayores jerarquías.
Jaques de Molay (cabeza visible y pública de la Orden pero no la verdadera) era un hombre analfabeto, así como el resto de los hombres que, en apariencia, se dejaron capturar sumisamente por los soldados del rey Felipe. Estaban cumpliendo la misión más delicada e importante de toda su vida. De ellos dependía que el Temple salvara sus preciosos misterios y que las jerarquías ocultas embarcaran, sin que fueran perseguidas, en el puerto que mantenían fortificado en La Rochelle, (situado en las aguas atlánticas de las costas francesas) para alejarse definitivamente de Europa y del Medio Oriente hacia unas tierras denominadas Armórica (el lugar de la armonía), designación dada a América por aquellos que llegaron mucho antes de que lo hiciera Cristóbal Colón, y así salvaguardar también sus riquezas.
Por esta razón es que Molay se entregó obedientemente a sus captores. ¿Acaso halló el monarca la inmensa fortuna Templaria? La respuesta es no. Sólo pudo apropiarse de las fincas y propiedades que en nada se comparan con lo que esperaba hallar. Lo de valioso había sido salvaguardado. El gran poder de la Orden incluía un “servicio secreto” que fácilmente pudo enterarse con anticipación de los planes de Felipe IV.
Antes de morir en la hoguera, Jacques de Molay afirmó: "Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad".. Casualidad o no, lo cierto es que en menos de un año fallecieron Felipe IV y Clemente V, tal como lo profetizara el Gran Maestre.
El Papa falleció a los 37 días, en medio de fuertes e insoportables dolores. Sus médicos anunciaron que había muerto “merced a unos horribles sufrimientos”. Felipe murió el 29 de noviembre al chocar con la rama de un árbol mientras montaba a caballo por el bosque de Fontainebleau. El golpe fue tan grave que el monarca pereció de una parálisis general, con grandes padecimientos hasta que llegó el deceso.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor. e mail: [email protected]