Hay sosiego en el gobierno con la pax cambiaria que se extiende conforme pasan las semanas y se acorta el tiempo para llegar a las urnas. Señal impensada en 2018 durante la interminable corrida cambiaria, y aun en abril de este año, cuando el dólar experimentó otro respingo, días pasados quien esto escribe se sonrió cuando un funcionario interrumpió el diálogo para preguntar a colaboradores sobre el valor del dólar ese día, y ante la respuesta esbozó un curioso: "Uh, sigue bajando...".
La baja se prolongó a lo largo de la última semana, hasta el viernes, en la previa del feriado XL. Nadie se permite decir en público que, pasadas las elecciones, la moneda norteamericana debería cuanto menos acompañar a la inflación, pues se sabe de los perjuicios del atraso cambiario; pero ya habrá tiempo para sinceramientos. Hoy todos los esfuerzos y pensamientos están puestos en las elecciones. Y el dólar quieto y la inflación en baja son señales indispensables para mantener en alto la esperanza de ganarlas. La mejora en los indicadores económicos viene muy lenta.
Lo contrario era el factor que mantenía abierto el camino del medio, ese que en Alternativa Federal se imaginaban creciendo con un dólar inestable, como en abril volvió a amenazar. Fue lo que alentó con fuerza la candidatura de Roberto Lavagna, que llegó a escalar alto, pero que ya se descuenta perdió la mitad de esos votos, para las PASO. Y en octubre volverá a reducirse en la misma proporción, se estima.
El achatamiento de esa vía del medio es la esperanza del oficialismo, que en un tiempo alentó su existencia, pero hoy ya no, habida cuenta de la apuesta actual a una polarización extrema. Es que estaría probado que todas las alternativas que se vislumbran absorben votos del gobierno.
Los estrategas oficiales se muestran ensimismados hoy con los datos que exceden por mucho los tradicionales análisis de las encuestas. Y en ese marco se confiesan cautamente optimistas. No ocultan que el gobierno va detrás, pero los alienta que la fórmula Macri-Pichetto viene en franco ascenso desde su anuncio. Y en este marco de polarización, es Juntos por el Cambio el que crece a un ritmo notorio. Les cuesta más a los Fernández, que ya estarían cerca de su techo, aunque de todos modos, como hemos dicho, siguen al frente.
La ambición oficialista es que la brecha entre ambos no sea extensa. "Ante una tremenda paridad, gana Cambiemos", da por descontado un funcionario que se resiste a utilizar la nueva denominación de la alianza oficialista. Y apunta un dato no menor: "Lavagna no existe en provincia de Buenos Aires". El esquema del exministro en el principal distrito argentino se asentaba en la estructura peronista que le prometía Miguel Pichetto, cuando era el principal auspiciante de su candidatura. El tiro de gracia al experimento Lavagna -que en la provincia de Buenos Aires dicen que mide lo mismo que José Luis Espert- se lo dio sin dudas la derrota socialista en las elecciones santafesinas. A propósito de ese distrito, un legislador oficialista expresaba el martes pasado su preocupación por la campaña. El hombre reconocía que la imagen de Mauricio Macri "está mal" en esa provincia, una de las más importantes en cuanto a caudal electoral. ¿Y Cristina? "Ella está mejor", confió el legislador, que luego trazó la siguiente proporción: 40 a 30. Pareció preocupado por achicar lo más posible la diferencia, pero resulta razonable: Omar Perotti ganó la gobernación con un 42%.
Al oficialismo le fue pésimo allí en la elección para gobernador. Y por eso la comparación con elecciones anteriores resulta inquietante. En las PASO de 2015, la fórmula más votada fue Scioli-Zannini, con 33,03% a 31,97% de Macri-Michetti. Pero en octubre Macri revirtió: 35 a 31. En las legislativas de 2017, Cambiemos ganó con amplitud, con casi 38 puntos. Contra un 25,9% del Frente Justicialista.
La pregunta del millón es cómo compensará Juntos por el Cambio los datos adversos en distritos que le fueron favorables en el pasado reciente. "Habrá una tarea artesanal", ejemplificó un diputado provincial bonaerense de los que quedó sin posibilidad de reelección, pese a tener un padrino potente. Ese trabajo fino que se está haciendo en el territorio incluye a evangelistas y extranjeros. ¿Los extranjeros votarán a una fórmula que incluye a Pichetto, que no tiene un discurso afín a ese sector? "Los extranjeros votan con boleta corta, desde gobernador para abajo", explicó.
