Cuando perdonamos, dejamos ir ese resentimiento que sentimos cuando alguien nos lastima o hace algo que nos ofende. Así, encontramos una manera de vivir en paz con lo que sucedió. Se trata de una estrategia adaptativa que nos sirve para lidiar con el sufrimiento que, de lo contrario, constituiría una fuente de estrés que afectaría negativamente la salud física y mental. Ante el perdón, las emociones negativas se disipan o, al menos, disminuyen.
Diversas investigaciones han asociado el acto de perdonar con mayor bienestar, mejor estado de ánimo y optimismo, y mejor salud cardiovascular. Es que involucra suprimir el miedo y potenciar la empatía y el control cognitivo. Por el contrario, se ha relevado que sostener el resentimiento y el odio hace que se mantenga elevada la presión sanguínea, la frecuencia cardíaca y la tensión muscular. Esto puede derivar en un malestar emocional crónico, en tener dificultades para dormir, padecer depresión y ansiedad.
En este sentido, en un estudio se les pedía a los participantes que recordaran una persona que se había comportado mal con ellos en el pasado. Entonces, les preguntaban qué tan grave había sido la ofensa, si habían recibido disculpas y si se había mantenido la relación después de eso. Luego, se les aplicaban dispositivos que permiten registrar medidas de estrés como la tensión facial, la conductancia de la piel (sudoración), la frecuencia cardíaca y la presión sanguínea. Y se les leía un texto que podía estar pensado para generar empatía y perdón o para propiciar el recuerdo del evento y el enojo. Se encontró que los índices de estrés aumentaban cuando se buscaba que las personas mantuvieran las emociones negativas.
En otro estudio, que se realizó usando neuroimágenes funcionales, se les presentaban a los participantes situaciones en las cuales alguien hacía algo valorado como negativo. Entonces estos tenían que decir en qué medida consideraban que la acción era perdonable. Se concluyó que el hecho de contemplar si una determinada acción merecía perdón activaba varias regiones del lóbulo prefrontal y el cingulado posterior, que se asocian al razonamiento, la solución de problemas, la comprensión del estado mental de los demás y el control cognitivo. En cambio, el enojo, el rencor y el deseo de venganza obstaculizarían el pensamiento racional al coincidir con una mayor actividad en la amígdala, que se activa cuando percibimos amenazas.
El autocontrol consiste en inhibir las reacciones impulsivas causadas por el rencor. Podemos lograrlo considerando interpretaciones alternativas para explicar el hecho que nos dañó. Comprender a los demás y empatizar son algunas de las estrategias de regulación emocional que pueden ayudarnos a reducir el sufrimiento individual y, a su vez, resultan indispensables para la construcción de una comunidad.
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