Su esencia está forjada en canciones y guitarras que lo convirtieron en un artista realmente excepcional, mérito que anuda al entrañable amor de toda su familia que ve en él no sólo un músico, sino también un ángel.

Mientras el Chango Sanjuanino, la marca que es sinónimo de Segundo Castro, pone play a distintos CD grabados a los largo de sus 60 años en el ruedo musical, su yerno apunta por lo bajo que el hombre que está accionando el estéreo "es un groso" y su hija Mercedes, va más allá en la categorización de su padre y lo define, sin más, con un concepto que emociona: "es un ángel".

Castro, el depositario de aquellas apreciaciones, aunque no las haya escuchado empeñado como estaba en que el periodista y el fotógrafo de HISTORIAS DE VIDA conocieran su tema 'Zamba para mi guitarra', certifica con gestos, actitudes, palabras y música las opiniones familiares desde una postura humilde y profunda apoyada en una trayectoria que lo ubican como un grande entre los grandes.

De hecho, Castro cantó entre otros junto a Hilario Cuadros, Buenaventura Luna, Julio Argentino Jerez, Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, Dalmacio Esquivel, Los Chalchaleros, Andrés Chazarreta, Hernán Figueroa Reyes, Hugo Del Carril, Los fronterizos y Hugo Díaz, a la vez que gravitó en las carreras más que exitosas de Mercedes Sosa, Virginia Luque y Uña Ramos.

A sus 83 años, se indigna si alguien sirve empanadas sanjuaninas acompañadas con gaseosas como sustitutas del vino tinto y reconoce que ha llevado "una vida de cantante dedicada al folklore al punto que quiero seguir cantando y difundiendo la música de nuestras tradiciones".

Todo empezó cuando tenía 14 años, a la vuelta de la fábrica de calzado en la que trabajaba luego que su familia se trasladara a Buenos Aires tras el terremoto que devastó San Juan, en 1946, y que particularmente se ensañó con la casa que habitaba en la localidad de Trinidad.

Aquel día, como lo hacía habitualmente, se quedó mirando por una ventana el interior de una casa donde cuatro hombres siempre tocaban la guitarra. "'Che pibe, ¿querés aprender?, me dijeron. Les dije que sí, me enseñaron y tres años después entré a tocar como primera guitarra en Radio Belgrano para acompañar a distintos cantantes, pero de tango", narró.

Pero al poco tiempo, una oferta del compositor de folklore Oscar Vallés lo acercó al rubro que lo atrapó para siempre y encima como primera voz de un grupo. Cinco años más tarde formó su propio conjunto, Los Changos Sanjuaninos, con el que desplegó una carrera brillante hasta fines de los 50.

El padre del folklore

Con ese grupo actuó en la inauguración de Canal 7 y ya como solista se hizo fuerte en las peñas folklóricas donde en la de Fernando Ochoa, en 1975, conoció a María Marta Torres, una enfermera viuda, madre de dos hijos pequeños, Mercedes y Carlos, que terminaron convirtiéndose en su familia hoy multiplicada en ocho nietos y seis bisnietos.

Mercedes y Carlos refieren al Chango como el otro padre que les regaló la vida, quien los colmó de afecto y cariño al igual que a María Marta, atenta a todo aquello que su marido necesita y que agradece con lágrimas a la clínica Paso donde el verano pasado sus médicos lo rescataron a Castro de una severa insuficiencia cardíaca.

El Chango también está agradecido porque esos cuidados y tratamientos lograron que su corazón siga latiendo a ritmo de cuecas y zambas en la melodía impuesta por su alma, que como afirma, habita para siempre en su ser y en una guitarra.

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