El resultado bonaerense que esperaban los dirigentes peronistas que aspiran a reflotar la liga de gobernadores era muy parecido al que se dio.
Hablamos de aquellos que peregrinaron los últimos meses hacia el despacho de Miguel Pichetto en el Senado y que de ningún modo deseaban que un triunfo de Cristina Fernández de Kirchner la catapultara directamente como candidata presidencial en 2019. Aunque tampoco añoraban una derrota catastrófica de la ex presidenta, pues ello implicaba una victoria rimbombante de Cambiemos que dejaría al gobierno en inmejorables condiciones para las presidenciales.
Lo que no imaginaban era que tampoco les fuera a ir bien a la mayoría de los dirigentes y gobernadores potables para edificar la renovación que los ilusiona. Afectos a evocar el pasado, piensan remedar la renovación que comenzó a gestarse a mediados de los 80, tras dos derrotas sucesivas del peronismo.
En rigor, ya el resultado de las PASO había marcado un rumbo que no les dejaba demasiado espacio para la ilusión: todo indicaba que Cambiemos repetiría esa performance, en versión mejorada, revirtiendo más de uno de los traspiés de agosto. Y así fue.
En esa oportunidad, una de las victorias más resonantes de la alianza gobernante había sido en Córdoba, y la víctima Juan Schiaretti, el mandatario al que buena parte del peronismo veía con los mejores ojos para timonear una renovación. Pero el resultado de las primarias no dejó margen para la ilusión en ese sentido; el gobernador cordobés perdió de manera rotunda frente a Mauricio Macri, quien le debe su presidencia a esa provincia y siente que es allí donde mejor lo ponderan. Curiosamente el Presidente es amigo de Schiaretti, mas esa cercanía no fue obstáculo para que Macri se preocupara especialmente de explotar ese respaldo provincial, en detrimento del mandatario cordobés.
Otro gobernador de amistosa relación con el gobierno nacional es Juan Manuel Urtubey, protagonista con su inesperado traspié de una de las sorpresas del domingo.
En rigor, en las últimas semanas el gobierno había comenzado a barajar la posibilidad de dar la sorpresa en esa provincia, de modo tal que el resultado no los tomó desprevenidos. Hay que decir que el mismo no fue producto de la improvisación, pues comenzó a gestarse de entrada, cuando el flamante gobierno entabló una buena relación con el intendente de la capital provincial, Gustavo Sáenz. De ahí que pronto comenzara a especularse con la posibilidad de sumar a ese dirigente “al cambio”.
El trasfondo de esas negociaciones tenía partida doble, pues además de buscar Cambiemos sumar un aliado muy competitivo en esa provincia, se agregaba el morbo de tratarse nada menos que del excompañero de fórmula de Sergio Massa en 2015. El Presidente disfruta de manera especial desairar al tigrense, como cuando le birló a Carlos Reutemann, al que el líder del Frente Renovador imaginaba de su lado.
Sáenz se pasó a Cambiemos a mediados de este año y finalmente la alianza comenzó a dar frutos. Pasó lo mismo en La Rioja, donde buena parte del mérito de la victoria radical a expensas nada menos que de Carlos Saúl Menem, la tiene haber conseguido la adhesión de otro intendente capitalino, en este caso el riojano Alberto Paredes Urquiza, obviamente peronista.
A la larga terminarán reconociéndole a Cambiemos que sabe hacer política. Parecen aprender rápido... Que le pregunten sino a los hermanos Rodríguez Saá, que tuvieron que sudar la gota gorda y “extremar recursos” para revertir la derrota de las PASO a manos de otro aliado de Cambiemos, el ex gobernador peronista Claudio Poggi. Parece ser la receta de Emilio Monzó, histórico armador peronista del macrismo -hoy marginado de la campaña electoral-, que siempre recomendó aprovechar la condición de gobierno para atraer a peronistas ávidos del calor del poder. De eso se ocupa el ministro del Interior, Rogelio Frigerio.
Mencionamos a Sergio Massa, quien quedó bastante maltrecho en este turno electoral en el que como en 2015 cosechó un doble tercer puesto. Cada vez más lejos le resulta aquel 2013 en el que tan bien le fue en las elecciones, que decidió cortar camino apuntándole a la presidencia, salteando la gobernación que se había propuesto alcanzar inicialmente.
