El 17 de octubre de 1945 el pueblo inundó la Plaza de Mayo pidiendo la libertad del coronel Perón, detenido en Martín García. Esa masiva manifestación fue el inicio del peronismo, que modificó para siempre el mapa político de la Argentina.

Ya nadie discute que el 17 de octubre de 1945 fue la fecha inaugural del movimiento nacional y popular que encarnó una necesidad de cambio y que modificó para siempre la forma de realizar la política en la Argentina. A partir de ese momento comenzó a incorporarse al debate de ideas el concepto de justicia social, independencia económica y soberanía política.

Pocos acontecimientos de la historia argentina habían cobrado la fuerza transformadora que tuvo el 17 de octubre de 1945.

En ese día, que pasó a ser una fecha central de la liturgia peronista, comenzaron a edificarse los pilares de la doctrina de ese partido cimentada en la lealtad del pueblo a su líder, aquél que logró interpretar las aspiraciones sociales de los postergados, que explotaron en el centro de la ciudad, pero que hervían en lo profundo de los suburbios.

El nuevo líder irrumpió para llenar un vacío dejado por los partidos tradicionales y para marcar el camino de la modernidad, que no podía entenderse sin la puesta en valor de los derechos del obrero y la importancia de un Estado en condiciones de resolver las necesidades acuciantes de los desposeídos y de afrontar con criterio nacional las perspectivas del desarrollo.

El régimen imperante no logró entender que cuando miles de trabajadores confluyeron ese día en la Plaza de Mayo para exigir la liberación del coronel Juan Domingo Perón, detenido en la Isla Martín García, comenzaba al mismo tiempo a consolidarse un liderazgo político que le daría protagonismo a las masas populares y recortaría dramáticamente el poder del privilegio.

La jornada del 17 de octubre, tuvo como protagonista exclusivo al pueblo que recién vio plasmado su objetivo de liberar a Perón cerca de la medianoche, para crear así definitiva conciencia de la fuerza transformadora de las mayorías populares en un proceso que había comenzado a gestarse veintinueve meses antes.

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El 13 de mayo de 1943, Perón empezó a darle sustento a su movimiento desde el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que el 4 de junio de ese año impulsó una revolución para desalojar del poder al presidente Ramón S. Castillo e instalar en su reemplazo al mandatario de facto Pedro Ramírez, quien poco tiempo después también iba a ser sustituido por Edelmiro Farrel.

Con el correr de los días, los acontecimientos fueron ganados por una singular efervescencia gremial que desembocó en una huelga nacional de los trabajadores de la carne, dando lugar al ascenso de Perón a la estratégica Secretaría de Trabajo y Previsión.

Estados Unidos observaba a la distancia la ebullición social hasta que Washington decidió enviar a la Argentina a un embajador Spruille Braden, con la instrucción de confrontar, en sintonía con los sectores conservadores del país, con la nueva fuerza política y social corporizada en la figura de Perón.

Surgió así la Unión Democrática, un nucleamiento político que tuvo su razón de ser en el enfrentamiento a Perón, desde la acción pública primero y, posteriormente, en las urnas. Sin embargo, esa fuerza nunca logró situarse como opción de la clase trabajadora que fue leal a Perón, ni conmover su base electoral, fuente de todo su poder.

Para octubre de 1945, Perón ocupaba simultáneamente tres cargos: vicepresidente de la Nación, subsecretario en el Ministerio de Guerra y titular del ya por entonces Ministerio de Trabajo y Previsión. Una componenda de sectores de la Marina y el Ejército (contralmirante Héctor Vernengo Lima, general Eduardo Ávalos) logró desalojarlo por la fuerza de todas aquellas funciones. Pero los hechos terminarían dando un vuelco histórico.

Una semana decisiva

El miércoles 10 de octubre se le permitió a Perón hablar públicamente para despedirse de los trabajadores. Su emotivo discurso encontró eco en aquellos que sentían que quedaban desprotegidos. Al día siguiente, Perón solicitaba licencia al ministro de Guerra a la espera de su retiro.

El 12 de octubre, un mitín antiperonista en la Plaza San Martín que reclamaba la renuncia del presidente Edelmiro Farrell y el traspaso del gobierno a la Corte Suprema de Justicia, terminó en una batalla campal, que culminó con un muerto. El día 13, Perón fue detenido y enviado a la Isla Martín García. La noticia de su confinamiento comenzó a movilizar a los gremios. Perón lograría que lo revise un médico que le diagnosticó un ataque de pleuresía, lo que a su vez derivó en gestiones para devolverlo al continente e internarlo en el Hospital Militar.

El 15 de octubre se informó oficialmente el traslado de Perón al nosocomio militar, hecho que ocurrirá 48 horas más tarde. Al día siguiente, en Berisso, los obreros del sindicato de la carne comenzaron una movilización primero hasta La Plata –donde hubo escaramuzas con los estudiantes universitarios antiperonistas– y luego hacia Avellaneda para cruzar a la Capital Federal en la madrugada del día siguiente. Allí y en miles de lugares del conurbano bonaerense la intención era la misma: ir al centro de Buenos Aires y exigir la libertad de Perón.

Los gremios reunidos en asamblea permanente convocaron a una huelga nacional revolucionaria con fecha miércoles 17 de octubre, que se iba a extender por 48 horas desde el primer minuto del día siguiente. Con la medida de fuerza lanzada, un clamor popular surcó el sur y el norte del Gran Buenos Aires.

El reclamo de los trabajadores provenientes de los suburbios en favor de la liberación del que consideraban su líder y en el que depositaban las esperanzas de un cambio trascendental, estaba lanzado sobre el epicentro de la Ciudad. Allí, por la lealtad del pueblo, en la medianoche del 17 de octubre, nacía una nueva Argentina.

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