En los últimos días, Nelson David Vivas pegó un portazo y se despidió del fútbol profesional en el rol de entrenador que venía ejerciendo. Explicó a la prensa que a partir de unas palabras de su hija de nueve años que le reclamaba su presencia, desechó una oferta importante para dirigir a la Universidad Católica de Chile y desnudó su postura muy crítica ante la lógica implacable del mercado futbolístico.
Para decirlo sin vueltas: el hombre de 48 años no se bancó más el show del fútbol. El show bizarro del toma y daca. El show de la picadora de carne que nunca se detiene. El show que endiosa un día y esquilma al día siguiente con absoluta naturalidad. El show en el cual los protagonistas parecen ser personajes de un reality que tienen como principal misión sobrevivir en situaciones muy adversas.
Vivas, de amplia trayectoria como jugador (pasó por Quilmes, Boca, Lugano de Suiza, Arsenal de Inglaterra, Celta de Vigo, Inter de Milan y River, más allá de integrar la Selección nacional) y de una breve etapa como técnico de Quilmes, Estudiantes y Defensa y Justicia, logró poner en primerísimo plano la crisis de valores que asfixia y somete a las sociedades modernas.
En una entrevista concedida a la agencia Telam, Vivas explicó: “Escupen en la cara a Caruso Lombardi y nos parece natural. Escupen en la cara a De Felippe y nos parece natural. Yo entiendo las pasiones que mueve el fútbol, entiendo al hincha, ¿pero cómo puede ser que se pierda de vista que el tipo que dirige es una persona, que es un ser humano que se equivoca como cualquiera? No puede ser que entre ganar y perder no haya nada”.
Cualquiera podría pensar con un grado de sensatez apreciable que Vivas se dio cuenta tarde de la alta contaminación que de manera cotidiana se respira en el fútbol. Y que ese grado de contaminación que logra irradiarse sin frenos ni pausas no es propiedad exclusiva del ambiente del fútbol.
Así, como una esponja que no se ve pero que está en todas partes, el fútbol se nutre de lo mejor y de lo peor de las sociedades contemporáneas. Lo peor es la obscena utilización del hombre como una mercancía. O como un objeto de consumo. Se lo usa y se lo tira sin que nadie se sorprenda, se rebele o se indigne. Esto es, precisamente, lo que Vivas advirtió. Y lo que quizás otros no advierten, aunque igual lo padecen. Pero lo naturalizan como las reglas de juego a la que deben adaptarse sin posibilidad de cuestionar ni rechazar nada.
La diferencia es que Vivas las rechazó. Y eligió, por lo menos por ahora, quedarse afuera de ese ida y vuelta interminable. Salir del circuito. Intentar mirar otros relieves, otros paisajes. El paisaje que él más conoce desde que era un pibe y comenzó a correr detrás de una pelota lo encuentra en una zona de resistencia voluntaria.Por eso, dice: “El público es hostil ante la derrota, el periodismo fogonea los entredichos , las disputas, pone la lupa en los conflictos y solo una parte está dispuesta y preparada para hablar del juego. El resto opina al revoleo, sin fundamentos. Y encima los dirigentes bailan al son del clima de la tribuna. Por un lado piden identidad y por otro lado no soportan los malos momentos que hay en toda búsqueda de una identidad”.
Es probable que todo eso junto que él denostó lo haya precipitado en determinadas circunstancias a desnudarse como un entrenador sensible a los estallidos emocionales que no le fueron ajenos, como los episodios que vivió conduciendo a Quilmes y a Estudiantes.
No quedan dudas que quedó mal parado Vivas en aquellas ocasiones. Y se arrepintió en privado y en público con una sinceridad que no pareció sobreactuada. Ya lo había asaltado la impotencia. Ya le había dado notables ventajas al sistema. Pero siguió. Hasta que no pudo seguir más. Por eso hace unos días elaboró su despedida.