Para el que gusta de la ruleta ganarle es el deseo, y “hacer saltar la banca” es el sueño de aquellos que saben que es posible ya que, por ser de este mundo, debe existir un modo, un método para derrotarla y que entregue su tesoro.
Por eso, desde que se creó el juego de ruleta hace siglos, nunca dejó de tener vigencia. Desde siempre, la ruleta ha sido uno de los juegos por excelencia en los casinos, repleta de anécdotas y de grandes jugadores que han conseguido sumar cantidades inimaginables de pérdidas para los casinos y atractivas ganancias para sus bolsillos. La forma de lograrlo ha sido mediante métodos matemáticos desarrollados, que hacían imposible que el jugador perdiera dinero, con probabilidades de ganancias altísimas. Estos métodos o trucos de ruleta fueron prohibidos en los casinos para no hacer quebrar a la banca. Dentro de los métodos, posiblemente el más conocido por todos son las martingalas, utilizadas por muchos en la ruleta americana, aunque no es el único sistema utilizado. La ruleta, como la mayoría de los juegos de casino, ha vivido anécdotas muy interesantes a lo largo de su historia. Una de estas anécdotas sucedió en la Argentina durante la década del 40, época en donde los casinos habían pasado a manos estatales y su popularidad estaba en auge. Mar del Plata tuvo y aún tiene sus “martingaleros”. Quizás el que mayor impacto causó fue la organización montada por los alemanes del Graf Spee. El sistema, conocido como tal, pero que en realidad no es un “sistema”, se basa en un desgaste mecánico de los cilindros y se conoce como el sistema “de los alemanes”, pero en realidad es el de un peluquero, Don Pascual Bartolucci, que vivía en la ciudad de Necochea. El persistente jugador era un gran aficionado y constantemente buscaba descubrir nuevas estrategias para ganar. Una noche siguiendo los números que salían se dio cuenta que existía una tendencia debido a un desgaste en los cilindros del mecanismo. Luego de su descubrimiento comenzó a jugar a los números salidores con éxito, hasta el momento en que esa ruleta fue trasladada a otra ciudad. El hombre, que no quería perder su mina de oro, buscó la ruleta hasta que la encontró y la identificó de inmediato. Una noche mientras su esposa jugaba siguiendo sus instrucciones, a su lado se encontraba una mujer quien le comentó su admiración hacia su suerte. La esposa del peluquero, quien estaba aburrida de jugar, decidió comenzar a hablar con la otra mujer y en la conversación le comentó la estrategia que usaba su marido. La mujer, de origen alemán, resultó ser la esposa de un jugador de ruleta que con esta información formó un grupo de personas que analizaba las distintas ruletas y apostaba cuando encontraban deficiencias mecánicas que hacían predecibles los resultados. Finalmente se hicieron famosos, y el método para vencer a la ruleta que había descubierto el peluquero de Necochea fue conocido como el “método de los alemanes”. Casinos míticos del mundo como los de Las Vegas o Montecarlo fueron y son escenario de historias de “estudiosos” del juego -ruletas, cartas o dados- que ansían con hacer saltar la banca con la misma pasión que desean salvarse para siempre, pero el jugador sabe, en su fuero más profundo, que el dinero en su caso, a diferencia de todo lo demás, se va más del que viene y su lucha es como el castigo impuesto a Sísifo por los dioses.