Las Flechas de Plata entraron en masa en el Sur entrerriano y Villa Paranacito es el sitio clave para intentar su pesca. Una navegación de singular belleza y excelentes rindes en tamaño y cantidad, hicieron memorable la jornada.
Pescar pejes es hermoso. Pescarlos en el río Uruguay, duplica su belleza porque a las buenas capturas le sumamos la belleza de un paisaje increíble, con sus navegaciones por aguas interiores desde Paranacito al Uruguay, y luego la majestuosidad de un río con bancos, riachos y hermosas costas. El río Uruguay está pasando por un excelente momento en materia de pesca de pejerreyes. Y 2012 arrancó no sólo pródigo en cantidades, sino en buenos tamaños. Así, Villa Paranacito es el epicentro de la movida pescadora en esta zona. Desde allí parten los guías más reconocidos, y es en esa localidad donde funcionan coquetas cabañas y campings que brindan opciones para todos los bolsillos. En esta oportunidad, junto al guía Claudio Lesik, vivimos una magní ca jornada donde la constante fue el cambio: de clima, de líneas y de situaciones de pesca. La única constante fue el buen tamaño de los pejerreyes, que nos dieron alegrías desde la primera hora.

Llegamos por la ruta de los puentes, sacamos el permiso de pesca en el puesto de fauna tras cruzar el segundo puente y seguimos despacio atentos a las camionetas que sacan multas fotográ cas en este tramo de la ruta. En el ingreso a Paranacito doblamos a la derecha e hicimos los 20 km restantes (por asfalto) hasta la villa. Salimos al Uruguay a primera hora y el guía puso proa al medio del río, dirigiéndonos a la altura de la desembocadura del arroyo Martínez. Allí, mientras febo asomaba perezoso, desplegamos las de cuatro metros y largamos líneas al agua. En mi caso, con una Surfish Surpress, probé unas líneas en formato palito de Pesk-Art recientemente introducidas al mercado. Estas boyitas artesanales, de gran trabajo en el agua, producen un irritante vaivén con el accionar de las olas que suele motivar ataques. También armamos cañas Spinit Spectrum, muy buenas para clavar a distancia. Con un sol que engañosamente aventuraba un día muy luminoso (ya veremos más tarde que todo fue cambiando), Roberto Gil, mi compañero en esta salida, optó por una caña Surfish Cronus 4,30 -gran elección, porque le brindó maniobrabilidad impecable en ese largo- y boyas chupetonas convencionales en una línea rematada con un pequeño boyarín tramposo en formato cometa que le dio grandes satisfacciones. El “Rober”, como le decimos, anduvo derecho de entrada y debutó con un matunguito de más de 40 cm. Sin dudas un arranque inmejorable.

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El guía Lesik, armó la primera ronda de salvadores mates que nos iban templando el espíritu en esas primeras horas donde el frío se hace sentir. Guía todo servicio que se brinda entero por sus clientes, se dedicó a asistirnos con el copo, alcanzarnos la carnada y desenredar alguna galleta ocasional, o también a guardar en las tablitas las líneas que reemplazábamos. De ese modo nos hizo maximizar el tiempo de pesca.

A media mañana, la brisa fue en aumento y ya costaba detectar el pique en las boyas palito cuando éstas se alejaban de la lancha. Fue el momento de usar otro formato de boya que hicieran “efecto vela” llegando más rápido a la zona de ataque, a unos 50 metros de la embarcación. Puse entonces boyas en formato ping pong. Allí volví a repuntar en mis capturas. Roberto, en tanto, fue la caña de la jornada, y tenía un verdadero imán en su línea para pejes de grandes portes. Fueron varias sus capturas de más de 40 cm. Joaquín y Ricardo, los clientes del guía, también tuvieron una mañana sensacional pescando de lo lindo.

Hacia el mediodía, contabilizando unas 40 capturas en la lancha y con un viento en aumento y un cielo que se encapotó y comenzó a chispear, decidimos hacer un alto. El guía nos llevó a la boca del arroyo Martínez, donde hay unas ruinas de una antigua casa abandonada. En este paisaje digno de un cuento, quebrando ramas de sauce, Lesik armó un fuego y presentó un pincho en tridente con algunas tiras de asado y chorizos, que quedaron a custodia de su ayudante Emanuel, mientras se asaban al calor de la llama. Volvimos a pescar pejes y volvimos al llamado del asado hecho. Por la tarde, la pesca siguió buena, ya que el intenso viento que se levantó mantuvo las aguas bien oxigenadas y activos a los pejes, muchos de los cuales pasaron los 40 cm. Luego la cosa se espació bastante. Finalmente, a eso de las 16, cuando se insinuaba un leve repunte en los piques, decidimos emprender el regreso.

La navegación por el arroyo La Tinta, maravillados con el rojizo color de los taxodium (árboles que arraigan fuerte manteniendo las costas para que el agua no se coma la barranca), fue un regalo extra para despedir una gran jornada de pesca, con un gran guía e inmejorable compañía. Viendo las fotos en el auto, en el regreso, comenzamos a transformar en hermosos recuerdos los gratos momentos vividos haciendo una excelente pesca en un pequeño y cercano paraíso: Villa Paranacito.


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