Lo admita o no, está claro que el gobierno hizo todo lo posible por meter dentro de la próxima elección a Cristina Fernández de Kirchner. La razón es obvia: confrontar con el pasado que representa la ex presidenta, en el marco de la grieta profunda que aún subsiste, es garantía de una polarización que el macrismo considera favorable electoralmente.
Eso en primer lugar; después hay un “servicio” adicional que representa postergar una renovación interna del peronismo, y es más: agravar las diferencias dentro del PJ, y de paso la posibilidad de que esa división se transforme en más de una lista peronista en la provincia de Buenos Aires, además de la de Sergio Massa. Es el ideal de Cambiemos, a punto de confirmarse.
No son pocos los que en lugar de ver compitiendo electoralmente a la ex presidenta la preferirían presa, o al menos camino a juicio en alguna de las causas en que está imputada, pero los tiempos de la justicia en la Argentina son demasiado lentos para con los políticos. Y por más que el Ejecutivo haga alarde de la independencia de poderes, está dicho que, en función de su conveniencia, por lo menos no hizo nada por acelerar esos procesos. Convengamos también que más allá de las necesidades electorales que llevaran al gobierno a desear contar con una Cristina candidata, siempre tuvo temor por la convulsión social que pudiera generar una eventual detención de la ex mandataria.
Lo cierto es que a esta altura Cristina Fernández está en carrera y es competitiva, según las encuestas, fundamentalmente en el territorio bonaerense, que es donde terminará jugando, si decide jugar. No así en Santa Cruz, la otra alternativa que le permite un domicilio que nunca cambió, aun cuando en 2005 compitió en representación de la provincia de Buenos Aires. De hecho, lo más probable es que en las próximas elecciones, en caso de ser candidata no se vote a sí misma, pues lo hará en una escuela santacruceña. Pensará que es más necesario sumar su voto a la lista que presente su cuñada.
Da la curiosa coincidencia que Santa Cruz y Buenos Aires eligen senadores, por lo que bien podía CFK elegir donde competir, pero terminó inclinándose la balanza hacia el principal distrito del país ante la situación volcánica que vive su provincia adoptiva, y por la vigencia de su figura en el conurbano bonaerense. Además, allí su nivel de influencia es superior y el efecto de un eventual triunfo podría garantizar su proyección hacia 2019. Es lo que además piensa.
Porque a diferencia de lo que podía pensarse hace algunos meses, la posibilidad de que la ex presidenta pueda alzarse con una victoria no debe ser desechada. Ora por la recuperación económica que se demora, ora por un bienestar pasado que añoran esas masas en las que CFK se hace fuerte.
Cristina Kirchner demorará hasta último momento su decisión de competir o no, pero haría bien Cambiemos en prever la manera como podría influir en el futuro Congreso se ahí está ella.
Todos dan por descontado que si es candidata será para el Senado, pero está también la opción de Diputados, una Cámara donde podría liderar un numeroso bloque de legisladores, con la opción de ampliarlo, conforme pudieran crecer sus posibilidades hacia el futuro. Pero no optará por Diputados, donde ya estuvo entre 1998 y 2001 y -a diferencia de lo que le sucedió en el Senado- pasó casi desapercibida: era una más entre 257. No es lo que le sucedería esta vez en caso de llegar allí como ex presidenta de la Nación, pero la Cámara baja es el ámbito donde mejor se las puede arreglar el oficialismo para neutralizarla y hacer avanzar sus propuestas, y donde más posibilidades tiene Cambiemos de crecer, aunque no de llegar a ser mayoría.
Además, y aunque desde el cristinismo se minimice el tema, hay que recordar el tema de los fueros y en ese sentido tener en cuenta que los mandatos de los senadores son por seis años. Ya volveremos sobre el tema.
La Cámara alta sería entonces el destino de Cristina: es el lugar que mejor conoce y donde más a gusto se ha sentido, por haber pasado allí ocho años. Es además donde más le cuesta hacer pie al oficialismo, por una cuestión numérica que no va a corregirse en las próximas elecciones, por mejor que le vaya. Y para aprobar las leyes, el gobierno se valió del favor de los gobernadores y la negociación con Miguel Angel Pichetto, el jefe de la mayoritaria bancada del PJ-FpV, convertido en el representante institucional justicialista más encumbrado.
La sola presencia de Cristina Kirchner en el Senado alcanzaría para romperle el bloque al rionegrino. Esa bancada tiene 38 integrantes y un kirchnerismo duro que hoy suma por lo menos doce senadores -Ana Almirón, Anabel Fernández Sagasti, Marcelo Fuentes, Virginia García, Silvina García Larraburu, Ruperto Godoy, Nancy González, María Ester Labado, Juan Mario País, Daniel Pérsico, María Inés Pilati Vergara y María de los Angeles Sacnun-, de los cuales cuatro concluyen sus mandatos el 10 de diciembre -Virginia García, Godoy, Labado y Pérsico-. Por lo menos seguirá un santacruceño ultra K, y con Cristina sumarían una decena. Once, si en Santa Cruz gana el kirchnerismo, y doce si Cristina se impone en Buenos Aires y llega con un compañero, más el aura victoriosa que eso conllevaría. En ese caso, el peso específico de Pichetto se vería afectado, pues es muy probable además que su bloque resulte disminuido según sean los resultados de octubre, más la decena que se llevaría la ex presidenta.
Con todo, le alcanzaría a Cambiemos para que avanzaran las leyes, siempre y cuando la influencia de la ex presidenta no se extienda dentro del Cuerpo.
¿Y los fueros? En rigor, no parece ser ese el objetivo primigenio de Cristina que la lleve a participar de las elecciones, pero es obvio que podría gozar de los mismos inmunizándose -como dijimos- por los seis años venideros. Pues ya ha dicho Pichetto que en el Senado “siempre hemos tenido la visión de cuidar a las figuras históricas”. Lo cual, aclaró, no significa “encubrimiento”, aunque sostiene que “los ex presidentes deberían tener una jurisdicción especial”.
Esa prerrogativa no impediría que pudiera llegar a sentarse en el banquillo y llegado el caso hasta ser condenada. Pero es lo que ya sucedió con el senador Carlos Menem, cuyo desafuero no ha sido nunca propuesto para que vaya a cumplir la condena impuesta.
Pero Cristina no ha sido siquiera enjuiciada aún, y bien se sabe que los jueces suelen estar muy atentos al volumen político de los acusados. Si le va bien en octubre, no pasará desapercibido para los jueces federales que siguen teniendo una sensibilidad especial para con los políticos que mantienen poder.