Durante la época de la Colonia, los juegos de cartas eran el principal entretenimiento para los hombres. Las pulperías y “casas de truco” eran los lugares reservados para que los hombres pudieran despuntar el vicio de jugar.
Los juegos de naipes constituían el principal entretenimiento del Buenos Aires colonial. Entre los más populares, reservados siempre a los varones, estaban la Baceta y el Faraón, el Paro -similar al punto y banca actual-, el Sacerdote y el Cacho, en el que se formaban flores como las del Truco.
Las pulperías y "casas de truco" eran los lugares reservados para que los hombres pudieran despuntar el vicio de jugar. Por lo general, se reunían a la hora del café, mientras las mujeres se quedaban en las casas haciendo dormir a los niños, o los sábados por la noche y los domingos después de la siesta.
Otros juegos tradicionales eran la Quiniela, la Biscambra -con cinco cartas por jugador y una descubierta que era el triunfo-, el Burro, la Pinta, el Tururo y el antecedente colonial del truco, conocido como Truquiflor.
También despuntaban el vicio de los dados con el Grenón o el Pasadiez. Pero uno de los juegos preferidos por los criollos era la perinola que, como saben quienes aún recuerdan este juego prácticamente en desuso, constaba de un pequeño trompo de cuatro caras marcadas con las siguientes letras: S (saca), P (pone), D (deja) y T (todo). Cada una de ellas indicaba lo que debía hacer el jugador -se apostaba dinero- con respecto al pozo de la mesa.
También estaba la Corriguela, que era un juego de varones que constaba de una correa con las dos puntas cosidas. El que tenía dicha correa la presentaba a su oponente doblada en varios pliegues, y el otro debía meter dentro de ellos un pequeño palito. Si al retirar la correa el palito quedaba dentro de ella, ganaba el que lo había puesto; en cambio, si caía afuera, ganaba el otro.
Tampoco faltaba en el ámbito rural la famosa Taba, las bochas y los bolos, juegos que requerían cierta destreza y que se practicaban en lugares que disponían del espacio suficiente.
Todas las casas y mesas de juego donde se apostara -y que estaban habilitadas para tal fin, ya que el resto eran consideradas clandestinas- estaban bajo un régimen amparado por el Título II del Libro VII de la Recopilación de Indias, que constaba de contribuciones que recaudaba la Real Hacienda, con el que se pretendía desalentar, en alguna medida, la afición por el juego, ya que quienes lo practicaban eran considerados "vagos". Para la clase alta
Uno de los juegos que sí era bien visto, y que por lo general practicaba la clase alta criolla, era el Chaquette -para parejas, sobre un tablero dividido en 12 partes, de color blanco o negro-, para el que se empleaban 15 fichas blancas, 15 negras y dos dados. El Chaquette provenía de las tablas reales y eran famosos en todo el Río de la Plata, especialmente en Buenos Aires. Los juegos eran importados de Montevideo, donde se fabricaban las fichas con huesos.
También "honesto" era considerado el Dominó, juego que aún se conserva en nuestros días y cuyo origen se ubica en Oriente, aunque había sido puesto de moda en Italia, en el siglo XVIII. Los intelectuales, por su lado, apuntaban hacia las Damas y el Ajedrez, íconos de prestigio en los salones coloniales.
Y, a la hora de recordar los juegos de antaño, no debe dejarse de lado el Billar, que en Buenos Aires se practicaba desde el siglo XVI, con palos curvos y bolas de marfil, en mesas de paño azul. Hacia fines del siglo XVIII existía una gran cantidad de billares públicos en la ciudad.