Al fin de cada jornada cada uno de nosotros desea descansar, y no hay mejor lugar que la propia cama luego de comer un plato de comida y disfrutar de la familia. El lugar de relax o reposo es como un premio diario que nos otorgamos luego del trabajo intenso y el cansancio cotidiano.

Para nuestros antepasados, la cama no era más que una pequeña excavación en el terreno rodeada por un montón de tierra u hojas. El lugar elegido para dormir tenía muchas de las características que se siguen conservando, como por ejemplo, el concepto de territorialidad. La cama tenía y tiene que ser un lugar seguro donde sea posible sentirse a salvo.

Este aspecto territorial es también muy común entre los animales. Los gorilas, definen sus áreas de dormir mediante el uso de una valla de frondosas ramas. Los elefantes suelen dormir tendidos de lado, un elefante enfermo de pie dado que tendido no se sentiría seguro, el tiempo y el esfuerzo que emplearía para levantarse en caso de emergencia le harían más vulnerable.

En las sociedades primitivas, se comenzaron a construir plataformas para dormir hechas unas veces de madera y otras de tiras extendidas sobre un armazón. La hamaca se utilizó también desde muy pronto en la historia. La zona para dormir era común, se acostaban muchos miembros de la familia o tribu en la misma cueva, tienda de pieles animales o soporte de madera. Esto facilitaba no sólo seguridad, sino que además, en los climas fríos, permitía aprovechar el calor del cuerpo humano.

La cama, que tiene forma propia desde las antiguas civilizaciones de Egipto y Asiria, consiste en un bastidor rectangular alargado, de madera o de metal, sostenido por pies elevados y terminado en un extremo o en ambos en un cabecero a modo de respaldo, que suele adornarse con figuras.

Según algunos historiadores, los griegos fueron los primeros en colocar una especie de cabecero, más o menos elevado, sobre el armazón de la cama constituida por cuatro palos ensamblados, los cuales componían los montajes que sostenían la cama propiamente dicha.

Los persas, antes que los griegos, tenían sus camas con baldaquinos y la cubrían con muchos tapices. Los baldaquinos los adornaban con bordados, metales preciosos (oro y plata), marfil y perlas.

Los Romanos también tenían unas camas semejantes y, a medida que el Imperio se fue agrandando y enriqueciendo con sus conquistas, se fueron haciendo de maderas finas, como el ébano, cedro, etc., así como el bronce, variando también la clase de sus colchones, los cuales en un principio consistían en un sencillo saco de paja, pero que después se rellenaron de lana de Mileto y, luego, de finísimas plumas.

En la Europa occidental, después de Jesucristo y hasta finales del siglo XII, aunque la cama debió de ser considerada como un mueble de gran importancia, desapareció en gran parte este lujo. Los príncipes tenían oficiales a su servicio que tenían el encargo de cuidar de su lecho. Las dimensiones de la cama llegaron a ser tan grandes que alguno de estos príncipes hacía que un criado golpease con un palo los colchones para persuadirse de que en ellos no se ocultara ninguna persona.

En la época medieval aún se extendían tapices sobre el suelo o en algún banco adosado al muro, en los que se colocaban almohadones de plumas, lana o de crin animal y se utilizaban, a modo de cobertores, pieles de animales.

Las camas de los egipcios tenían sus pies en forma de patas de animales figurando en su cabecero la cabeza de éstos. Las de los griegos y romanos solían llevar pies torneados y rectos y unas y otras se adornaban con incrustaciones preciosas.

Durante los primeros siglos de la Edad Media la cama tuvo una estructura muy sencilla en Occidente, siempre rectangular y con pies rectos. Pero no faltaron ejemplares en que los pies eran a modo de columnas torneadas y esculpidas y más altas que el lecho, terminando por arriba en pomo. En el siglo XIII, volvió a ponerse en uso la ornamentación de toda la cama con pinturas, relieves e incrustaciones.

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