Diecisiete años después uno y once años más tarde el otro, los hermanos vuelven a la cárcel luego de haber estado en esa situación por los asesinatos de sus padres. Ahora, por hechos de supuesto fraude
Las raras piruetas del destino mostraron además, al menos en las primeras horas posteriores a la orden de arresto, la misma escena de hace añares: Sergio en prisión y Pablo prófugo.
Y aparece otro dato que puede oscilar entre la anécdota y la casualidad, pero que sin dudas le agrega patetismo a la ya estremecedora historia: las puertas de la cárcel vuelven a abrirse para los hermanos en el mismo mes en que, hace 31 años, se produjeron los homicidios de sus padres Mauricio y Cristina por los que fueron condenados.

La madrugada de aquel 30 de mayo de 1981 hubo una orgía de sangre en el departamento familiar, en medio de situaciones aún no esclarecidas, que fueron desde el supuesto incesto hasta el presunto tráfico de armas y posibles venganzas.

Lo concreto es que, luego de la matanza, los hermanos huyeron hacia la costa atlántica argentina. Allí intentaron fraguar una historia sobre un supuesto gran negocio que les permitiría salir del país, pero finalmente no se concretó.

Los dos siguieron huyendo, pero ya separados. Sergio fue atrapado en la misma zona de la costa, mientras Pablo terminó en el interior profundo del país, donde fue arrestado más tarde.
Eran épocas en las que aún no existía el juicio oral y público, y Sergio, tras hacerse cargo de los homicidios, en 1985 recibió la condena a cadena perpetua.

En tanto, Pablo fue absuelto en primera instancia pero la Cámara del Crimen también le aplicó la pena máxima. Cuando fueron a detenerlo, ya estaba en Bolivia con otra identidad, hasta que en 1994 lo atrapó Interpol y lo envió a la Argentina.

Apenas un año después Sergio pudo empezar a salir de la cárcel con los títulos de psicólogo y abogado bajo el brazo, mientras Pablo recién volvió a ver la luz de la libertad en 2001.
Sergio, el más conocido, el del carácter taciturno, la barba y las ropas oscuras, fue “adoptado” por la jefa de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, dueña de una vida también signada por la tragedia, aunque en su caso por obra de manos ajenas, las de la dictadura, que le arrancaron a dos de sus hijos.

La carrera de Sergio fue meteórica, hasta lograr ser nombrado apoderado de la entidad, lo que le dio facultades similares a las de la mandamás. Desde entonces, la historia es conocida y gira en torno a la Fundación de las Madres, al programa “Sueños Compartidos” y a las viviendas sociales con fondos aportados por el Estado. O sea, por cada uno de los argentinos.

Un buen día fueron saliendo a la superficie lujos, bienes y gustos para los que hace falta mucho dinero. También fueron apareciendo las denuncias y noticias sobre supuestos desvíos de fondos, y de allí a la acusación de fraude solo hubo un paso.

Se fue Sergio de la Fundación. Entró su hermano Pablo. Y también se fue. En la trama urdida a un ritmo más veloz que la construcción de las viviendas sociales quedó atrapada hasta la propia hija de Hebe de Bonafini.

El juez Norberto Oyarbide, con un cúmulo de causas sensibles para el Gobierno, como esta, prorrogó media docena de veces el secreto de sumario hasta que pasaron las elecciones en las que el oficialismo volvió a triunfar.

Después sí llegaron las citaciones a indagatoria y el magistrado empezó el trámite de manera rutilante: con la figura excluyente del caso en su despacho y mandándolo preso casi al instante, orden que también impartió para Pablo.

Y así, las rejas de los calabozos vuelven a tomar forma, como fatal telaraña, en las caóticas e impares vidas de los hermanos Schoklender.

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