Cuando era chico, en la lejana Seúl, capital de Corea del Sur, Yeal Kim solo soñaba con ser diplomático algún día mientras junto a sus hermanos ayudaba a su padre en el taller de fabricación de ropa para vender a mayoristas, y jamás imaginó que su destino estaría tan alejado de esos proyectos, y a la vez tan unido a nuestro país.
Tras un largo camino recorrido, que incluyó la llegada a la Argentina de adolescente junto a su familia, los duros inicios como habitantes de una villa porteña, y un lento pero sostenido progreso en el ámbito textil, hoy Kim es no solo un esforzado empresario del área, sino que desde hace unos meses preside la Fundación Pro-Tejer, entidad nacida hace más de 15 años con el fin de justamente dar protección a las PyMEs locales del sector.
Con una historia de vida muy particular y que se podría enmarcar dentro de la clásica premisa de la aspiración por el ascenso social a partir del trabajo y el esfuerzo, pero sin descartar la ayuda de lo colectivo, Yeal Kim (60) sufrió numerosos avatares pero logró desafiar las tan en boga “tormentas” económicas y convertirse en un argentino más, capaz de preparar un buen asado o gritar los goles de River casi como los de Corea ante Alemania en el último Mundial.
Llegado a nuestro país a los 18 años, Kim cuenta que “nací en un ámbito textil, ya que mi papá tenía una empresa de telares en Seúl. Fabricaba ropa y vendía al por mayor, éramos ocho hermanos y dentro de todo, teníamos una vida humilde pero aceptable” y aclara que “estamos hablando de una Corea que en aquellos años ni soñaba con ser la potencia productiva en la que se convirtió luego de los ‘80”.
Comenta que “mi viejo era un gran luchador, pero llegó un momento en que se hacía muy difícil mantenerse con cierta dignidad, aún Corea era pobre, agrícola, lejos del desarrollo posterior”. Fue entonces, explica, que “haciéndole caso a amigos coreanos que vivían en Argentina, que le hablaban casi de una tierra prometida y abundante en recursos, papá decide vender su empresa y venirse aquí”.
Yeal señala que “salvo un hermano, nos vinimos todos, fue en 1976, llegamos sin plata, y pronto nos dimos cuenta que la vida no iba a ser nada fácil” y remarca que “pese a la ayuda de amigos, al principio debimos sobrevivir en el entonces Barrio Rivadavia, que hoy es la villa 1-11-14”.
En una casa de ladrillos de 150 metros cuadrados, todos se distribuían para descansar en dos dormitorios y un living. Para Kim, fue “un cambio muy duro, era venir a un país donde no sabía el idioma, y subsistir en un hábitat más precario me costó, pero aún así logré hacerme algunos amigos”.
Yeal confiesa que “al principio me arrepentí de haber venido, porque tenía otra idea de bienestar, ya que por ahí dormíamos en colchones tirados en el piso y sin ninguna comodidad, pero de a poco pudimos ir saliendo, ya que nos facilitaron una máquina de tejer, y al año pudimos acceder a otras dos, y el trabajo se fue multiplicando”.
Kim dice que “en mi país, de Argentina solo sabía cosas básicas, como el tango, el fútbol, la buena carne” y señala que “en la villa vivimos tres años, con los vecinos nunca tuvimos problemas, aunque algunos se extrañaban porque veníamos de un lugar muy diferente”.
Tras un largo periplo, que incluyó varias mudanzas, y hasta un año viviendo en Los Angeles, Kim logró afianzarse en el sector textil, como dueño de la empresa Amesud en la ciudad de San Martín, que hoy emplea a más de 400 personas. Pero se declara un “agradecido al país, ya que siempre nos dieron un lugar y me permitieron crecer y considerarme un argentino más”.
La fundación Pro-Tejer fue creada hace 15 años, y uno de sus socios fundadores fue precisamente, Yeal Kim. Comenta al respecto que “nació como una necesidad de las PyMEs que no tenían gran representación en el contexto del sector, y la premisa básica fue defender la producción nacional y desarrollar la amplia variedad de indumentaria local”.
Aún cuando no pierde la confianza, Kim traza un diagnóstico de la actualidad y afirma que “nuestro sector trabaja en un 50 por ciento de la capacidad instalada, hay sin dudas una retracción en el mercado, en especial por el aumento de las importaciones, y esto implicó además que se hayan perdido unos 35 mil puestos de trabajo, dentro de una industria que genera unos 400 mil empleos”.
Según Kim, antes había una producción de 250 mil toneladas que se redujo a 180 mil en poco más de dos años. No obstante, fiel a su actitud de lucha, tiene fe en lograr revertir ciertas reglas de juego, y apunta que “no hay un solo culpable, más allá de los gobiernos tenemos que analizar el problema y buscar soluciones, en especial por el lado de los impuestos, que hoy nos llevan un 50 por ciento, cuando el costo de la prenda es de un 8 del precio final”.
Tras los primeros años de adaptación a un nuevo país, Yeal y su familia pudieron ir saliendo a flote en la actividad que conocían. Gracias a la ayuda de un empresario, Samuel Marín, que les ofreció compartir una sociedad, valorando su “honestidad” para el trabajo, pudieron crecer dentro del mercado.
Al tiempo, Yeal instaló un negocio de ropa en la zona de Once, donde la venta de buzos, pullovers y camisas eran moneda corriente. Pero la política liberadora de importaciones de Martínez de Hoz los perjudicó demasiado, y debió remar bastante para mantener su pequeño local.
Ya en los años ‘80, de nuevo en democracia, Kim pudo recuperar el nivel de ventas. Pero tras un viaje a una exposición en Brasil, y en plena época de paros gremiales al gobierno de Raúl Alfonsín, Yeal relata que “entré en una crisis por la inestabilidad, y decidí irme a Los Angeles y dejarle el negocio a mi hermana”.
Tras un año en la ciudad norteamericana, donde tenía una tienda de atención al público y confraternizó con otros compatriotas suyos (la colonia coreana hoy llega al millón de ciudadanos en ese país), pero donde casi no tenía descanso laboral, Yeal empezó a extrañar su patria adoptiva. Y decidió el regreso.
Hoy, casado con una coreana, y con tres hijos, el mayor siguiendo sus pasos, el menor rodando por el mundo como fotógrafo, y una hija que eligió otra actividad, Kim maneja junto a dos socios su propia empresa familiar, que por supuesto, y aún a contrapelo de una situación difícil, sigue dando tela para cortar.