Hernán Benítez, su confesor: "Evita murió en mis brazos"
"Eva murió en mis brazos. Cuando dio el último suspiro le di la última absolución. Ella estaba preparada para morir y llena de espiritualidad", afirmó el confesor de Evita, el padre jesuita Hernán Benítez, durante el último reportaje antes de morir, en 1996, realizado por este medio.
"Después de la primera operación, a fines de 1951, los médicos dijeron que estaba todo bien. Que tendríamos Evita para rato. Sin embargo, a la semana de regresar a la residencia siguieron los mismos síntomas: el dolor bajo y fuerte en el vientre, la falta de apetito... ¡Todo otra vez!
En febrero de 1952 le dieron rayos y el diagnóstico definitivo: metástasis. A Perón lo afectó muchísimo. Era la misma enfermedad de la que había muerto su primera esposa... Aquella noche había que preparar a Eva, que estaba en la plenitud de su poder. Ella no tenía formación para semejante trueque con la muerte. Recé con toda mi alma, fue uno de los momentos más difíciles de mi vida...Muy confiado en Dios le dije: Le voy a contar lo que me pasó hace unos años. Una madre que tenía muy poca fe en Dios, no sabía si creía, amaba a su marido y a su hijo y tenía los días contados. ¿Con qué se puede suprimir el rol de una madre? Con un ángel de Dios, Si Dios elige una persona para que cuide su patrimonio y quiere que lo ayude tiene que llevársela, para que esté día y noche a su lado. Ese fue el camino para Evita. Inmediatamente le escribí una serie de oraciones y, desde entonces, empezamos juntos a vivir una vida que la hizo muy espiritual. Es más, ella me hizo más espiritual a mí. Si en las últimas semanas ella hubiera sabido que iba a sanar... ¡moría de eso! Tanto se había ilusionado con su misión eterna que vio la gloria que iba a tener".
Una anécdota que la pinta de cuerpo entero
La leyenda fue recogida por Libertad Demitrópulos, biógrafa de Evita, en su libro "Eva Perón". En el barrio, por demás humilde, la lluvia y el frío se hacían sentir con mayor intensidad. Dentro de una habitación, un hombre pobre se debatía entre la vida y la muerte. Un amigo decide transportarlo sobre sus hombros hasta el hospital más cercano. Los acompañaba su mujer que, desesperada, veía como su esposo estaba a punto de morir.
"De pronto -cuenta Demitrópulos- esa atroz calle de un barrio pobre de Avellaneda es iluminada por los potentes faros de un auto que se aproxima. ¿Quién podía andar a esas horas y en el barrial? Los autos no circulaban en esa calle ni siquiera en pleno día. Era extraño; más bien increíble. Pero el coche ha llegado hasta ellos y una voz de mujer, clara y vibrante dice: -Si es un enfermo suba, rápido.
Se acercan. Agradecen. Si, necesitamos urgente atención para este enfermo que se muere: una úlcera perforada. La esposa agrega: -No tenemos adonde llevarlo, no tenemos recomendación para algún hospital.
Del coche baja una joven, se ve a la luz de los faros que es bella y que está vestida con elegancia. Ayudó a subir a los tres. -No se preocupen. Yo conozco un médico de un hospital. Vamos allá".
La mujer dio la orden al chofer de dirigirse a un hospital de la Ciudad de Buenos Aires. La mujer del enfermo, al recordar a los niños que han quedado solos en su casa llora, lo que llama la atención de la otra, quien le pregunta si sufre. Llegados al hospital, la joven baja del auto y requiere la presencia de un médico: "Dígale que Eva Duarte trae un enfermo grave".
El médico, que se hizo presente, explicó que hombre necesitaba una urgente operación: "Ah, Evita, quien pudiera ser uno de tus protegidos", le dijo. El hombre fue operado y Eva se marchó ya que, dijo, estaba filmando una película, pero volvió a diario para visitarlo y llevarle los remedios que necesitaba y comida para su mujer y sus hijos.