Como sea, la principal fuerza opositora pareciera dar por descontado un gran triunfo, como si Sergio Massa llevara consigo los porcentajes de votos que logró en 2015 y 2017. Por el contrario, el tigrense aparece hoy desdibujado en la campaña. Se lo vio en la foto de la reunión de Axel Kicillof con los intendentes del kirchnerismo y el Frente Renovador, flanqueado por la intendenta Verónica Magario y la número dos de la lista para diputados nacionales, la camporista Luana Volnovich, pareja de Máximo Kirchner.
"Junto a Luana y todos los candidatos a diputados nacionales nos comprometemos a recorrer cada uno de los municipios bonaerenses, poniendo nuestros equipos y esfuerzo para lograr que Axel, Verónica, Alberto y Cristina, sean gobierno a partir del 10 de diciembre", tuiteó inmediatamente después el tigrense, que va preparando el terreno para cuando deba mostrarse natural junto a la candidata a vicepresidente.
No puede poner mejor cara Massa en las fotos que la que le sale. Ya tuvo en sus tiempos antikirchneristas y en los que seguía transitando la avenida del medio situaciones en las que el FR aparecía junto a los diputados kirchneristas, Axel incluido. El gobierno disfrutaba de esas imágenes, más allá del daño que esas alianzas circunstanciales le provocaban. En general, Sergio Massa evitaba aparecer en esas fotos y eran sus legisladores los que se mostraban. Hoy no le queda otra.
Donde se mire, las listas legislativas armadas en el Instituto Patria, sin intervención del candidato presidencial, son kirchnerismo puro y duro. Alberto Fernández se apresuró a aclarar que La Cámpora había resignado lugares. Es cierto, pocos. Pero los que los reemplazaron son cristinistas aún más extremos. La expresidenta preparó un Congreso futuro pensando en un triunfo, pero sin descartar en absoluto una derrota. Con minoría en ambas cámaras, eventualmente un segundo gobierno de Macri tendrá un panorama más preocupante que el actual, pues sin mucho "peronismo del medio" le costará articular las alianzas necesarias para avanzar con las leyes ante una oposición que no tendrá contemplaciones.
Pensando en eso, la presidenta del Senado, Gabriela Michetti, se adelantó a tomar la última medida trascendente de su gestión, pues no seguirá en el cargo aun si Macri gana: suprimió el canje de pasajes de los senadores. No hizo más que seguir el mismo camino que un año antes y con la anuencia de todos los sectores -ante la presión social- había adoptado Emilio Monzó en la Cámara baja. ¿Por qué no lo hicieron en el Senado en ese entonces? Esa posibilidad no pasó más allá de algún tanteo; ante la imposibilidad concreta de poder avanzar con eso, las autoridades de Cambiemos ni siquiera lo pusieron en debate allí.
Miguel Pichetto fue siempre el interlocutor válido para el gobierno y quien dio su aval cuando en el inicio de la gestión Cambiemos Michetti cesanteó a 2000 empleados de la Cámara alta. En privado, el rionegrino reconocía que muchos de esos empleados habían sido puestos en planta permanente por "gente de La Cámpora con algunos nuestros", de ahí su respaldo a la medida, que generó el primer chisporroteo interno en su bloque por entonces mayoritario. Un tercio del mismo firmó un comunicado criticando la medida, aunque después varios se despegaron del texto. "El jefe soy yo", les aclaró Pichetto en esos días.
Hoy sin ninguna ley que el gobierno necesite salga de este Senado y con un nuevo presidente del bloque que ha dicho que "el gobierno es un desastre, vamos a un precipicio", y que "Macri nos ha unido", el oficialismo ya no encuentra razones para mantener la armonía y adoptó una medida que irrita a los senadores y ya no compromete a Pichetto. Entonces la vicepresidente puso en práctica ya sin compromisos el eslogan del gobierno: "Hacer lo que hay que hacer". Y despertó reacciones previsibles.
Entre los más quejosos se lo vio al ahora aliado kirchnerista Fernando "Pino" Solanas, que por ser de Capital Federal obviamente no usaba los pasajes y tomaba el canje de los mismos como una jugosa recomposición salarial.