Canciones para drones

Hubo un tiempo que fue hermoso para Fito Páez y su público. Más allá de discos exitosos y algunas de esas "reuniones cumbres" viciadas de desconcierto y marketing, el rosarino tuvo un despegue impactante con discos como "Del 63" (1984) y "Giros" (1985).

Ahí nacieron cuatro de sus mejores canciones: "Tres Agujas", "Viejo Mundo", "Cable a Tierra" y su definitivo standout, "Yo Vengo a Ofrecer Mi Corazón". En cualquiera de ellas, al derecho o al revés, se nota que se desarma y sangra un artista con aires de grandeza. Pero Fito parece haber dejado todo de lado para convertirse en una impresora de discos.

Este año editó Dreaming Rosario y El Sacrificio, pero cuando parecía que todo estaba perdido, ahora se despachó con Yo Te Amo (Sony Music), un disco infestado de canciones de amor para drones y (fiel a su estilo) marcadamente autorreferenciales. Para ornamentarlas, Fito se asoció con algunos de sus conocidos de siempre: Mariano Otero en bajo, Gabriel Carámbula en guitarras, Gastón Baremberg en batería y Juan Absatz y Carlos Vandera en coros.

Pero las impurezas del disco, para ser justos, no están tanto en la música sino en lo que el rosarino está cantando. La canción que da título al disco ("va a decir que sí/ porque tengo la pócima mágica/ las palabras clásicas: yo te amo") se arrima más a Tan Biónica que a "Mariposa Multicolor", mientras que en "Por donde pasa el amor" el tipo se pone comprometido para descargar un inesperado "en nombre del amor asesinaron a los indios/y el continente fue un templo para el sacrificio".

Podrá repuntar algo en "La Canción del Soldado y Rosita Pazos" (sobre un colimba que combatió en Malvinas) y el homenaje a Gustavo Cerati de "La Velocidad del Tiempo", donde suelta un poco iluminado "sos la luz en el desierto". Pero, con una mano en el corazón, hay que decir que este Yo Te Amo, el disco número 21 de Fito, no invita a celebrar su llegada sino a apurar (y lo más pronto posible) su partida.

La siesta interminable

Salvo algunos pocos, los discos de Sting siempre son capaces de acelerar los tiempos de un suicida en potencia. El nuevo The Last Ship (Universal) no desentona con el pasado y es el primero del ex Police con composiciones nuevas en una década.

Desde Sacred Love (2003) y sus canciones medievales con laúd (2006), el flamante álbum del inglés va del unplugged al folk y de ahí al celta, entre nubarrones gratuitos de mandolina y acordeones que esconden lo que pudo haber sido un decente chaparrón de guitarras.

 

El dato curioso es que para el disco lo acompañó un vecino suyo, un irreconocible Brian Johnson, el cantante de AC/DC. Aun así, el disco y el último barco (que es su leit motiv) naufragan en un mar infinito de constante aburrimiento.

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Edición Nro. 15739

 

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