"El hombre -concluye la autora- era un obrero ferroviario y, como la mayoría de los trabajadores de ese gremio era un anarco-sindicalista, descreído y escéptico. Eva Duarte y el obrero se hicieron amigos, conversaron mucho sobre la situación política del país del que Eva ya tenía ideas muy claras y, a partir de entonces, la vida que los había cruzado los hizo actuar en muchas circunstancias críticas para ellos y para la Patria, hasta que, finalmente, los separó con la muerte de ella, once años después".
Toda la verdad sobre su apellido
Algunos historiadores, como Alicia Dujovne Ortiz, intentaron demostrar que Duarte no era el verdadero apellido de Evita, sino que llevaba el apellido Ibarguren, ya que nunca habría sido reconocida por su padre. Sin embargo, dos personas que la conocieron de cerca, como Fermín Chávez y el padre Hernán Benítez, su confesor, negaron tal posibilidad.
Chávez afirmó que "niego esto de la misma manera que niego que el motor de su obra haya sido el resentimiento. Ella hacía todo por generosidad, por ayudar. Ya en épocas de actriz tenía esa sensibilidad social. Me contó Hugo del Carril que cuando estaban filmando 'La caravana del circo', ella le preguntaba si recibía cartas de gente pidiendo ayuda y si él les daba una mano".
"Evita vengarse... ¿de qué? Ella era Duarte y su padre la reconoció. Con decir que tengo el original del bautismo... Como hay que decir disparates se dice cualquier barbaridad", sostuvo, por su lado, el sacerdote.
La fundación fue un capricho con los fondos del general
El propio Juan Domingo Perón describió, años después de la muerte de quien fuera su segunda esposa, cómo se cristalizó la idea de Evita de tener una fundación para ayudar a los más pobres.
"Mi mujer decidió dedicarse a la asistencia social y se instaló en el Ministerio de Trabajo, del que era titular José María Freire. Su competencia era distinta. Eva intervenía para los casos que eran infinitos, que escapaban al control y a la actividad del ministro. Nació así la Fundación Eva Perón, un organismo para la ayuda social de niños, muchachos, hombres, mujeres y ancianos, creando escuelas, hogares, clínicas, ambulancias y preventorios a los que el pueblo accedía sin ningún desembolso. Para los primeros fondos, Eva recurrió a mí. Una noche, en la mesa, me expuso su programa. Parecía una máquina de calcular. Por fin le di mi asentimiento. Le pregunté: ¿Y el dinero? Ella me miró divertida. Muy simple -me dijo- comenzará con el tuyo. ¿Con el mío? -dije-. ¿Cuál? Tu sueldo como presidente.
El primer decreto ley de protección a la fundación fue creado por mi mujer en la mesa; no estaba lleno de artículos, pero fue más drástico que cualquier ley escrita.
El peronismo femenino y el voto de la mujer
Eva Perón fue la principal impulsora del voto femenino en la Argentina. Aunque antes de ella muchas mujeres políticas, como Alicia Moreau de Justo, habían luchado por conseguir este beneficio, fue Evita quien, finalmente, le dio forma y consiguió que fuera transformado en ley -osadías de la vida, ella pudo votar una sola vez y desde su lecho de enferma-.
Evita fue, también, un bastión fundamental en la participación activa de la mujer en política, especialmente a partir de la creación del Partido Peronista Femenino.
El 26 de julio de 1949, las mujeres escucharon a Evita en el Teatro Nacional Cervantes, donde la proclamaron presidenta del Partido Peronista Femenino. En ocasión de su discurso, Eva Perón dejó en claro que la necesidad de que las mujeres debían comenzar a organizarse políticamente ya que ellas también formaban parte de los sectores explotados durante años.