Eran otros los planes del tigrense, que siempre se vanaglorió de no haberse diluido en la polarización que plantearon las presidenciales. Ahora pensaba hacerse fuerte en su distrito de origen, declinando cualquier tentación de sumarse al PJ, para recién en 2019, cuando la competencia fuera por el premio mayor, negociar sí un frente con el peronismo, en condiciones favorables. Pero para cumplir ese objetivo necesitaba previamente hacer una buena elección este año, y eso significaba salir al menos segundo.
La presencia de Cristina Fernández de Kirchner en estas legislativas alteró sus planes, y si bien se ilusionó en algún momento con la posibilidad de que fuera el gobierno el que quedara tercero, ese lugar terminó ocupándolo él.
Su alianza con Margarita Stolbizer era estratégica, pero incomoda a sus eventuales aliados peronistas. Massa en cambio contaba con que la líder del GEN fuera para él lo que Lilita Carrió resultó ser para Macri. Hoy ambos aseguran que más allá del traspié electoral, esa sociedad política está sólida, y dicen confiar en que pueda mantenerse en el tiempo. Irónico, él sostiene que “algunos peronistas no quieren a Margarita, pero se tragaron a María Julia Alsogaray...”.
Uno y otro han dicho no tener problemas de estar en el llano. Sobre todo la diputada, pero habrá que ver cómo resiste su partido en el desierto: además de ella, todo el GEN quedó fuera de cargos legislativos. Uno de esos que deja el cargo a fin de año se lamentó ante este medio por la decisión de su jefa de avanzar en un acuerdo con peronistas. “Mi origen es radical, no se qué tenemos que hacer ahí”, deslizó.
Gerardo Milman la vio antes: en los inicios de este gobierno se sumó al equipo de Patricia Bullrich en Seguridad. En Cambiemos tienen las puertas abiertas y están atentos para el desembarco de desencantados.
Stolbizer quiere armar con Massa un frente nuevo, que tenga los valores institucionales que reivindica Cambiemos, pero con la “sensibilidad social” que le puede aportar el peronismo, e imagina a su socio ideal para liderar ese espacio. Puede que no termine resultando, dicen por lo bajo algunos miembros de lo que es (¿fue?) 1País. Ya la ancha avenida del medio les generaba dudas; ahora se preguntan si en el lugar que pretenden ocupar no está instalado ya Cambiemos. “Los humores de la sociedad son cíclicos -dice un legislador de esas filas-. Cuando se canse de este modelo, no buscarán otro similar, sino lo opuesto”.
Lo cierto es que los planes de Massa chocaron con una cosecha de votos mucho más menguada que lo que esperaba como para ir a negociar en posición de fuerza con el peronismo. A su favor tiene que no hay en ese partido ganadores potables y, sobre todo, con votos. En realidad, si de votos hablamos, está Cristina Kirchner, que anunció en su discurso del domingo que Unidad Ciudadana llegó para quedarse, y nadie la imagina armando sus valijas para volverse al sur... Eso menos que nada.
Por el contrario, la expresidenta descuenta que podrá recomponerse del traspié del domingo y una vez más se vale de la intuición y los caminos conocidos. Vuelve al Senado, donde se inició y se hizo conocida hace 22 años, y piensa actuar como entonces. Quiere convertirse en la piedra en el zapato del gobierno, con la diferencia de que ahora es infinitamente más conocida y tiene más poder. Poder de daño, es el que pretende usar con la decena de legisladores que la acompañen cuando se fracture el bloque del Senado, y el medio centenar que conservará en Diputados.
Está convencida de que la sociedad se ha equivocado y que no tardará en darse cuenta de su error; solo es cuestión de esperar. Imagina un desenlace traumático, tipo 2001, y en esas circunstancias será reivindicada. Imagina también que el gobierno buscará erosionarla a través de la justicia, pero para eso tiene los fueros.
Mientras eso piensa ella, la dirigencia peronista que vislumbra un camino bien distinto y lejano de Cristina, admite por lo bajo que los tres millones y pico de votos que la ex presidente logró siguen teniendo el peso suficiente como para hacerlos valer en el peronismo. El gobierno, en tanto, disfruta la manera como los planetas se le alinearon: con la ex presidenta derrotada por Cambiemos, pero capaz de mantener dividido al peronismo.
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