Unas de las postales de cualquier rincón de nuestro país son esos descampados, esas plazas, esos parques y esas calles con chicos jugando un “picado”. Puede o no haber arco de verdad, pueden o no tener camisetas a tono, pero lo imprescindible son las ganas, la pelota y el equipo. Lo sabe el que juega y lo sabe también su compañero: ahí no alcanza ser efectivo con las capacidades técnicas de juego, sino también con las habilidades sociales. ¿De qué se tratan?
El cerebro humano es básicamente un órgano social. Esto tiene que ver también con la preeminencia que tienen las habilidades sociales para la eficacia cotidiana. El trabajo en equipo pone en juego múltiples destrezas sociales: requiere de empatía, cooperación, comunicación, liderazgo y solidaridad. Al momento de armar un equipo (¡no solo de fútbol!) es primordial plantearse su necesidad y distinguir su estructura, los roles y las tareas a asignar teniendo en cuenta el proyecto que se quiere llevar adelante, porque ¡la buena organización de un grupo desde su origen es clave para su éxito! Es esencial reunir personas que complementen sus habilidades y recursos. Una vez conformado, el hecho de que todos sus miembros promuevan un mismo objetivo genera lo que suele denominarse “clima de equipo”.
Podemos entrenar nuestras capacidades individuales para optimizarlas. El trabajo en grupo, en cambio, mejora adquiriendo habilidades en conjunto. Diversos estudios científicos demostraron que los equipos optimizan el conocimiento colectivo cuando aprenden juntos. Así, entrenaron en la construcción de radios de transistores a estudiantes universitarios en forma solitaria o en grupos de tres. El rendimiento de los que se instruyeron en forma grupal fue mayor. Observaron que además de ser más eficientes, conocían las fortalezas de sus compañeros y confiaban en ellos.
Las interacciones cara a cara son esenciales para que se establezca y mantenga una buena relación entre el líder y el grupo. Esta comunicación refuerza la cohesión grupal y contribuye a desarrollar el acceso en conjunto al conocimiento. Las emociones influyen en la dinámica de los equipos. Se ha observado que se produce una suerte de “contagio emocional”. Los estados de ánimo de los miembros se transfieren y van cambiando en forma conjunta.
Actualmente, la situación que estamos viviendo en nuestro país hace más que indispensable el trabajo en equipo. Y es erróneo y contraproducente ponderar el individualismo bajo la falsa idea de “salvarse a sí mismo”. Se requiere, más bien, promover grupos sólidos que se complementen, trabajen y empujen a la par.
De esto trata el relato del libro Crónicas del ángel gris, de Alejandro Dolina. Ahí se cuenta que uno de sus protagonistas, Manuel Mandeb, solía elegir en los picados a quienes él más quería, que muchas veces a simple vista no eran los mejores o los más hábiles. “Un equipo de hombres que se respetan y se quieran es invencible”, dice el narrador. Así como la inteligencia colectiva es mucho más que la suma de las inteligencias individuales, las habilidades grupales que se generan a través del trabajo en equipo exceden cualquier logro y capacidad individual.