A pesar de tener un estilo confrontativo y una retórica llamativa, el presidente argentino ha demostrado una actitud pragmática para mejorar algunos de los indicadores económicos.
Los peores augurios sobre el primer año de gobierno del presidente argentino Javier Milei no se cumplieron. No hubo crisis económica inmanejable, ni estallido social, ni falta de gobernabilidad política. El gran interrogante sobre cuánto iba a soportar la sociedad argentina un ajuste macroeconómico de proporciones quedó, por ahora, resuelto, con índices de aprobación aceptables.
Durante todo el proceso electoral de 2023, la mayoría del electorado sostenía tres opiniones: que la crisis argentina venía de largo plazo; quién ganase tomaría medidas desagradables; y, los resultados tardarían en llegar. Con esos tres elementos en la mano, era esperable que la paciencia social fuera laxa. A eso contribuyeron dos factores adicionales. Por un lado, el país viene de tres gobiernos con balance negativo que defraudaron muchas expectativas. Por el otro, al votar a alguien sin experiencia política, la tolerancia iba a ser más extensa.
Si bien el gobierno de Milei tuvo un fuerte tropiezo inicial al no poder aprobar la llamada ley ómnibus -un enorme paquete de reformas económicas-, con el inicio de sesiones ordinarias del Congreso, fue haciendo un fecundo aprendizaje de pragmatismo. Eso lo llevó a concretar dos leyes claves: la Ley Bases y el paquete fiscal, los cuales le dieron una serie de herramientas para poder avanzar en su plan. Como contrapartida, tuvo que relegar bastantes ambiciones reformistas, sobre todo en lo que tiene que ver con achicamiento del Estado y privatizaciones.
Al final de su primer año, logró una baja sensible de la inflación mensual, que ronda el 3%, una caída notable del riesgo país, una estabilización y descenso del dólar blue, un equilibrio fiscal, un superávit histórico de la balanza comercial y una leve recuperación económica en el tercer trimestre del año. Todo hace prever que en 2025 habrá menos inflación y que se producirá un rebote económico, con todo lo que eso significa en un año electoral, con comicios de medio término.
Como era de esperar, en el primer semestre del año hubo un incremento sensible de la pobreza. Alcanzó a la mitad de la población, aunque no impactó tanto en el nivel de empleo, ya que se registró cierta recuperación salarial. Este costo social no solo se verifica en las estadísticas sociales. Además es uno de los principales factores de preocupación de la sociedad, que comenzó a virar la prioridad de la inflación a sobre el desempleo.
Una de las incógnitas naturalmente era cómo iba a ser el modo de conducción política de Milei; se enfrentó a cientos de funcionarios que no formaban parte de un equipo previo. Se percibe un estilo verticalista y férreo, con poco lugar para el debate político. En lo que va del año, cada cuatro días renunció o fue echado un funcionario. Eso da una idea del nivel de rotación del equipo. Para muchos representantes del sector político y empresarial eso indica una dificultad de interacción con esta administración.
Más allá de su estilo vehemente, la confrontación forma parte de su estrategia central, marcando permanentemente con calificativos soeces a opositores, periodistas críticos, algunos empresarios o incluso figuras del espectáculo, muchos de todos ellos englobados en lo que el libertario llama “la casta”. La agenda ha sido casi siempre la de Milei, queriendo marcar que este es un gobierno refundacional de la Argentina, con ciertas referencias mesiánicas sobre sí mismo.
Javier Milei no se interesa mayormente en la política. Delega su gabinete en su hermana, Karina Milei, secretaria general de la Presidencia. Además de ser su consultor de cabecera. El primer mandatario prefiere percibirse más como un líder global que como un simple jefe del Ejecutivo. Eso lo ha llevado a tener un perfil alto a nivel internacional, mostrándose disruptivo en foros tan importantes como las Naciones Unidas o el Mercosur.
Un capítulo importante es la política exterior. Milei abrazó una alianza sin condiciones con Estados Unidos, apostando al triunfo de Donald Trump, e Israel. Además, mostró una postura muy crítica con la agenda de género, el cambio climático y, en general, lo que él considera un avance de la izquierda.
Milei está embarcado en las llamadas “batallas culturales” que marcan la agenda de debate de esa derecha internacional. Con alguna semejanza a Jair Bolsonaro, se inclina por una confrontación con el “marxismo cultural”. Por ahora esos issues no son temas de conversación en la opinión pública, cuya gran mayoría tiene puesta una mirada casi exclusiva sobre los resultados económicos.
Con relación a esto, y apelando a su estilo confrontativo permanente, tuvo varios altercados con presidentes de países cercanos a la Argentina, como con Luis Inácio Lula da Silva, Gabriel Boric, Pedro Sánchez o Gustavo Petro. Al mismo tiempo, es efusivo con Nayib Bukele, Santiago Abascal o Georgia Meloni. El pragmatismo también lo ha llevado de calificar a China como “dictadura comunista”. Mientras también expresa que “es un socio comercial muy interesante, porque no exige nada, lo único que piden es que no los molesten”.
Si las condiciones de contexto internacional no le juegan una mala pasada y si el esquema económico resiste, las perspectivas electorales para el nuevo oficialismo son positivas, con todo lo que eso implica para consolidar el modelo político. Tiene a su favor, además, una oposición totalmente fragmentada y sin una renovación de líderes, siendo la gran figura antagonista Cristina Kirchner.
Sin embargo, cabe decir que la sociedad se está moviendo más por parámetros de adhesión pragmática al nuevo statu quo que ideológicos. Si este proceso significará un cambio radical del sistema de valores histórico de la sociedad argentina, es muy temprano para decirlo. Todo es muy novedoso en la Argentina.