“Erviti no es un diez clásico. Juega más atrasado, pero se nota que sabe jugar”, dijo Ricardo Enrique Bochini en los últimos días. Las palabras del Bocha respecto a que Erviti no es un diez clásico (el propio Erviti afirma que es “un doble cinco adelantado”) habilitan una pregunta casi inevitable: ¿quién es hoy un diez clásico?
El último, sin dudas, fue Juan Román Riquelme, retirado de la actividad el 7 de diciembre de 2014 cuando vistió por última vez la camiseta de Argentinos Juniors en el 1-1 frente a Douglas Haig.
Andrés D’Alessandro, por su parte, siempre tuvo chapa de diez, aunque cuando volvió del Inter de Porto Alegre y estuvo a préstamo una temporada en River había cambiado sus recorridos: ya jugaba y se movía por las bandas y no delante de los 3 volantes como siempre lo siguió haciendo Riquelme hasta el día de su despedida.
¿Por qué no aparecen en el firmamento futbolístico jugadores con las características de armadores que construyen la estrategia ofensiva de un equipo o de una selección? La pregunta no tiene una sola respuesta. El Cholo Simeone tiene la suya: “Porque el fútbol mundial ya no los considera tácticamente. Ni un fenómeno como Zidane cuando jugaba para la selección de Francia actuaba como un enganche. En el Mundial de Alemania 2006 no jugó como un enganche, sino como un media punta. Una versión moderna y actualizada de esa función que era la de enganche la cumplía la Brujita Verón apareciendo por cualquier sector de la cancha”.
Lo que nos comentó Simeone hace unos años no es anecdótico. Forma parte de un paisaje global. Los enganches quedaron colgados de un pincel. Salvo que ese enganche tenga la dimensión y la influencia de Riquelme. Y las convicciones de Riquelme para no dejarse arriar por ningún entrenador en nombre de distintas reconversiones tácticas. Julio César Falcioni lo quiso intentar cuando dirigió a Boca y fracasó de manera estruendosa.
Sostener que en el fútbol de estos días no se precisa jugar con un diez clásico porque es una antigüedad no deja de ser un eslabón prejuicioso y superficial que contempla más la rigidez de un esquema que las características de las individualidades. ¿Qué pasaría si Simeone contaría en el plantel del Atlético Madrid con Riquelme? ¿Lo mandaría al banco? ¿Pediría que lo transfieran? ¿Lo sacaría de circulación porque no se adaptaría a su sistema de juego? ¿O buscaría darle un lugar en el equipo ofreciéndole una posición en la cancha muy lejana a la función que siempre desempeñó el ídolo de Boca?
La realidad es que los técnicos suelen ser los grandes dictadores del fútbol actual. Privilegian los contenidos tácticos más por limitaciones propias que por lectura fina del juego. Y proponen con una relativa cintura política que los jugadores se subordinen a esos contenidos.
A propósito de este escenario, en diciembre de 1984 en una visita a la Argentina para dar una clínica de fútbol en las instalaciones de Ferro Carril Oeste, el prestigioso entrenador rumano Stefan Kovacs, quien durante una etapa en los 70 condujo al Ajax de Johan Cruyff, reemplazando a Rinus Michels, afirmó en una entrevista que nos concedió para el diario La Razón: “Demasiadas consignas tácticas limitan a los jugadores”.
Kovacs era un reconocido teórico del fútbol de vanguardia, sin embargo hace más de tres décadas ya advertía los excesos. En ese laboratorio de excesos, años después los enganches fueron demolidos. Y solo los elegidos que siempre son contados con los dedos de una mano, lograron zafar de la destrucción masiva que terminó operando a gran escala.
“Erviti no es un diez clásico, pero sabe jugar”, comentó Bochini hace unos días. Esa es la realidad más potente. Que sabe jugar. Más atrás o un poco más arriba. Pero elige el destino de cada pase. Mete una pausa. Ahí sí es un diez clásico. Aunque sea por unos instantes. El fútbol no puede resignarse a no tener alguien (uno por lo menos) que piense e imagine la maniobra ofensiva.
Resignarse, entre otras cosas, es también tener miedo. Y los técnicos, como alguna vez sentenció el inolvidable Roberto Perfumo, se agrupan en dos líneas muy definidas. Decía el Mariscal: “Como pasa en la vida, están los valientes y están los cagones. Por suerte en mi carrera me dirigieron más valientes que cagones”.
Por Eduardo Verona.