Las dos grandes coaliciones de la Argentina tienen problemas estructurales, que están más allá de los conflictos coyunturales y de las mejores o peores estrategias de posicionamiento de cada uno de los actores y actrices.
Ambas fuerzas están a la espera de que sus figuras preponderantes decidan qué harán este año de sus vidas políticas. Ambos líderes tienen un alto rechazo en la opinión pública, pero son los miembros fundantes y pretenden ser los vigías ideológicos respectivos. Con ellos no alcanza, pero sin ellos no se puede.
Pero, ¿quién tiene la culpa de que eso sea así? ¿el chancho o el que le da de comer?
Como siempre, ambos factores pesan. Sin embargo, la mayor responsabilidad la tienen los retadores, las figuras de reemplazo. Porque si uno se pone en los zapatos de Cristina y Mauricio, ¿por qué habrían de jubilarse y resignar sus roles preponderantes? ¿Por qué le soltarían la mano a las criaturas que con tanto esfuerzo han logrado que nazcan, crezcan y se desarrollen?
La historia universal está llena de egos. Es un hecho. No hay nada para discutir ahí. Pedirles a ambos que tengan gestos de humildad, de responsabilidad con el futuro, etc., es innecesario. Los líderes tienden a correrse porque no les queda otra, no porque depongan su narcicismo.
Pues entonces, el interrogante pasa por ¿qué cosas no hicieron o no están haciendo los relevos como para torcer la discusión a su favor y dar vuelta la página de la historia? Aquí aparece la cuestión de la voluntad real.
Uno podría decir que a algunos -Bullrich, Larreta, Massa, Morales- precisamente lo que no les falta es hambre de liderar y ser jefes. El resto no queda claro: Manes, Wado, Vidal, Manzur, Capitanich, Scioli y el propio Alberto.
Varios quieren ser presidente, pero no suenan a líderes. Por ejemplo, la ex gobernadora bonaerense deja su candidatura en veremos si Macri se presenta. Manes no parece querer tomarse el esfuerzo de conducir políticamente previo al premio mayor. Wado y Capitanich dependen de lo que diga CFK, al igual que Kicillof. Y de Alberto nunca se sabe.
Los electorados tienden a votar liderazgos. Solo para tomar como referencia desde 1983 hasta 2019, todos los presidentes -y sus principales competidores- fueron lideres casi indiscutidos de sus propios espacios: Alfonsín, Menem, De la Rúa, Cristina en su reelección y Macri. Néstor lo construyó cuando asumió y sostuvo a su pareja para el primer mandato de ella. El único caso donde no hubo liderazgo previo fue con Alberto. Los resultados están a la vista.
Por lo tanto, si no hay líderes alternativos que desplacen a los históricos en el corto plazo, significa que: 1) los procesos de recambio serán lentos, 2) serán dificultosos, 3) quizá los relevos no se conviertan en líderes aun llegando a la presidencia, y/o 4) eso puede poner dudas sobre sus respectivas capacidades de implementar planes de crisis como los que exigirá la herencia de la presente administración. En síntesis: promesas de líos grandes.
Entonces, podemos dar por seguro que, aun cuando ni CFK ni Macri sean candidatos presidenciales, los que compitan post primarias, van a estar subidos a un palo enjabonado (políticamente hablando, ni qué decir de lo económico).
Pero claro, el 10 de diciembre será otro cantar porque el / la que asuma tendrá la ventaja de tener la lapicera y pagará los costos de… tener la lapicera. ¿Serán el o la próxima dóciles discípulos, o aplicarán las reglas de Maquiavelo?
En el mundo político dicen que, no importa quien gane, tendrán en Comodoro Py a un conjunto de aliados sedientos de convertirse en fervientes defensores de la transparencia y la República. Porque causas judiciales amenazantes no le faltan a ninguno de los dos líderes preponderantes, y varios integrantes del Poder Judicial suelen girar cual veleta.
Es decir que quizá ambos deban calcular si no están durmiendo con el enemigo. Y en ese aspecto ¿no les convendría ser aliados? .
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