La ex presidenta supo ser una habitual interlocutora de los periodistas hasta que su esposo llegó a la presidencia. A partir de la muerte de aquél, ella evitó las conferencias de prensa y limitó las entrevistas a una particular selección.

Mediados de 2011, faltaban todavía algunos meses para las presidenciales en las que una Cristina Fernández de Kirchner todavía de luto se alzó con el 54%, y entrevisté para este medio a Florencio Randazzo en su despacho de la Casa de Gobierno.

Poco antes de iniciar la nota, apareció Carlos Zannini, atraído como siempre por el café de máquina de esa oficina, según confió entre risas el ministro del Interior y Transporte. El secretario de Legal y Técnica se quedó toda la nota y permaneció aún después de la misma, cuando sobrevino el diálogo distendido. En ese marco, quien esto escribe se permitió hacer una observación sobre la política comunicacional del gobierno, que desaprovechaba la capacidad oratoria de Cristina Kirchner en el mano a mano con cualquier periodista.

Recordé que en el pasado, antes de la llegada de su esposo a la presidencia, ella era no solo una habitual interlocutora de la prensa, sino que era de las preferidas por los productores a la hora de conformar la rutina de un programa, pues CFK era garantía de un reportaje picante. Ergo, dije no entender por qué no daba conferencias de prensa y entrevistas individuales. "Es lo que yo digo", admitió Randazzo. Zannini permaneció en silencio todo el tiempo.

Por esos días la Presidenta estaba en campaña para la reelección y fue el primer caso en la historia argentina en que un candidato presidencial no concede entrevistas. Ganó, por el ya mencionado 54% de los votos y debe haber sentido que su estrategia había sido la correcta.


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Es muy probable que esa conducta no hubiera sido compartida por su esposo. Tras la guerra con el campo, Néstor Kirchner convocó a un reconocido consultor para que asesorara a su esposa en materia de imagen. El hombre recuerda no haber visto a la Presidenta muy interesada, pero al menos accedió a dar una conferencia de prensa en la quinta presidencial en agosto de 2008. El trabajo del consultor no prosperó, y ante la falta de respuestas dejó de llamar.

Más adelante en el tiempo, hubo sí un intento decidido por mostrar a la Presidenta interactuando con la prensa, pero una vez más el resultado fue bastante atípico. De esa idea surgió el ciclo "Desde otro lugar", en el que se armaban reportajes que el propio gobierno se encargaba de editar, como también elegían a los entrevistadores. El primero fue el historiador K Hernán Brienza, el segundo Jorge Rial, pero el ciclo se suspendió por aquel hematoma subdural que terminó llevando a Cristina nuevamente al quirófano. Nunca se reanudó.

Cristina no volvió a hablar con la prensa nacional independiente; sólo lo hacía a veces en el cierre de los actos, con periodistas del aparato oficial. Pero ya en septiembre de 2012, había quedado clara la razón por la cual aquella propuesta esbozada en el despacho de Florencio Randazzo no merecía ser tenida en cuenta, cuando la entonces presidenta resultó expuesta de la peor manera ante estudiantes de Harvard. No la pasó bien allí Cristina, que en uno de los pasajes más recordados, al ser consultada sobre el exponencial crecimiento del patrimonio de los Kirchner, ella lo negó y luego aseguró que "si he tenido un crecimiento en mis bienes es porque he sido una exitosa abogada".

La Casa Rosada volvió a hacer de las suyas cuando el entrevistador fue Dexter Filkins, para la prestigiosa revista The New Yorker. El periodista norteamericano estaba escribiendo un artículo sobre la muerte de Alberto Nisman y la entrevista con la presidenta argentina era material para el mismo, pero el gobierno de entonces la grabó y difundió profusamente el día antes de la aparición de la nota en la revista.

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Se sabe -porque ellos mismos lo han reconocido- que la dirigencia kirchnerista tenía prohibido pisar los estudios de canales "opositores", o prestarse a entrevistas con medios que no fueran afines. Más por necesidad que por convicción, esa medida se fue flexibilizando camino a las presidenciales, pero determinados miembros del cristinismo puro y duro siguieron siendo reacios. El caso paradigmático es Máximo Kirchner, cuyos contados reportajes han sido concedidos exclusivamente a medios y periodistas vinculados al kirchnerismo. Casi se entiende por tratarse de un personaje bisoño en la política.

No es el caso de su madre, que sin embargo actúa de la misma manera. Durante su gestión, limitó su comunicación a las cadenas nacionales o a las redes sociales. Ya fuera del poder no ha cambiado. En su primera entrevista eligió el último domingo ser entrevistada por Roberto Navarro, fiel defensor de su gestión y acérrimo opositor a Macri, en el canal C5N.

Ya sin blindaje oficial, ayer Cristina se prestó brevemente al diálogo con la prensa al salir del Instituto Patria. Fue un deja vu de su época de legisladora, cuando aun siendo oficialista se mostraba como una feroz crítica de las medidas del gobierno. Tal vez está repensando su estrategia, volviendo a la versión original de Cristina, aunque en la práctica es difícil imaginar que vaya a hacerlo permitiendo ser interpelada en torno a los casos de corrupción que salpican a la gestión kichnerista. De hecho, ayer solo habló de lo que quiso. Otra vez.


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