Norma tenía 20 años. Amaba patinar, desbordaba juventud. Tenía la vida típica de cualquier joven. Pero en un momento, todo cambió. Empezó con una neuritis óptica- una inflamación que daña el nervio óptico-, se caía en la calle, no tenía fuerza en los brazos. Ya había consultado con médicos, pero su experiencia con los profesionales había sido tan engorrosa como sus síntomas: “Me preguntaban si estaba deprimida, si me había peleado con mi novio. Pasé por mucho maltrato médico porque creían que era una locura mía y a mí me pasaban cosas tremendas”, recordó a POPULAR.
Hasta que un día, se sentó frente al teclado de su computadora y no pudo ni mover los dedos. Se asustó tanto que en un principio pensó que estaba pasando por un momento de mucho estrés y decidió ir a una guardia. “Tuve la suerte de que me atendió una chica que estaba orientada a la neurología que me hizo hacer unas pruebas y que me dejó internada de facto. Me hizo la resonancia magnética y ahí me dijeron lo que tenía”. El diagnóstico fue esclerosis múltiple, una enfermedad crónica e inflamatoria del sistema nervioso central considerada la afección neurológica incapacitante no traumática más común en adultos jóvenes.
La esclerosis múltiple se manifiesta a través de “brotes” o recaídas transitorias con ´síntomas como visión borrosa, trastornos en los esfínteres, entumecimiento u hormigueos de brazos o piernas y problemas motrices o de coordinación que progresivamente pueden dejar secuelas permanentes.
“Afecta a individuos de entre 20 a 40 años. Y por la edad de inicio no es solamente un problema de salud sino también un problema social y económico porque los gastos que se generan por la incapacidad de estos pacientes son significativos. Y también porque están en la etapa más útil de su vida, donde comienza su vida social, donde tratan de establecer una familia, de desarrollar su vida laboral”, explicó el doctor Jorge Correale, Jefe de Neuroinmunología y Enfermedades Desmielinizantes del Instituto de Investigaciones Neurológicas Dr. Raúl Carrea (FLENI).
Fisiológicamente, la esclerosis múltiple se origina por la pérdida de mielina (la cubierta de grasa y proteínas que poseen las estructuras nerviosas) que se produce por una reacción autoinmune, que es aquella en la que los glóbulos blancos no reconocen la mielina como propia y la atacan y destruyen. Se puede diagnosticar a través de una resonancia magnética, una punción lumbar y un análisis de sangre.
Si bien hace mucho que se conoce sobre la enfermedad, recién en 1993 apareció el primer tratamiento. Hace 8 años, las opciones fueron más variadas y hoy en día, las posibilidades terapéuticas son cada vez mayores.
Recientemente, fue aprobada una nueva droga que da una gran esperanza a los pacientes con esclerosis múltiple recurrente muy activa. Se trata de cladribina, una terapia desarrollada por el laboratorio Merck, que se administra por vía oral y que cuenta con un esquema totalmente distinto de los actuales.
Se divide en dos ciclos. El primero dura diez días. Doce meses después, se repite y luego de dos años no es necesario tomar ningún otro medicamento ni realizar ninguna otra terapia de fondo. Por ende, por cuatro años, el paciente no muestra signos de la enfermedad.
Ya sea por olvido, desgano, falta de motivación o los efectos adversos, muchos optan por interrumpir el tratamiento con las consecuencias que esa decisión puede ocasionar en su salud. Por eso, el hecho de que la posología de la droga sea tan simple es una ventaja considerable, ya que el cumplimiento de los tratamientos farmacológicos condiciona el éxito terapéutico.
“Como médicos apuntamos a conseguir medicamentos potentes, que controlen la enfermedad, seguros, que no expongamos a los pacientes a un riesgo innecesario y que a largo plazo no los tengan que volver a usar”, sostuvo el doctor Juan Ignacio Rojas, médico neurólogo del Servicio de Neurología del Hospital Italiano de Buenos Aires.
A las 14 drogas diferentes que existen en la actualidad, es probable que para fin de este año se agreguen otras tres, lo que marca un desarrollo constante en los tratamientos de esta enfermedad.
Hoy, a los 50 años, Norma ya no piensa en morirse. Después del diagnóstico de la enfermedad y los tratamientos, su vida es similar a la de cualquier otra. Tiene tres trabajos, una hija, un marido y no tiene miedo al día de mañana. “Pasé por mucho. Es una cuestión de asumirlo y seguir el tratamiento”, concluyó con una sonrisa.