Mientras desde la oposición Margarita Stolbizer insiste en buscar mecanismos para impedir directamente su asunción en el Senado, y el jefe del bloque todavía mayoritario, Miguel Pichetto, elabora el esquema menos traumático para evitar compartir espacio con ella, delegados cristinistas siguen abocados a una tarea no menor como es la de asegurarse un despacho con las comodidades suficientes que satisfagan a Cristina Fernández de Kirchner.
Próxima habitante del Senado, la ex mandataria encomendó a colaboradores garantizarle un ámbito acorde al cargo que supo ostentar, y es por eso que en principio tratan de asegurar por lo menos la posesión de las oficinas que dejará la senadora Virginia García, cuñada de Máximo Kirchner y cuyo mandato concluye el 10 de diciembre. El despacho está ubicado en el tercer piso del Palacio Legislativo y tiene acceso a un ascensor privado que le permitiría a la ex presidenta evitar contactos imprevistos.
El problema es que hay quienes no están dispuestos a hacérsela fácil, comenzando por Eduardo Costa. Ganador de las últimas elecciones en Santa Cruz, e histórico rival de los Kirchner, el santacruceño reclama para sí el despacho que dejará Virginia García, que es precisamente el que supo ocupar Cristina en su último paso por el Senado, desde donde en 2007 pasó a la Casa Rosada.
En rigor, la posesión de los despachos no está supeditada a las provincias a las que pertenezcan sus ocupantes, sino a la decisión de las autoridades de las cámaras, por un lado, y sobre todo y en general a lo que dispongan los legisladores que dejan esos despachos. Los mismos suelen ser contactados por los nuevos legisladores que les piden que les dejen las llaves al irse.
Las disputas por los mejores despachos son un clásico legislativo, con mayor o menor magnitud, pero se potencian cuando, como en la actualidad, los cambios son muy notorios. Es el caso de lo sucedido en las últimas elecciones, en las que el peronismo perdió en distritos donde no solía hacerlo, y resignó muchos escaños en la Cámara alta.
Por ejemplo se acaba de dar el prácticamente inédito caso de que el PJ haya perdido en la provincia de Buenos Aires, debiéndose resignar allí solo con el escaño por la minoría. Así es que queda libre un despacho muy apetecible como es el del senador saliente Juan Manuel Abal Medina, ubicado en la plata baja -suelen ser más atractivos-, espacioso y con ventanas con vistas atractivas. Ese despacho será seguramente ocupado por el ex ministro de Educación Esteban Bullrich, a la sazón ganador de las elecciones en la provincia, quien dicho sea de paso quiere quedarse también con la presidencia de la Comisión de Presupuesto que deja Abal Medina.
El de Carlos Menem es otro despacho espacioso muy deseado. No muy utilizado por el ex presidente, que está poco en el Senado, despertó también el interés de Cristina Kirchner, pero el riojano renovó su mandato por tercera vez consecutiva, así que no hay manera de que lo vaya a ceder.
Son ámbitos políticos donde lo que suele primar en estas cuestiones es la negociación política. Y la conveniencia. Por ejemplo tenemos el caso del Gerardo Zamora, que deja el Senado para volver como gobernador a su provincia y será reemplazado por la ignota Blanca Felisa Porcel de Ricovelli, que se quedará con su despacho, uno de los más envidiados al que el senador saliente accedió por haber sido presidente provisional. Pero a las autoridades del Cuerpo ni se les ocurre contradecir el deseo de Zamora, con el que quieren mantener una relación privilegiada, pues necesitan sus votos.
En materia de despachos, a principios del año pasado se vivió una insólita novela protagonizada por Máximo Kirchner, en nombre de quien el kirchnerismo duro se enfrascó en una puja con el presidente de la Cámara baja, Emilio Monzó, por el lugar que quería ocupar el primogénito de Cristina. En esa oportunidad, los cristinistas bregaron por asegurarse para Máximo el despacho que dejaba José María Díaz Bancalari, en el tercer piso del Palacio, y la pulseada con el presidente del Cuerpo fue tal que jóvenes de La Cámpora se turnaban durante el día para permanecer en el interior de las oficinas en disputa para evitar que fueran recuperadas por las autoridades de la Cámara. Incluso ciertas noches alguno se quedaba a dormir adentro para evitar que las autoridades recuperaran el despacho, que finalmente quedó en poder del hijo de los Kirchner.
Su madre siempre mostró interés por los despachos importantes. Cuando en 1995 llegó por primera vez al Congreso, siendo una ignota senadora pero esposa del gobernador santacruceño, le gestionaron una buena dependencia en el Palacio. Pero al irse a Diputados dos años después, le traspasó el despacho a su sucesor, Daniel Varizat. El tema es que las oficinas de los diputados, ubicadas en el Anexo de la Cámara, son sumamente reducidas. Y como a Cristina la habían echado del bloque PJ, y además el entonces presidente de la Cámara baja, Alberto Pierri, mucho no la quería, le asignaron una aun más reducida. “Era una pajarera”, recuerdan sus colaboradores de entonces.
¿Cómo solucionó Cristina sus dificultades edilicias? Quedándose en el despacho del Senado, que usó durante sus cuatro años como diputada. Vaya a saber adonde fue a parar Varizat...
Pero no es cuestión de hacer tanto hincapié en Cristina, que no es la única, ni la peor en la disputa por los despachos, que se potenció a partir de que los senadores pasaron de 48 a 72, y se convirtió al edificio de la ex Caja de Ahorro en Anexo del Senado, instalándose allí oficinas para los legisladores que no encontraran lugar en el Palacio.
Justamente al producirse ese incremento en la Cámara alta Carlos Corach pasó del Ejecutivo al Legislativo, como senador por Capital Federal. Era el año 2000, y en el mes de enero, cuando el Senado queda desierto y cerrado, se fue de vacaciones a la India, donde se enteró de que un ignoto senador de su propio partido, el formoseño Manuel Rodríguez, le había arrebatado su despacho del cuarto piso. Expeditivo, el duro formoseño le cambió la cerradura y dejó custodia nocturna. Conste que Rodríguez tenía sus razones: a él le había robado antes sus oficinas de la ex Caja de Ahorro otro senador peronista, el santiagueño Jorge Mikkelsen Löth.
Corach quiso solucionarlo por la vía diplomática y llamó al gobernador formoseño Gildo Insfrán para que intercediera ante su comprovinciano, mas no hubo caso.
Pero en esta materia la realidad suele superar a la ficción y no deja de dar sorpresas. Más atrás en el tiempo, es recordada la manera como el entonces joven senador riojano Jorge Yoma se hizo de un despacho apetecible en el Palacio: se metió por la ventana y luego cambió la cerradura.
Claro que no todos son tan osados: Ramón “Palito” Ortega no quiso llegar a esos extremos y optó por un reclamo pacifista que le dio resultado: como no conseguía un buen despacho en el Palacio, amenazó con instalarse delante del Congreso con una sombrilla y atender ahí. Sin necesidad de violentar cerraduras, consiguió una buena dependencia.
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