Fiel a su estilo, y con la verborragia habitual, Donald Trump impulsó el traspaso de la embajada de Estados Unidos en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén, una decisión que generó la rápida crispación en todo Medio Oriente, certificando las innumerables advertencias que le habían indicado al presidente del país norteamericano cada uno de los líderes del planeta, conscientes de lo descabellada que era la idea. Aún así, siguió su lógica y aplicó un criterio que le genera todavía más incertidumbre a una región que, ya de por sí, está envuelta en un conflicto permanente.
El gesto, por lo pronto, fue más simbólico que práctico, pues para que la entidad diplomática esté activa en la denominada ciudad santa va a pasar un largo tiempo. Sin embargo, ya hizo mella porque se trató, de forma contundente, del reconocimiento de ese territorio como la capital del Estado hebreo, dando por tierra con un extenso itinerario de resoluciones a nivel internacional que intentaban llevar un poco de paz a ese espacio, el más importante para judíos, musulmanes y cristianos.
Ahora bien, ¿por qué se plasmó en la realidad esa postura del magnate republicano? Y la respuesta está en la premisa de su eslogan. El “hacer a América grande otra vez” resalta que la política exterior de la principal potencia del mundo está supeditada a lo que se requiere puertas adentro. Y en la Casa Blanca, entonces, cobijaron los intereses propios, más allá de lo que se exponga fronteras afuera.
Allí se reluce, por caso, el poder de lobby de distintas organizaciones, entre las que cuentan con mayor fuerza los referentes del Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (Aipac, por sus siglas en inglés). A tal magnitud que el propio Trump les puso en consideración en plena campaña, el año pasado, que iba habilitar el traslado de la embajada una vez erigido en el Salón Oval. Y no defraudó.
No es la primera vez que remarca esta fórmula: la salida del Acuerdo de París, que pregona la lucha contra el calentamiento global, está en la misma sintonía. Es que el gran caudal de votos que consiguió se respaldaron en los cordones industriales, esos que habían quedado obsoletos en los últimos tiempos, crisis económica de por medio. El actual presidente desacreditó las razones del cambio climático, volvió a poner en el centro de la escena al consumo desmedido de hidrocarburos, y poco importó sus consecuencias en el entramado internacional.
Aunque, tanto en ese caso como el actual, EEUU recibió duras críticas, quedando a la intemperie y minando su jerarquía en el tablero mundial. Quien lo padeció esta semana fue su embajadora en la Organización de Naciones Unidas, Nikki Haley, que escuchó, en la reunión de urgencia propuesta por el Consejo de Seguridad, que la decisión sobre Jerusalén generaba un riesgo mayúsculo en torno a la estabilidad de la región.
La advertencia ya se la habían hecho al Ejecutivo norteamericano desde distintos sectores. Pero, con la idea consuma, ¿qué puede ocurrir? En principio, desestimar, en el corto plazo, un camino hacia la paz en Medio Oriente, con el agravante de que ya Estados Unidos podría quedar deslegitimado cono garante en ese proceso. La razón es simple: cualquier atisbo de acercamiento que se pretenda, por ejemplo, entre Israel y Palestina, desde el bloque islámico, dado el precedente inmediato, estará puesto en cuestionamiento si cuenta con el aval de la Casa Blanca. Ese es un puntal básico que tendrá en consideración el líder palestino, hoy en la cabeza de Mahamud Abbas, para no perder prestigio en su terreno.
Pero también habrá que aguardar por el movimiento de los países de la zona que suelen estar alineados con la nación norteamericana como Arabia Saudita o Egipto. Es que este giro histórico se da en un momento particular, en pleno enfrenamiento cada vez menos solapado entre el reino e Irán, los dos principales exponentes.
Aquel, incluso, llegó a tener en las últimas semanas un vínculo más estrecho con Israel en pos de evitar el crecimiento de su rival persa. Sin embargo, lo acontecido con Jerusalén propició una revuelta en el mundo musulmán que genera resquemor y podría desestabilizar ese nexo reciente, además de hacer algo de mella en el ya añejo vínculo con EEUU.
Irán, en tanto, toma fuerza, observando una convulsión que hasta propició el llamado de una nueva Intifada, justo a 30 años de la primera, esa que vio parir a Hamas, el grupo islámico radicalizado. Ese bloque abogó ahora por una revuelta masiva que ya generó un puñado de muertos y centenares de heridos en los enfrentamientos. Todo, paradójicamente, a poco de haber rubricado un acuerdo con Al Fatah, el otro órgano de gobierno en Palestina, entre octubre y noviembre, para unificar criterios en elecciones y así evitar el derramamiento de sangre. Esto último era custodiado por El Cairo, como garante en la reconciliación, pero en Washington, con su decisión, complicaron el panorama.
Recién se vislumbran las primeras reacciones, y no se sabe qué ocurrirá en lo inmediato con un Medio Oriente al que Trump le añadió un nuevo capítulo en su complejo entramado de conflictos.
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