La semana pasada, el Presidente de los Estados Unidos definió la retirada de la Organización que promueve la Educación, la ciencia y la cultura. La polémica decisión no es la única reacción del magnate que generó la reacción internacional. En esta nota, un repaso de sus medidas más controversiales

Con un ferviente nacionalismo, expuesto bajo el eslogan de campaña “Make America great again”, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a lo largo de los casi diez meses que lleva su mandato apostó por romper una serie de pactos internacionales que involucran a su país. Y en esa lista, que tiene posiblemente como elemental eslabón el portazo al Acuerdo de París sobre el cambio climático, en los últimos días se agregó la futura salida de la Unesco y la intención de alejarse de un convenio firmado con Irán que avanzaba en la limitación de la proliferación nuclear.

El abandono al organismo mundial que impulsa labores en educación, ciencia y cultura es más simbólico que lo podría significar en el plano real, pues incluso ya la nación norteamericana había tomado un rumbo diferente en décadas anteriores; mientras que el otro, dada la responsabilidad que conlleva por la posibilidad latente de un conflicto bélico, se torna más complejo y genera incertidumbre.

El entendimiento con el país asiático se había allanado de la mano de Barack Obama, el antecesor del republicano, hace dos años. La premisa central es simple: que aquel apacigüe el enriquecimiento de uranio que podría ser utilizado para diseñar armas nucleares, a cambio de mermar las sanciones económicas que propiciaban un ahogo financiero de envergadura. Todo se habilitaba a partir de un control periódico por parte del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Era un golpe de timón que viraba una trayectoria de total crispación durante más de tres décadas desde la Revolución Islámica de 1979.

Pero, con el advenimiento del nuevo hombre fuerte en la Casa Blanca, ese andamiaje se puso en cuestionamiento. Es que el Ejecutivo, que por ley debe corroborar cada tres meses que todo está en orden en esos análisis que se hacen en el terreno, aclaró que no piensa dar el visto positivo, pues delante hay un país “que cometió varias violaciones”. La principal referencia radica en acusar a Teherán de financiar el terrorismo “esparciendo la muerte, la destrucción y el caos”.

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En ese sentido, Trump, si bien no activó la salida, puso en consideración esa opción y le pasó la responsabilidad al Congreso para que marque determinados puntos, menos laxos en relación al acuerdo inicial, para presionar a Irán. Y, de paso, llamó a “corregir errores” a los otros integrantes del grupo: Francia, Reino Unido, Alemania, China y Rusia.

Fue lo que hasta ahora es la última pieza de un compendio de quiebres de relación en el aspecto internacional, que pocas horas antes había ubicado en la palestra a la Unesco. ¿Cuál fue el argumento de ese ítem? Un sesgo “antiisraelí” de la institución, que para Estados Unidos se resaltó cuando se añadió como miembro permanente a Palestina en 2011.

Así la situación, la fecha estipulada para el alejamiento es el 31 de diciembre del próximo año, para la que resta un largo camino, en el que, si bien se puede modificar el panorama, no reviste demasiada relevancia dadas las circunstancias de una organización que no se muestra en los primeros planos. A tal magnitud que esta postura ya había sido tomada, por ejemplo, en la década del 80’ por Ronald Reagan, en el tramo final de la Guerra Fría, señalando a la estructura con cierta tendencia pro Unión Soviética.

Otra es la historia si la mirada se posa en el acuerdo climático de París. Es que un Trump que no toma con seriedad el calentamiento global, y, a la par de ser sacudido por los desastres naturales en distintas regionales, se lo cuestiona fuertemente desde diferentes sectores políticos, tanto locales como mundiales, por desoír argumentos científicos.

En junio pegó el portazo pero los demás integrantes del convenio optaron por mantenerse firmes en su postura, entendiendo que había que avanzar con la disminución de la emisión de gases de efecto invernadero. El presidente norteamericano se posó en su eslogan de hacer más grande a Estados Unidos otra vez, y cimentó su fortaleza en la industria nacional, esa que se mueve a fuerza de los hidrocarburos y que corrobora al país como uno de los que más polución provoca.

Trump aplicó en ese caso el criterio económico por sobre el ambiental. Aquel es justamente el que lo hizo sacudir el tablero desde el principio de su presidencia y propició el distanciamiento con diferentes estamentos internacionales.

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Entonces, ¿qué puede ocurrir en el futuro? Continuar con esa lógica. A la vista está la opción en el corto plazo de desarticular el Tratado de Libre Comercio de América del Norte –NAFTA, por sus siglas en inglés-, que integran también México y Canadá. Ya el republicano había indicado que EEUU era el principal perjudicado por los convenios firmados, siendo todo aprovechado por sus vecinos en cuanto a ventajas comparativas. Por eso, con el envión nacionalista, la idea es darle fuerza a su propio espacio. A tal punto que se elucubra la opción de confeccionar entendimientos bilaterales, fundamentalmente con los canadienses, dejando a un costado a los latinoamericanos.

Esa pauta cuenta con antecedentes, ya que en enero, ni bien ingresó a la Casa Blanca, Trump rompió el protocolo Transpacífico, que involucraba a más países del continente americano y de Asia, algo que, con su alejamiento, hizo inviable cualquier tipo de convenio en pos de un mercado más fluido.

Bajo su administración el presidente estadounidense apeló a poner en lupa todo acuerdo diseñado con anterioridad, en especial aquellos en los que avanzó su antecesor. Esa pretensión de borrar, que empezó rápido, parece seguir, generando un desbarajuste en el plano mundial que modifica de forma contundente la labor de la principal potencia en la dinámica internacional.

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