Desde hace varios días pareciera que nuestro mundo -y también nuestro pensamiento- se hubiera detenido alrededor de algo inesperado y desconocido. Esta pandemia global se está convirtiendo en un trauma: nos enfermamos esta vez de algo que nunca nos enfermamos y está produciendo diferentes tipos de crisis. Es, primeramente, una crisis de salud pública, además de una crisis económica y social sin precedentes.
En contextos excepcionales, como una epidemia, pensamos y actuamos de una manera muchas veces irracional. Es que cuando nuestro cerebro detecta peligro priman los mecanismos biológicos que gobiernan nuestra mente y nuestro cuerpo de manera automática. El miedo funciona así como una respuesta biológica y psicológica frente al peligro para asegurar nuestra supervivencia. Nuestros antepasados debieron desarrollar estrategias vitales para enfrentarse a diferentes amenazas. De esta necesidad surgió una respuesta que, casi sin pensar, nos permite realizar una acción inmediata: atacar o huir. Estas conductas, seguramente, se formaron sobre las bases de otras más primitivas y así sucesivamente; después de miles de años, hoy el mecanismo se mantiene intacto. La versión más evolucionada del miedo es la ansiedad, que corresponde no a un riesgo presente, sino a una emoción orientada al futuro. Es un sistema más complejo para detectar de forma anticipada o prevenir acontecimientos que se perciben como potencialmente negativos.
¿Cómo podemos protegernos del riesgo de esta enfermedad, pero también cuidar nuestra salud mental? En principio, es fundamental seguir las recomendaciones actualizadas de los organismos de salud competentes y reconocidos. Ni más, ni menos. Comprender que hacer de más no reduce el riesgo real, sino más bien alimenta la ansiedad y provoca percances innecesarios a nivel social: desabastecimiento de productos y gastos innecesarios, entre otros. Saber que hacer de menos también puede ser un problema: es común que las personas no atendamos a las recomendaciones de salud y multipliquemos así los riegos para nosotros, para nuestra familia y para toda la comunidad. Por ello, deberíamos hacer bien las cosas que sí sirven. Enfocar nuestra atención en la información oficial, precisa y experta puede darnos el equilibrio entre reducir los riesgos reales y sentirnos protegidos.
Estamos pasando días arduos y los tenemos que enfrentar unidos. Para pasar un momento difícil, debemos subrayar una y otra vez que la voluntad de ayudarnos mutuamente es esencial. La cooperación y la empatía nos fortalecen como comunidad en todo momento. Ahora, más que nunca.