“Vengo con una rama de olivo en una mano y la pistola del combate por la libertad en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano”. Así de contundente se expresó Yasser Arafat el 13 de noviembre de 1974 en plena sesión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), erigiéndose como la pieza fundamental de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) con su típica keffia, ese pañuelo árabe que lo inmortalizó como imagen simbólica.
Antes y después de ese evento construyó su figura como un pilar para que el territorio que representaba sea reconocido como tal, especialmente luego de 1967, cuando se evidenció la derrota de sus países vecinos en la Guerra de los Seis Días a manos de Israel, algo que derivó en la expansión hebrea en Medio Oriente. Así, cambió el eje de discusión en la zona: no fue más Arabe-israelí. El drama era Palestino-israelí.
¿Qué hizo en ese tiempo? Fundó la agrupación Al Fatah en Kuwait y se puso al frente de la “resistencia palestina”, situación corroborada especialmente en Jordania durante la década del 70’ y que a nivel mundial consiguió hacerse eco de la mano de una estrategia compleja. Así es como se multiplicaron los secuestros de aviones y los atentados contra Israel, siendo el más reconocido el de 1972, en plenos Juegos Olímpicos de Munich, en Alemania, cuando el esquema denominado “Septiembre Negro” secuestró a deportistas israelíes en la Villa Olímpica, desencadenando el acontecimiento más oscuro del olimpismo en su historia.
Una década después, en 1982, la invasión hebrea a Líbano pretendió asesinar a Arafat. Pero el protagonista pudo escapar hacia Túnez, panorama que lo alejó del centro del conflicto. Aun así no perdió relevancia para los palestinos, que lo tuvieron como mandatario a la distancia durante un largo periodo. De hecho, fue el artífice en 1988 del reconocimiento del Estado de Israel, ítem fundamental para calmar las tensiones y allanar el camino hacia el Acuerdo de Paz de Oslo en 1993, cuando consiguió que se confeccionara la Autoridad Nacional Palestina, primer órgano ejecutivo. Por caso, por aquel evento ganó el Premio Nobel de la Paz.
Pieza clave del panarabismo, que buscaba consolidar una identidad nacional en todo Medio Oriente, fue el principal impulsor de la Guerra de los Seis Días cuando dio el primer paso al exigirle la salida de la península del Sinaí a las Fuerzas de Emergencia de las Naciones Unidas, organización que se había posado en ese territorio en 1956 después del conflicto entre Egipto y una coalición internacional compuesta por Gran Bretaña, Francia e Israel.
Fue justamente ese drama previo, provocado por la decisión de nacionalizar el Canal de Suez, vía trascendental de un comercio que estaba en manos de aquellas dos potencias, lo que le valió un crecimiento notable en su popularidad más allá de los resultados en el campo.
Y por eso no extrañó que se estableciera como eje del denominado Movimiento de los No Alineados, una especie de tercera posición en el andamiaje mundial en medio de la Guerra Fría que tenía a Estados Unidos y la Unión Soviética como exponentes.
Esa fortaleza se redujo en los últimos años de su vida, post crisis del 67’, tras la reunión de Jartum de la Liga Arabe que, para hacer un balance de los acontecimientos, lo mostró en un papel secundario.
“El Rey de Israel”. Así se lo denomina luego de su participación en la Guerra de los Seis Días, donde se evidenció como uno de los mayores estrategas del Estado hebreo, en pleno conflicto con Egipto, pues posibilitó un triunfo vital para apropiarse de la península del Sinaí. Y seis años después, cuando el país africano buscó recuperar el espacio en la Guerra del Yom Kippur, resguardó el enclave.
Desde allí saltó a la escena central israelí de la mano de Likud, el partido político de centroderecha que tomó las riendas del gobierno a fines de los 70’, cuando avanzaba con fuerza el cruce con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Por caso, como Ministro de Defensa fue elemento trascendental en la invasión a Líbano, donde se arremetió contra los refugiados palestinos.
De ese lapso el protagonista tiene en su haber la acusación por las masacres de Sabra y Chatila en 1982, que la ONU sentenció como genocidio. ¿Qué ocurrió? El papel lo tuvo la Falange Libanesa, de origen cristiano, provocando una gran matanza. Pero Sharon, como encargado en la zona, hizo oídos sordos a los acontecimientos.
Ya de traje y sin las armas, durante las últimas décadas del siglo XX fue uno de los baluartes que propició la confección de asentamientos judíos en los territorios ocupados desde 1967, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza, entendiendo que era una manera de defender el espacio que le correspondía a Israel, situación que minaba la idea de encontrar una paz duradera en la región.
En 2005, como Primer Ministro, otro fue el rumbo, a tal magnitud que propuso el Plan de Desconexión, sentenciando una salida de los civiles israelíes de Gaza.
Cuando fue asesinado en 1995 por Yigal Amir, un estudiante judío extremista, todo el esquema de paz que se había establecido dos años antes en los Acuerdos de Oslo sufrió un duro revés y pareció quebrar la posibilidad de evitar las armas en el conflicto entre Israel y Palestina.
La idea que se confirmó con su muerte era simple y contundente: no se podía permitir la entrega de territorio a cambio de la paz. Y así concluyó la vida de un hombre que supo ser vital durante casi 30 años, desde que en 1967 se expuso como el Comandante de la Guerra de los seis días. En ese combate, triunfal para su bando, resaltó la victoria gracias a “un pueblo que se alzó en horas de opresión y que puede enfrentar a todo enemigo a partir de su preparación y nivel ético y espiritual”.
Y con el aval de ese pueblo se posó como Primer Ministro en los años iniciales de la década del 70’, luego de ganar relevancia internacional como embajador en Estados Unidos, donde confeccionó las relaciones con Washington, que hoy lo muestra como principal aliado en la contienda mundial.
Desde el partido Laborista allanó el camino para que, un par de años después, se firmara el Acuerdo de Camp David, intento para arribar a la paz, con Egipto e Israel como protagonistas principales.
Y eso fue lo que reeditó a principios de la década del 90’, con los Acuerdos de Oslo, ya con la relación con Palestina en la palestra. Por eso, una vez rubricado ese tratado, describió a su trayectoria para pasar de “un héroe de la guerra a un héroe de la paz”. Sin embargo, su muerte trastocó los planes y sembró de incertidumbre a Medio Oriente.