La suerte parece echada: el candidato de En Marcha! es el favorito de las encuestas. La representante de la extrema derecha no logró seducir a los indecisos
  • Tras las elecciones generales del 23 de abril, el pueblo francés se unió por el espanto.
  • Le Pen pasó de ser una aspirante "valiente" a un exponente de las ideologías más extremas.
  • La ancha avenida del medio ayuda a Macron, aunque la falta de convicción de algunos votantes podrían convertirlo en el próximo "culpable"
  • Ganó Macron y definirá mano a mano frente a Le Pen

Con algo más del 60 por ciento de los votos en su poder, según las últimas mediciones, el candidato de En Marcha!, Emmanuel Macron, se encamina a quedarse con el balotaje que se desarrolla hoy en Francia. Si bien moderó su mensaje y dio un giro a algunos de sus más polémicos argumentos, a la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, no le alcanzaría para torcer el destino y llegar al Palacio del Elíseo.

La particular -y hermosa- Francia, que años atrás se mostraba única en relación a la forma de hacer política, hoy se encuentra sumida en el mismo lodo que sirvió de escenario para todos los procesos eleccionarios de los últimos 24 meses.

Mientras los analistas del centro y la derecha liberal auguran una victoria de Macron y un golpe aleccionador para los pensamientos que han caracterizado la historia de Frente Nacional, los franceses asisten a un nuevo escenario donde en el ágora política ya no importa tanto ofrecer soluciones como sí buscar culpables.

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Una recta final calcada

“No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto”, dice Jorge Luis Borges en su poema Buenos Aires. Y algo de esto hay en las elecciones de hoy. A pesar del golpe de timón que buscó dar Le Pen en el último debate, donde tildó a Macron de “representante del capital”, la candidata se vio abandonada a la suerte de sus argumentos y, aunque mantuvo sus electores y sumó algunos pocos de los de sus rivales de la primera vuelta, no logró convencer a aquellos que la miran como a “la próxima Trump”. Ese espanto generalizado barrió como el viento las hojas los votos hacia el candidato de En Marcha!, que vio como en las últimas semanas su rival se quedó sin partido y comenzó a embarrar el debate.

No sólo se trata de un giro en la caracterización de su rival, donde pasó de llamarlo “un banquero del Rothschild” a considerarlo “un enviado del capital internacional”, sino que detrás acarrea un universo de significaciones que se escudan tras el binomio liberalismo-nacionalismo.

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En Francia, como ocurrió en distintos puntos del globo, la caída de los bipartidismos y la disolución de los grandes discursos de clase significaron un caldo de cultivo ideal para expresiones que buscan más un culpable que una cosmovisión.

Esta dicotómica pantalla no hace más que abrir un lugar para aquellos que caminan rumbo a los culpables de afuera y aquellos que apuntan a los de adentro. Ese rechazo fue el que operó en dos sentidos en la campaña de Le Pen: mientras que en un primer momento la incredulidad y el reflejo de “valentía” se apoderaron de su figura mientras acusaba a los inmigrantes y a la Eurozona de los fracasos de Francia, con el tiempo la terminó mostrando como alguien peligroso que puede acaparar lo peor de las ideologías.

En contrapartida, Macron pasó de ser un candidato más a ser “un coherente presentador de la realidad”, en tanto pudo señalar el mapa político de Francia como el verdadero origen de la tragedia gala. Eso y un histórico rechazo discursivo por la derecha lo pusieron a la cabeza.

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Y si algo faltaba para alimentar estas dos caracterizaciones, vino EEUU. En el foro 4Chan.com, espacio de la deep web donde nació el movimiento Annonimus, comenzaron a circular distintas versiones sobre el candidato liberal. Desde su orientación sexual hasta una supuesta cuenta en un paraíso fiscal caribeño fueron llegando al nido de trolls más grande del mundo. “Le Pen nos necesita. Si lo hicimos con Trump, podemos hacerlo con ella”, arengaba uno de los moderadores. Y no habría sido más que un intento fastuoso de no ser porque la candidata del Frente Nacional lo sugirió en el último debate. El equipo de Macron leyó el movimiento, realizó una denuncia formal y utilizó todos los medios posibles para exponer la maniobra.

Así, los fantasmas de la intervención rusa en las elecciones estadounidenses se mudaron a Francia y otra vez el escándalo volvió a manchar a Le Pen, que tras el último debate quedó herida de muerte.

Hoy, los franceses no sólo eligen un gobierno, sino que también darán un golpe a una ola de populismos new age de respuestas rápidas, políticamente incorrectos y de extrema derecha. Pero no será un golpe de muerte: en una de las encuestas realizadas con motivos electorales, dos de cada tres franceses se declara “de extrema” derecha o izquierda; aun cuando no pueden explicar qué significa ser de uno de los dos extremos, sí pueden apuntar a un culpable.

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