Se trata de una compleja capacidad que no solo involucra procesos afectivos/emocionales, sino también procesos reflexivos en los que es necesario tomar perspectiva

Para nuestra supervivencia los seres humanos necesitamos interactuar con los demás. En varias oportunidades señalamos que las personas que viven aisladas tienen menos expectativa de vida, se enferman más, tienen una peor performance en pruebas cognitivas y reportan bajos niveles de felicidad. Ahora bien, no se trata solamente de la proximidad sino del vínculo que se establece con el otro.

Las neurociencias aplican el término “empatía” a un amplio espectro de fenómenos, desde sentimientos de preocupación por los demás, hasta la capacidad de expresar emociones que coincidan con las experimentadas por otra persona e, incluso, a la capacidad de inferir qué es lo que está pensando o sintiendo.

La empatía es procesada por una red ampliamente distribuida en nuestro cerebro, que interactúa naturalmente de manera extensa con diferentes regiones neuronales y sistemas cerebrales. Se trata de una compleja capacidad que no solo involucra procesos afectivos/emocionales, sino también procesos reflexivos en los que es necesario tomar perspectiva (por ejemplo, entender por qué el otro está sufriendo). Cuando pensamos solamente en nuestra propia mente, la empatía desaparece; cuando nos focalizamos en la mente e intereses del otro conjuntamente con la nuestra, la empatía se enciende. Pero, para que el proceso de la empatía se complete, además de identificar lo que otra persona siente o piensa, es necesario también dar una respuesta acorde a sus pensamientos y sentimientos con una emoción apropiada. Esto sugiere que existirían dos etapas: reconocer y responder. Ambas serían necesarias, ya que reconocer sin reaccionar no es suficiente.

Por supuesto, este concepto resulta clave para abordar cuestiones sociales. La respuesta frente al padecimiento del otro, por ejemplo, acarrea consecuencias positivas para las sociedades. Las personas van a acudir en ayuda de quienes estén transitando una situación dolorosa, especialmente, si se trata de un acontecimiento cercano. Entonces, si alcanzamos a desarrollar de manera creciente nuestra experiencia empática para con nuestra comunidad, es probable que lleguemos a comprender lo que piensa el otro y convivir así más pacíficamente. Porque la gracia de la armonía es lograrla no solo cuando tenemos ideas comunes, que resulta siempre más confortable y menos estimulante, sino también ante posiciones divergentes. Podemos decir que la cualidad empática está en conseguir hacer de la diferencia una virtud. Para construir un país justo y equitativo necesitamos poner esto en práctica.

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