Solemos pensar las emociones como algo que nos sucede y que está fuera de nuestro control. A lo largo de la historia, el pensamiento racional y la emoción fueron considerados como dos procesos mentales separados y, generalmente, opuestos: la emoción ejercía un efecto negativo sobre el razonamiento y, por lo tanto, debía ser evitada si uno deseaba pensar claramente. Pero, ¿esto es así?, ¿para qué sirven realmente las emociones?
Podemos decir que las emociones son el marcador más básico, automático y rápido para que nos aproximemos a lo que nos gusta y nos alejemos del peligro, el dolor o la frustración. Se trata de reacciones complejas que se producen frente a las diferentes circunstancias de la vida. Representan un instrumento adaptativo sin el cual nos sería imposible resolver situaciones que exceden las capacidades de análisis lógico-racional, ya sea por carencia de información más detallada o por la velocidad de las circunstancias para las cuales la decisión racional puede llegar a ser muy lenta. La emoción y la cognición no son sistemas separados y, mucho menos opuestos, ya que pueden actuar de forma concertada.
Ahora bien, ¿las emociones son un elemento incontrolable de la conducta? La influencia de las personas sobre estas se produce en diferentes aspectos, como por ejemplo qué emociones tenemos, cuándo las tenemos o cómo las experimentamos y expresamos. Las emociones pueden ser más bien automáticas y fijas en su patrón de disparo (cuando se produce regularmente una misma emoción frente a un mismo estímulo) o bien pueden resultar de un proceso cognitivo más elaborado. En cualquiera de los casos, las personas somos capaces de operar sobre ellas, aunque más no sea sobre sus resultados finales. En muchos casos no podemos inhibir que se generen, pero podemos intentar torcer su curso para disimularlas o atenuarlas, puesto que las emociones constituyen un proceso dinámico en el tiempo. Es decir, no nos obligan, en la mayoría de los casos, a actuar de un modo específico, sino que vuelven más probable un tipo de respuesta. Con un cierto esfuerzo o preparación es posible bloquear o cambiar la conducta favorecida por la emoción disparada. Así, en la medida que reconocemos las circunstancias que disparan determinadas emociones negativas, podemos aprender a evitar los contextos o situaciones que se asocian a ellas para disminuir la probabilidad de su aparición y regular así el episodio emocional desde su origen. Esta transformación cognitiva de la experiencia emocional se denomina “reevaluación” y consiste en la selección de un sentido determinado para la situación que gatilla una emoción. Se trata, ni más ni menos, de cambiar la manera en que sentimos al cambiar la manera en que pensamos.