Fue en Tres Arroyos, en el sur de la Provincia de Buenos Aires. Nair Mostafá era una nena de 9
años, de cara redonda y ojos profundos. Salió de su casa cerca de las 15. Tenía que caminar unas cuantas cuadras para llegar al Club Huracán. Como muchos chicos, tenía por delante una tarde
de pileta. Nunca llegó. Al caer la tarde, Liliana Fuentes, la mamá, se dio cuenta de que su hija no
había estado en la pileta. Se desesperó, pero hizo lo que creyó correcto: fue a la comisaría primera a radicar la denuncia y pedir ayuda.
La respuesta fue indignante. En la comisaría, en el centro de Tres Arroyos, le dijeron que en ese momento no podían recibirle la denuncia. Fue dos veces más. El comisario no estaba y el
subcomisario decía estar muy ocupado Para entonces preparaban los festejos de fin de año.
A la mujer se le ocurrió, ya cuando había empezado la noche, ir a la radio AM de la ciudad, LU24, desde donde se dio la noticia y se motorizó la búsqueda. Un bombero voluntario, de apellido Ford, fue el que organizó los rastrillajes, de los que participaron decenas de vecinos. Un hombre de la ciudad, que se metió en unos pajonales al lado de las vías del ferrocarril en la esquina de Falucho y Brandsen , Brandsen, encontró el cadáver de Nair. Estaba boca arriba, tenía mordiscos y la habían violado y estrangulado.
Una muerte atroz. Los vecinos estallaron. Un nutrido grupo de personas furiosas fueron a Pringles 30, la sede de la Regional de Tres Arroyos. Volaron piedras e incendiaron autos. Durante la noche quemaron 16 vehículos. Fue la primera gran pueblada registrada en la provincia desde el regreso de la democracia.
El entonces gobernador Antonio Ca ero, viajó de urgencia, se reunió con los familiares, pidió disculpas y descabezó a la policía local. Cuando aún estaba Ca ero en Tres Arroyos, la policía detuvo a seis indigentes como sospechosos del asesinato. Pero fueron liberados porque no
tenían ningún tipo de vinculación con el hecho. Y el 4 de agosto, en medio de las protestas vecinales, un barrendero municipal, llamado Jorge Carmelo Piacquadío, fue detenido y confesó ser el autor de la violación seguida de muerte. Padecía de una de ciencia mental.
Con el correr de los meses fueron apareciendo otros sospechosos. Un mecánico dental, que estaba en Lanús, fue demorado y acusado del asesinato. El hombre estaba implicado en otras violaciones y, además, era conocido de un familiar de Nair. El juez de la causa, Luis Balaguer, no pudo probar nada al seguir esa hipótesis. Aunque sí creyó que avanzaría cuando se descubrió, luego de una tercera autopsia, que había restos de cocaína en el cuerpo de la menor.
También hallaron semen y un vello. Otra pista siguió los pasos de un familiar de la víctima, pero
tampoco se pudo probar nada. El último acusado de la bochornosa investigación fue un joven llamado Fernando Bayugar, quien también confesó ser el autor. Fue en 1998, pero se comprobó que no tenía vinculación con el caso, padecía problemas psiquiátricos.
Varios meses después, Piacquadío, que estaba internado en el Borda, fue excarcelado. Mientras que el juez de la causa fue apartado de la investigación luego de que la Corte Suprema de Justicia
solicitara a la Cámara de Diputados que se le iniciara un juicio político. La causa pasó a otro juez de Bahía Blanca, Leopoldo Velázquez, pero la familia no estuvo de acuerdo con la investigación
y lo denunció. Todo volvería a fojas cero cuando, en el año 1997, la Corte anuló la confesión de Piacquadío, quien fue nalmente sobreseído en 2002 por el juez correccional José Luis Ares. Lo hizo porque habían pasado 12 años y aún no se había de nido la situación del acusado.
En el año 2005, luego de marchas y contramarchas en medio de ineficientes investigaciones judiciales, el expediente fue enviado a archivo. La causa fue declarada prescripta. Nair Mostafá
nunca tendrá justicia. Se trató, en definitiva, de una cruel historia de impunidad.