Evita organizó a sus mujeres y las envió como delegadas a diferentes partes del país para instruir a otras mujeres en política y adherirlas al partido que lideraba. Las unidades básicas que Eva organizó a lo largo y a lo ancho de la Argentina se diferenciaban de las del Partido Peronista Masculino porque, además de adoctrinar y difundir la propuesta de Perón, ofrecían cursos donde las damas podían aprender todo aquello que necesitaran para salir a trabajar.
El secreto que ella se llevó a la tumba
Muchas especulaciones se tejieron a partir del supuesto "secreto" que Eva Perón se llevó a la tumba, cuya existencia fue confirmada por el padre Benítez. Algunos investigadores aseguran que dicho secreto fue de tal magnitud que la llevó a una especie de reclusión monástica en su fundación, tranformándose en una misionaria que paga una suprema expiación.
El escritor Fermín Chávez, que compartió con Evita largas veladas y se convirtió en uno de sus más grandes amigos, aseguró que el secreto existió y que puede tener relación con ciertos hechos "como el hijo que se cree perdió hacia septiembre de 1945, cuando estaba filmando La pródiga. Hay testimonios que demuestran que estuvo internada en el Sanatorio Ottamendi y Miroli".
La posibilidad de un hijo muerto, una probable violación durante su adolescencia, hasta que en su primera votación -desde la cama del hospital- no habría votado por la reelección de su marido, el general Perón. Mil versiones, muchas de ellas inverosímiles, se tejieron alrededor de este secreto que sólo llegaron a conocer Atilio Renzi, colaborador de Eva, y su confesor, Hernán Benítez, que se refirió al mismo durante su último reportaje, concedido a este medio en 1966.
"Su secreto fue peor de lo que nadie puede imaginarse. ¡Algo espantoso! Las obras de su fundación tenían su premio en el éxito. Lo otro no, lo otro era plenitud de dolor sin tregua al goce material alguno", afirmó el sacerdote.
En los últimos años conmovió a la opinión pública la aparición de una supuesta hija de Eva. Se trata de Nilda Quartucci, que habría nacido como producto de una relación entre Evita y el actor Pedro Quartucci, a fines de la década del '50. Según su propia versión, Eva quedó embarazada, tuvo a su hija y le dijeron que ésta había muerto al nacer. Quartucci y su esposa se quedaron con la niña intentando mantener el secreto, pero Evita se enteró cuando ya se había convertido en la Abanderada de los humildes.
¿Es el secreto la Evita la existencia de una hija que le arrebataron? De ser así, nunca hubo un ADN, para que la verdad -tan celosamente guardada- saliera a la luz.
Simplemente Evita para sus descamisados
María Eva Duarte de Perón, Eva Perón, la Eva para sus detractores, Evita para quienes la amaron. Lo cierto es que, amigos y enemigos, coinciden en un punto: hay un antes y un después en la historia argentina después de Eva Perón. Aún más, algunos se animan a afirmar que ese antes y después abarca también a la historia latinoamericana. Evita fue, nadie puede dudarlo, una de las grandes mujeres del siglo XX. Una avanzada para su época, una actriz sin futuro que se convirtió en mito y leyenda y cambió el rumbo de un pueblo.
"Cuando elegí ser Evita sé que elegí el camino de mi pueblo. Nadie sino el pueblo me llama 'Evita'. Solamente aprendieron a llamarme así los descamisados. Los hombres de gobierno, los dirigentes políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales, intelectuales, etc... que me visitan suelen llamarme 'Señora'; y algunos, incluso me dicen públicamente Excelentísima o Dignísima Señora y aún, a veces, Señora Presidenta. Ellos no ven en mi nada más que a Eva Perón. Los descamisados, en cambio, no me conocen sino como Evita", dijo ella misma en "La razón de mi vida".
Como prueba de la obra que Evita realizó durante su corta existencia, cabe hacer referencia a su trabajo en la fundación que llevó su nombre y que modificó, para siempre, la historia de la filantropía en el país.
