El bombardeo al país de Bashar Al Assad por la supuesta presencia de armas químicas, dejó a los Estados Unidos y a sus aliados expuestos en un campo de batalla que todavía no tiene un triunfador

Donald Trump había desestimado la invitación a la Cumbre de las Américas, en lo que iba a significar su primer viaje al sur del continente como presidente de Estados Unidos, porque estaba abocado a una cuestión, para su consideración, más importante: Siria. Y pocas horas después lo corroboró con una operación militar de envergadura, en sintonía con Francia y Gran Bretaña, en puntos específicos de aquel país, en respuesta a ataques con armas químicas, supuestamente perpetrados por el gobierno de Bashar Al Assad hacia la población civil. Esa “misión cumplida”, tal como la catalogó el propio mandatario, fue el movimiento estelar de la nación norteamericana para volver a escena en un espacio en el que había perdido cierto protagonismo en los últimos tiempos.

Ese posicionamiento principal lo venía sosteniendo Rusia en aquel lugar convulsionado de Medio Oriente, siendo el protector de mayor calibre del régimen actual en Damasco, algo que la potencia occidental no observaba con tranquilidad. Y por eso, el bombardeo descargado recientemente en coalición con dos piezas fuertes de Europa, no dejan de mostrarse como una advertencia a Moscú, como ya se había insinuado hace un año en otro ataque, con la misma excusa del armamento químico, pero en ese caso con un despliegue menor.

Siria

Allí, entonces, se vislumbra que, sacando rédito de un conflicto complejo, que ya acumula siete años de guerra civil en Siria, con infinidad de muertos y un gran caudal de daños materiales y simbólicos, existen potencias extranjeras de peso que mueven sus fichas a cada instante, sea en momentos de tensa calma o de pura ebullición como la actual.

El problema mayúsculo es que no es el único drama que se atraviesa, sino más bien que es el más palpable a la distancia, a sabiendas que, yendo, de a poco, hacia el interior, se resaltan inconvenientes de grandes magnitudes con otros actores que también juegan un papel de suma trascendencia, recalcando el polvorín que es esa porción del planeta.

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La ligazón del gobierno sirio no es sólo con Rusia, que le concede un resguardo sustancial, dados su estructura y equipamiento, sino también con Irán, en este caso con logística y milicias de la mano del grupo armado libanés Hezbollah, financiado por Teherán, que sirve de guardia local y, a su vez, avanzada de los persas en relación a un enemigo de antaño, Israel. A tal magnitud ese encontronazo que a principios de año hubo una amenaza seria de escalada de violencia entre ambos contendientes en el que se involucraron drones y respuestas militares terrestres de gran porte, con Vladimir Putin como garante para retornar a la calma. Siria se torna un paso vital en el camino entre las dos naciones, y por eso su importancia en esa batalla particular dentro del gran marco de la guerra general.

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Otro eslabón dentro del panorama dantesco involucra al propio Irán, pero en este caso frente a Arabia Saudita, el espacio más importante para los musulmanes. Y aquí el conflicto ya expone a las ramas de esa religión, con aquel eminentemente chiita y el otro siendo base de los sunitas. Y más allá de las particularidades de cada uno, con su absoluta relevancia, en el detrás de escena está el hecho de ser el eje de una región de total importancia mundial por sus recursos petrolíferos. Los persas quieren ese mote tras su revolución en 1979 y en Riad buscan evitarlo a toda costa. Por eso, en Siria no extrañaron los movimientos que se afrontaron, entre ellos el del reino para financiar a los rebeldes que pretenden quebrar la resistencia del gobierno de Assad desde 2011, pues su caída significaría un duro golpe para los persas al ver tropezar a un aliado elemental en la zona.

Siria

Finalmente, otro exponente en el espacio es Turquía, que juega su papel en un amplio margen, entre cuestiones globales y otras locales. Y fue la única, en el trío de aliados que sustentan el equilibrio en Siria, junto a Rusia e Irán, que salió al cruce e indicó que el ataque de la coalición internacional fue una “respuesta

adecuada”, yendo en contra de la corriente de las otras dos naciones, que criticaron la represalia bélica. ¿Por qué esa decisión? En el plano mayor, Ankara es un miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y si bien está en cortocircuito con los exponentes del Viejo Continente por su retardo para aceptarla como miembro permanente de la Unión Europea, es, a fin de cuentas, un punto crucial en Medio Oriente, pues sirve como dique de contención en referencia a una migración masiva.

Sin embargo, y pese al beneplácito por el ataque, lo concreto es que tiene su drama puertas adentro. ¿Cuál? Desde hace semanas que realiza operaciones militares en Afrín, un enclave en Siria que, según la perspectiva del presidente Recep Erdogan, es resguardo de las Unidades de Protección Popular, bloque que lucha hace décadas por la independencia de Kurdistán, que compromete a porciones de los actuales Turquía, Irak, Irán y, obviamente, Siria. Con el guiño de EEUU, aquellos combatientes fueron elementales para derrotar al proclamado Estado Islámico. Y, ante el temor de un levantamiento con ese envión a cuestas, en Ankara apelaron a las armas, recibiendo las críticas de los principales líderes mundiales, dado que, justamente, lastima a los artífices de la desarticulación de un califato que se vislumbraba como una notable amenaza para Occidente.

Así la situación, se observa cómo Siria es el campo de batalla de varias batallas que involucra a actores de todos los calibres en la gran guerra, y que simplemente el movimiento de Trump y sus aliados fue uno más dentro de un tablero de ajedrez que todavía no tiene jaque mate asegurado para ninguno de los innumerables lados

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