Cuando Perón asumió el poder, en 1946, la Sociedad de Beneficencia -bastión de la oligarquía autóctona- estaba históricamente presidida por la esposa del Primer Mandatario. Pero la posibilidad de que Eva ocupara ese papel estaba lejos de formar parte de los planes de quienes dirigían en ese momento la entidad.
Creada en 1893 por Bernardino Rivadavia para proteger a los huérfanos y ocuparse de los "partos públicos y ocultos", estaba compuesta por damas de la alta aristocracia, católicas a ultranza, que vestían a sus "huerfanitos" de gris. No podían concebir, ni por un instante, que "la Eva" ocupara el lugar que, de manera interina, presidía Guillermina Bunge de Moreno. Evita, una ex actriz de baja monta, vulgar con sus rulos y sus vestidos floreados de dudoso gusto, con un pasado oscuro de amantes y burdeles, según sus dichos, no merecía semejante honor. Y así se lo dijeron. La historia fue rescatada por Alicia Dujovne Ortiz y Marysa Navarro, ambas biógrafas de Evita.
"Cuando se trató en términos oficiales, de designarla para el cargo, las señoras alegaron que la encontraban demasiado joven. Al menos, esa es la respuesta que se les ha atribuido. Y Evita habría replicado: 'En ese caso que nombren a mi madre'. Una idea genial: ¡Doña Juana presidenta de las damas patricias! Suponiendo que la salida no haya sido de la cosecha de Evita, lo mismo forma parte de esas leyendas reveladoras que aclaran la realidad. Es probable que, tanto de un lado como del otro, hayan estado de acuerdo en el desacuerdo. Por ofendida que se sintiera frente al ultraje, para Evita era un alivio no tener que aguantarse en carne y hueso el desdén de las damas", relató Dujovne Ortiz.
Por su parte, Navarro recordó: "Aunque Evita ya había sorprendido a mucha gente durante la campaña electoral al acompañar a su marido en sus giras por el interior, como esposa del presidente, se esperaba de ella un comportamiento conforme con lo establecido por la tradición. Los argentinos estaban acostumbrados a que la Primera Dama fuera una figura muy relegada a un plano secundario, dedicada a ciertas obras de caridad, como la Sociedad de Beneficencia y alguna que otra ceremonia oficial. Independientemente de su posición política, se resistían a aceptar que la esposa del primer mandatario asistiera a tantos actos con su marido o hablara en su nombre a un grupo de obreros. Además de visitar gremios, repartir ropa y de acompañar a Perón, Evita iba todos los lunes, miércoles y viernes a la Dirección de Correos y Comunicaciones. En el cuarto piso de ese edificio tenía una oficina habilitada para su uso". Fue allí, justamente, donde Evita comenzó su obra de ayuda a los demás, trabajo que continuaría, poco después, en la sede de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social. "¿Teniendo en cuenta la falta de participación de la mujer en la vida política argentina hasta ese momento y la imagen tradicional de la Primera Dama, la pregunta que surge de inmediato es: ¿qué fue lo que impulsó a Evita, una actriz de radioteatro de veintisiete años de edad, con una educación muy limitada y ninguna experiencia política, a desempeñar ciertas actividades para las cuales no existían antecedentes inmediatos en la Argentina y muy pocos en el mundo entero?"
La propia Evita, en su autobiografía asegura que, a pesar de haber podido ser como el resto de las esposas de los presidentes argentinos, ella eligió un camino diferente: "Esto lo digo bien claro porque se ha querido justificar 'mi incomprensible sacrificio' arguyendo que los salones de la oligarquía me hubiesen rechazado. Nada más alejado que esto de toda realidad, ni más ausente de todo sentido común. Pude ser una mujer de Presidente como lo fueron las otras. Es un papel sencillo y agradable: trabajo los días de fiesta, trabajo de recibir honores, engalanarse para presentar algún protocolo que es casi lo mismo que pude hacer antes y creo que más o menos bien, en teatro o en cine".
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